Daniel Fara |
1961
Atusé mis bigotes de
corcho quemado,
acomodé las plumas de mi
capa
y entré al recreo largo
para ver mi eclipse de
corazón
en los ojos celestes de
Graciela.
Por ella saltó mi deseo
en el paracaídas de una
estrella fugaz,
por ella entré a la noche
del cine,
combatí con villanos en
technicolor
y en el castillo de mi
cumpleaños,
bajo la luz de las
linternas chinas,
le ofrecí mi alazán de
madera
como prueba de amor.
Un día
ella se fue del barrio.
Dejó dos de sus pasos
olvidados en una rayuela
y un sobre rosado con un
sueño a mi nombre.
Más veloz que mi aliento
salí a buscarla,
pero nada supieron decirme
los durmientes ciegos
ni la primavera oculta en
las campanillas.
De puro triste
crecí durante el regreso,
creyendo ver su fantasma
entre los paraguas.
Me contaron las brujas
que a su viejo patio
se le cayeron los dientes
de sable,
que Sindbad
se ahogó en los siete
mares de su terraza.
Ya no bailaré con ella
después del oporto y las
obleas,
no habrá fiesta de fin de
curso,
su ausencia es un triciclo
negro.
NOCHE DE REYES
Nos conocimos una noche de
reyes
compartimos seis vainillas
y tres rondas
y jugamos a la paloma
blanca
hasta que en la esquina de
tus ojos
se detuvieron a descansar
los tres camellos.
A vos te dejaron un espejo
que reflejaba mi rostro
y yo encontré en mis
zapatos
la estrella que le faltaba
a tu sonrisa.
Al día siguiente
subimos por el desván
a la Laguna Negra:
buscábamos al sumergido
plesiosaurio
que te hacía reir de
miedo.
Después
me abrazaste
y cuando fui a besarte
fue la voltereta,
la ráfaga rubia
que puso dieciocho años
entre tus labios y mis
mejillas.
Ahora
que ya he contado hasta
diecinueve
voy a abrir los ojos.
El rastro
de tus dibujos
con tiza verde
en la pared
me conducirá
hasta el refugio
donde
feliz
recién casada
y todo lo que quieras
tendrás que resolver
conmigo
el misterioso
robo
de tus pasos
en el transcurso
de una mañana de enero.
TRANSICIÓN
Ni
bien enciendo la oscuridad
un
lobo clandestino
la
emprende contra los muebles.
De
qué me sirve,
entonces,
morder
el cigarrillo,
contarle
las puntadas al reloj:
me
resigno
y
levanto la almohada
para
escuchar mejor
tu
corazón incesante,
para
ver mis ojos
achicados
en
tus ojos de aumento,
para
ir empaquetando,
a
la que te criaste
los
estornudos del verano en fuga,
las
tardes monocromas,
el
rocío crispado
que
enjoya las sábanas.
Si
ahora pudieramos deletrear
palabras
humeantes en la mesa,
sílabas
de café y mermelada,
parpadeos
de vajilla soñolienta
vibrada
por un gallo esmaltado...
Pero
ya no es hora;
la
madrugada se atomiza en pregones
y
crece, ofensiva, la alegría de los otros.
Ya
no es más tu hora
ni
la mía,
en
esta irrefrenable cuesta abajo
de
irnos desovillando
por
la historia.
Daniel Fara (Buenos Aires, 1953). Ha escrito ensayos, cuentos y poemas. También
ha realizado traducciones de poetas franceses del siglo XIX.