martes, 16 de octubre de 2012

Roberto Scolari: Poemas.






Roberto Scolari





















Eco de color

Caminó por el pasillo arrastrando la vieja silla de paja,
su espalda encorvada y los zapatos de suela endurecidos
como sus manos,
destrabó la descascarada y antigua puerta de chapa,
chirrió el pasador y tintineó la mirilla ovalada por el tiempo.
El sol de la mañana lo tomó de frente, medio cegado y
cerrando un ojo con una mueca burlesca salió.
La calle vacía de gente y de vida, solo el fresco matinal y
la sombra de los árboles lejos del umbral,
se sentó pesadamente con las piernas abiertas y
resoplando nostalgias; crujió la silla.
Miró hacia ambos lados, solo ausencia con
el otoño regalando austeridad y hojas secas,
el perro del vecino echado al fresco,
en la esquina el rojo buzón como un vigía jubilado
sin nadie para vigilar,
a lo lejos se oye el vivo quehacer de la avenida y
allí el opaco silencio del barrio.
Pasó el de la bicicleta con la ropa azul de operario,
la gorda de la vuelta cruza de vereda para no saludar,
el micro anaranjado del colegio dobló para el otro lado;
como siempre.
Pájaros, perros, palomas, aviones, autos, todos hacen la música de la mañana, pero, nadie disfruta esos compases.
Ya casi es la hora, lo presiente, como ayer, como siempre.
Bajó la cabeza, se miró los zapatos tan viejos como él, también de reojo carpeteó el reloj pulsera compañero de todo una vida.
Se quedó así, esperando el acontecimiento, atento, alerta,
sonaron los pasos acercándose y los tacos retumbaron  un eco de color.


¡Buen día Juan!   Hola buen día…


y se volvió para mirarla,
perfume, piernas, medias de nylon, caderas, pasión.
Se levantó despacio, tomó la silla por el respaldo,
empujó la puerta y asumió ese horizonte infinito
entre él, ella y las calles vacías de su barrio.
Cerró sin pasador sin ruido y sin apuro,
el sopor de la vejez lo invadió otra vez,
su mente aun retenía el aroma del perfume, el sonido de los tacos y la imagen de las medias sin costura.
Cerró los ojos y susurro…

hasta mañana amor.   


Un amor en el bosque

Deambula sola y triste mi Señora
por los jardines de Palacio con actitud perdida,
arrastra su vestido su espíritu y
creo adivinar sus pensamientos.
La espío cuando regresa de su paseo
esperando que sus ánimos hayan mejorado,
pero veo sus ojos tristes que ni me miran.
Me pregunto y me respondo las cosas
que convienen a mi imaginación y
mis intereses,
entonces,
quiero decirle, susurrarle al oído y
prometerle cosas que no cumpliré,
que no podré realizar aunque quisiera,
pero que nos hará soñar y esperar mejores días.
La vida nos llevó por senderos diferentes,
caminos que no elegimos y sin embargo
estos  que alguna vez nos unieron ahora nos separan.
Sé que me observan, me vigilan, desconfían de mí,
temo que mi disfraz ya no resista y caiga un día
exponiéndola  ante las gentes y así su deshonra.
Porque sabe quien la apaña que no es correspondido,
y teme que una noche al amparo de las nubes,
tapada por los gritos de los truenos y
escondida por los secretos del bosque
galope hasta el cansancio en busca de su  amor,
que  sabe que la espera, la ama y la venera.
Mi Señora, aquí estoy para decirle que
no sois la más bella, no,
no sois la más querida, tampoco,
no poseéis la más de las dotes, no,
no es tu cuerpo el de una doncella, no,
ni tienes el don de la palabra o la música,
no mi Señora, nada de eso tienes contigo.
Pero tienes esas manos que saben hacer pan,
cordero y también tortas, esas piernas que saben
de subir la montaña a por la leña, esos hombros
que han cargado responsabilidad y esos ojos que
me dicen del amor que llevas dentro, y que quieres
darme, y que me das, y que quiero recibir sabiendo
que allá en el bosque, en aquel galope alocado en
fuga hacia la libertad y la pasión has forjado un destino
que me propones y al que me rindo a tus pies, mis pies.


Señor de los andrajos

¿Me escucha, Señor de los andrajos?
¿Crees tú que moriré de angustia
alguno de estos pesarosos días?
¿Qué no soportaré los oscuros pensamientos
que me acosan cada noche, cual sombras maliciosas?
¿Qué dentro de las tinieblas de mi propio sueño
un camino me llevará a los confines de la vida
convirtiendo así mi realidad en muerte?
¿Y muy lejos quedarán entonces los avatares
de la vida que tenemos los comunes mortales?
¿Qué se perderán en los médanos de la mente
ya sin memoria los recuerdos más queridos,
las imágenes, los colores, los sabores, las mujeres?
¿Mírame señor andrajoso y dime que sería de nosotros
sin mujeres que recordar, amores que maldecir,
amores que extrañar? Amores, siempre amores.
¿Como será vivir en la muerte sin mariposas en las flores,
sin picante en las comidas, sin alcohol en las fiestas,
sin rocío por la mañana, sin pájaros que al anochecer
busquen refugio en los árboles más altos y frondosos?
¿Por qué no me miras Señor?
¿Por qué no me contestas?
¿Acaso tú ya lo sabes ?
¿Será por eso que me ignoras?
¿Crees tú que un día despertaré y ya no estaré en mi montaña,
que ya no podré ver ni sentir el sol calentando mis mañanas,
tampoco imaginar que los negros nubarrones traerán la lluvia
que mis vides agradecerán? Así como la tierra toda.
¿Señor... sabes que creo? Creo que la muerte nos espera sentada,
no nos mira, no nos habla, deja que imaginemos cosas,
entonces saca su ventaja,
deja que caminemos por precipicios inventados,
que transpiremos asustados por las noches con malignas angustias,
indefensos en las tinieblas que nosotros mismos creamos.
Así se aprovecha y nos toma desprevenidos, sin defensas,
sabiendo de antemano que tememos su presencia intangible.
Señor de los andrajos, dueño de los silencios sin mirada
¿Crees que tú y yo alguna vez nos encontraremos más allá
de la fronteras de la vida, en donde mora la muerte, sin vida?
¿Piensas que si así fuera podríamos conversar sobre el destino,
o sobre cuán lejos está la luna?
¿Crees que de muertos conservaremos las ropas que traemos?
¿Será que yo vestiré como un granjero
y  tú cargarás andrajos por siempre?.


Roberto Scolari (Buenos Aires, 1951). Publicó:  Eco de color ( 2011).