Roberto Scolari |
Eco de color
Caminó
por el pasillo arrastrando la vieja silla de paja,
su
espalda encorvada y los zapatos de suela endurecidos
como
sus manos,
destrabó
la descascarada y antigua puerta de chapa,
chirrió
el pasador y tintineó la mirilla ovalada por el tiempo.
El sol
de la mañana lo tomó de frente, medio cegado y
cerrando
un ojo con una mueca burlesca salió.
La
calle vacía de gente y de vida, solo el fresco matinal y
la
sombra de los árboles lejos del umbral,
se
sentó pesadamente con las piernas abiertas y
resoplando
nostalgias; crujió la silla.
Miró
hacia ambos lados, solo ausencia con
el
otoño regalando austeridad y hojas secas,
el
perro del vecino echado al fresco,
en la
esquina el rojo buzón como un vigía jubilado
sin nadie
para vigilar,
a lo
lejos se oye el vivo quehacer de la avenida y
allí el
opaco silencio del barrio.
Pasó el
de la bicicleta con la ropa azul de operario,
la
gorda de la vuelta cruza de vereda para no saludar,
el
micro anaranjado del colegio dobló para el otro lado;
como
siempre.
Pájaros,
perros, palomas, aviones, autos, todos hacen la música de la mañana, pero,
nadie disfruta esos compases.
Ya casi
es la hora, lo presiente, como ayer, como siempre.
Bajó la
cabeza, se miró los zapatos tan viejos como él, también de reojo carpeteó el
reloj pulsera compañero de todo una vida.
Se
quedó así, esperando el acontecimiento, atento, alerta,
sonaron
los pasos acercándose y los tacos retumbaron
un eco de color.
¡Buen
día Juan! Hola buen día…
y se
volvió para mirarla,
perfume,
piernas, medias de nylon, caderas, pasión.
Se
levantó despacio, tomó la silla por el respaldo,
empujó
la puerta y asumió ese horizonte infinito
entre
él, ella y las calles vacías de su barrio.
Cerró
sin pasador sin ruido y sin apuro,
el
sopor de la vejez lo invadió otra vez,
su
mente aun retenía el aroma del perfume, el sonido de los tacos y la imagen de
las medias sin costura.
Cerró
los ojos y susurro…
hasta
mañana amor.
Un
amor en el bosque
Deambula
sola y triste mi Señora
por los
jardines de Palacio con actitud perdida,
arrastra
su vestido su espíritu y
creo
adivinar sus pensamientos.
La
espío cuando regresa de su paseo
esperando
que sus ánimos hayan mejorado,
pero
veo sus ojos tristes que ni me miran.
Me
pregunto y me respondo las cosas
que
convienen a mi imaginación y
mis
intereses,
entonces,
quiero
decirle, susurrarle al oído y
prometerle
cosas que no cumpliré,
que no
podré realizar aunque quisiera,
pero
que nos hará soñar y esperar mejores días.
La vida
nos llevó por senderos diferentes,
caminos
que no elegimos y sin embargo
estos que alguna vez nos unieron ahora nos separan.
Sé que
me observan, me vigilan, desconfían de mí,
temo
que mi disfraz ya no resista y caiga un día
exponiéndola ante las gentes y así su deshonra.
Porque
sabe quien la apaña que no es correspondido,
y teme
que una noche al amparo de las nubes,
tapada
por los gritos de los truenos y
escondida
por los secretos del bosque
galope
hasta el cansancio en busca de su amor,
que sabe que la espera, la ama y la venera.
Mi
Señora, aquí estoy para decirle que
no sois
la más bella, no,
no sois
la más querida, tampoco,
no
poseéis la más de las dotes, no,
no es
tu cuerpo el de una doncella, no,
ni
tienes el don de la palabra o la música,
no mi Señora,
nada de eso tienes contigo.
Pero
tienes esas manos que saben hacer pan,
cordero
y también tortas, esas piernas que saben
de
subir la montaña a por la leña, esos hombros
que han
cargado responsabilidad y esos ojos que
me
dicen del amor que llevas dentro, y que quieres
darme,
y que me das, y que quiero recibir sabiendo
que
allá en el bosque, en aquel galope alocado en
fuga
hacia la libertad y la pasión has forjado un destino
que me
propones y al que me rindo a tus pies, mis pies.
Señor
de los andrajos
¿Me
escucha, Señor de los andrajos?
¿Crees
tú que moriré de angustia
alguno
de estos pesarosos días?
¿Qué no
soportaré los oscuros pensamientos
que me
acosan cada noche, cual sombras maliciosas?
¿Qué
dentro de las tinieblas de mi propio sueño
un
camino me llevará a los confines de la vida
convirtiendo
así mi realidad en muerte?
¿Y muy
lejos quedarán entonces los avatares
de la
vida que tenemos los comunes mortales?
¿Qué se
perderán en los médanos de la mente
ya sin
memoria los recuerdos más queridos,
las
imágenes, los colores, los sabores, las mujeres?
¿Mírame
señor andrajoso y dime que sería de nosotros
sin
mujeres que recordar, amores que maldecir,
amores
que extrañar? Amores, siempre amores.
¿Como
será vivir en la muerte sin mariposas en las flores,
sin
picante en las comidas, sin alcohol en las fiestas,
sin
rocío por la mañana, sin pájaros que al anochecer
busquen
refugio en los árboles más altos y frondosos?
¿Por
qué no me miras Señor?
¿Por
qué no me contestas?
¿Acaso
tú ya lo sabes ?
¿Será
por eso que me ignoras?
¿Crees
tú que un día despertaré y ya no estaré en mi montaña,
que ya
no podré ver ni sentir el sol calentando mis mañanas,
tampoco
imaginar que los negros nubarrones traerán la lluvia
que mis
vides agradecerán? Así como la tierra toda.
¿Señor...
sabes que creo? Creo que la muerte nos espera sentada,
no nos
mira, no nos habla, deja que imaginemos cosas,
entonces
saca su ventaja,
deja
que caminemos por precipicios inventados,
que
transpiremos asustados por las noches con malignas angustias,
indefensos
en las tinieblas que nosotros mismos creamos.
Así se
aprovecha y nos toma desprevenidos, sin defensas,
sabiendo
de antemano que tememos su presencia intangible.
Señor
de los andrajos, dueño de los silencios sin mirada
¿Crees
que tú y yo alguna vez nos encontraremos más allá
de la
fronteras de la vida, en donde mora la muerte, sin vida?
¿Piensas
que si así fuera podríamos conversar sobre el destino,
o sobre
cuán lejos está la luna?
¿Crees
que de muertos conservaremos las ropas que traemos?
¿Será
que yo vestiré como un granjero
y tú cargarás andrajos por siempre?.
Roberto Scolari (Buenos Aires, 1951). Publicó: Eco de color ( 2011).