martes, 29 de octubre de 2013

Fernando Denis: El tigre de Borges.




Fernando Denis






Borges, un hombre ciego, cansado, lejos del tiempo y dado al infinito juego de los sueños, se mira en un espejo cuya habitación podría estar en una novela de Wilkie Collins o de Kafka. Es inconcebible que un hombre ciego pueda mirarse en un espejo, pero Borges está frente a éste y busca en su rostro el rostro de todas las personas que ha visto en el pasado.  

            Se halla sentado en un sillón; viste completamente de blanco. Inmóvil, fascinado, Borges no ve por los cristales de la ventana el alba que reverbera en los tejados. En la calle pasa un lechero, un perro de manchas negras ladra en una esquina. 

            El ámbito lo conforman una enorme biblioteca con todos los libros. No debe extrañarnos que todos estén llenos de notas y subrayados. Hay un escritorio de caoba, una enciclopedia británica y una carta sin despachar sobre el escritorio. Un busto de Domecq, el escritor, y una réplica de Gnei autografiada, dominan un rincón de la estancia. Borges sonríe, maravillado. El reloj de pared tic tac marca las seis. 

            La labor lo ha cansado, piensa que la realidad es mucho más pesada que los sueños, pero eso no debe distraerme, se dice. 

            En la primera planta, abajo, hay una sala grande con un gramófono, dos jarrones con dorados grabados chinos, un reloj de arena, un ajedrez de mármol, un cuadro del siglo XV del ilustre Amir Ibrahim Midis y una chimenea donde arden las últimas astillas de leña. En el centro, junto a la chimenea, sobre una alfombra donde hay dibujado un angustioso laberinto, reposa un tigre de bengala. Es un ejemplar hermoso, suave como el oro, de piernas fuertes y la mirada inocente de un niño. Está echado sobre la alfombra y duerme. 

           Borges se mira en el espejo. En su fantástica invención ha logrado concebir, entre los rostros que pasan por el incesante espejo, (esos rostros que forman su pasado unánime en la realidad, en los sueños y en los libros) uno que es asombroso, que se perfila en una tarde parecida al amor. No sé su nombre; es una mujer irlandesa o noruega, de rasgos finos, ojos grises y una sonrisa perfecta. Esta mujer es hermosa porque no la asociamos con nadie, sólo con su belleza. Parece de verdad. 

           “Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir. Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. ¿De qué me servirán mis talismanes?” 

            Las mujeres borgesianas siempre me traen estos versos. El amenazado es, a mi parecer, un extraordinario poema. El amor es un peregrino cuya eternidad está en el pasado. La mañana que cae sobre aquella mujer se detiene. En el universo (en ese impreciso universo del amor donde todo ocurre fuera de tiempo) corren ahora todos los poemas para conjurar un momento. La ciudad empieza en los jardines, la noche empieza en el alma. Un sueño tiene sueño, pero Borges se pasea por un bosque; esta mujer que ha visto en el espejo lo acompaña. Se detienen en un banco de madera. Observan el cuadro de hojas secas, la hierba, la soledad abriéndose entre sus páginas, el río innumerable cuyas aguas inundaron nuestros sueños y la locura de Heráclito. Dos almas progresan aquella noche. El fervor de una caricia, o el roce de una boca son cosas que de vez en cuando abolen el universo. Este paisaje abarca dos horas antes que empiece a caer la nieve. La noche está atareada con los amantes y se dormirá con ellos hasta el próximo capítulo. 

          En la sala el fuego se ha extinguido. El tigre duerme soberbio, resplandeciente, inmortal. 

          El espejo es pequeño, del tamaño de su rostro. Borges había pensado en uno de cuerpo entero pero temió distraer la atención al verse las piernas. Su rostro ha adquirido una blancura mortal, tiene la palidez de un busto que vio en Boston. La mañana está en lo alto, el sol impetuoso. A medida que se oye el tic tac incesante del reloj, no cesan de pasar los rostros por el espejo: caras tensas, alegres, marchitas, adustas, inexpresivas; Nohora, Virgilio, Ulrika, Funes, Hernández, Elena, Lönrott, Platero Haedo, Ulises, un vendedor de Adrogué, un teólogo alemán, un orillero, un alquimista del siglo XIX, un poeta sajón, una chica en bicicleta que corre por las páginas de un libro olvidado, un actor. Este cortejo de caras que parece infinito lo ha demorado varios días. La soledad abarca varios siglos. Escasamente se puede ver el mundo desde un espejo sin que nos depare una felicidad o un horror. La emoción y el sueño que lo embargan en esa extraña gimnasia no demoran en desconcertarlo, pues un hacho fatal y peligroso se aproxima: en el espejo aparece un nuevo rostro, el rostro de un antiguo enemigo. Borges recuerda haber escrito un cuento breve sobre este hombre resentido. También recuerda con inusitada claridad haberle hecho daño cuando era niño. 

        Empiezan a escucharse unos pasos en la escalera, son pesados e irregulares. Borges no tiene miedo, pero se sabe ahora un pobre ser indefenso, igual que aquel niño que lastimó una vez. Ese hombre, ese sincero enemigo, no cesará nunca de buscarlo para cobrar venganza. Los pasos resuenan en el pasillo. “Tal vez el que se aproxima sólo sea un insólito personaje de Lovecraft que pretende asustarme”, se dice con una tímida sonrisa. Aparta la mirada del espejo y la fija en la puerta. Sabe que algo inconcebible está a punto de ocurrir. Ser atacado y muerto por un personaje que hayamos imaginado en un cuento es algo que supera a toda la literatura fantástica. La vez que el enemigo fue a visitarlo pudo salvarse de morir: en el instante crucial, Borges despertó para que luego el suceso pasara a la posteridad como un sueño o simplemente como ficción. 

         Pero ahora es distinto. El hombre no demora en llegar y la situación es tan real como la mañana, el escritorio, la carta (Querida, imprescindible María: he traducido los poemas de Aracne. Es excelente. Hay algo de Yeats en ellos, y de Kipling. También algo de ese amor que Helena legó a los griegos), los libros de la biblioteca y el espejo. Borges está inmóvil. Siente que el visitante está en la puerta, que su mano agarra el picaporte, que lo gira. Es una de las pocas veces en que entendió que el simple hecho de agarrar y girar un picaporte para abrir una puerta no era algo tan frívolo. Recuerda (ahora que su vida tan llena de años, tan lejos del tiempo, depende mucho de los recuerdos) a Virgilio, pues no le fue permitido entrar en el paraíso; piensa en la piedad, en la compasión que sintió Dante. Es uno de los pasajes más tristes de toda la literatura. Ahora no le importaría confesar que es cobarde, pero sabe que no implorará piedad. El hombre abre la puerta lentamente, entra en la habitación. A pesar de su edad, de sus avanzados años, se nota que el tiempo ha tenido compasión con él. Está recio, implacable. Tiene en el rostro esa lozanía de los que están acostumbrados a la espera. Se mueve con la ayuda de un bastón. De pie, en medio de la habitación, observa a Borges: lo mira con un rencor desmedido, tal vez deseando verlo morir lentamente en la agonía como las tardes en el mar. 

         El péndulo en la pared oscila su canción infinita, tic tac, pero es obvio que para estos dos hombres el tiempo se ha detenido. Borges no muestra el más mínimo signo de oprobio. Le parece admirable su rigor, su absurda invención, su insólito proceder como perseguidor y enemigo. “Ese hombre inverosímil ha leído a Wells, a Hawthorne, a Edgar Allan Poe. Cualquier escritor estaría interesado en conocer a este tipo.” Borges sabe que no hay manera de salvar su vida y se resigna a la unánime suerte de morir. Desde un comienzo supo que su destino sería literario. Piensa en Johnson, en Carlyle, en De Quincey, en Milton. “¿De qué me servirá ahora haberlos leído? Morirán conmigo”. Siente un extraño afecto, una especie de lástima por ese hombre que fuera suyo en un cuento ejecutado torpemente. 
El hombre saca el arma con decisión y dice con voz apremiante: 

—Ese espejo, Borges, te ha enloquecido. 

—Yo sólo puedo ver en el espejo —dice Borges con una teatral serenidad. 

—Los espejos traicionan a los hombres —sentencia el hombre mirando el espejo como otro adversario. 

—Ellos inquietan la realidad y nos privan de la inocencia. Cada vez que nos miramos en el espejo tenemos menos cosas que ocultar. 
        
         Dispara contra el espejo certeramente. Los pedazos de vidrio saltan volando del marco metálico y se desperdigan por el piso ajedrezado. En ese instante, la escena se esfuma. Todo deja de existir. 
En la sala el ruido del disparo despertó al tigre que soñaba. 


  
Fernando Denis (CiénagaMagdalena, Colombia 1968). Ha escrito La criatura invisible en los crepúsculos de William Turner (1.997), considerado uno de los mejores libros publicados en Colombia durante el siglo XX, Ven a estas arenas amarillas (2004) y El vino rojo de las sílabas (2007). Su poesía ha comenzado a despertar interés dentro y fuera de su país, y su libro, La geometría del agua, publicado por Grupo Editorial Norma, presentado en la Feria del Libro de Buenos Aires, y en Maguncia, Museo de papel, grabado y estampa de Argentina, se está traduciendo al inglés, al francés, al alemán, al ruso y al bengalí. Contemporáneos como William Ospina (Premio Rómulo Gallegos 2008), Juan Gustavo Cobo-Borda y José Ramón Ripoll coinciden en señalar que Fernando Denis es una de las voces actuales más originales en la poesía de América Latina. Se preocupa también por el paisaje exterior, como el que contienen las tonalidades de la naturaleza. Algunos de sus poemas se inspiran en las pinturas crepúsculares de William Turner. La cadencia y la sonoridad de sus poemas recrean imágenes, músicas y conceptos decimonónicos como el prerrafaelismo, corriente artística de la era victoriana que lo ha impresionado; en algunos poemas como los monólogos de sus personajes femeninos, las voces tienen mucha fuerza íntima. La embajada de Colombia en Delhi y la academia de letras de la India, Sahitia Akademy, editaron sus poemas en inglés y lo condecoraron como el poeta más representativo de su país y una voz literaria sobresaliente de las letras contemporáneas.

lunes, 28 de octubre de 2013

Jerome Rothenberg: El trabajo del sueño.





Jerome Rothenberg

















NIÑO PERDIDO

Me arrancaron del sol blanco y me
trajeron al sol negro, me
hicieron dormir entre hileras de abrigos:
yo era un niño de ciudad perdido en el campo, una
herida en la mano era todo lo que sabía de los sauces
¿Puedes entender, oyes el ancho
bramar del viento contra el flanco
de la vaca, y los grillos que corren por mis
mangas, los grillos llenos de noche, como
pequeños soles negros? Inténtalo, yo también lo haré.
Sólo este grito guarda mi corazón, sólo este lamento:
Me arrancaron del sol blanco y me
trajeron al sol negro, y ahora no hay puerta
ni camino por donde volver


LA NOCHE EN QUE LA LUNA FUE UNA ARAÑA

La noche en que la luna fue una araña
todos corrimos.
Nadie se quedó.
El cielo se puso tan negro como tus ojos.
Empezaba a llover.
Se desataron
las velas en el aire.
Velas rojas.
Te reíste.
La luna era una araña.
Una cinta de sangre bajó
del cielo
hasta el techo de la casa.
Roja y negra.
Tratábamos de cantar.
Hacía frío.
En la red del cielo
donde colgaban los huesos
vi
lo que me pareció tu cara.
Las ruedas arañaban las piedras
bajo la oscuridad de la luna.
Comienza:
La noche que pasaron los soldados
me levanté de la cama
y con las manos a la espalda
me puse a mirar.
Tú tratabas de soñar.
Un carámbano se desprendió del cielo
y caló en mi corazón.
La luna era una araña.


POEMA AL TIEMPO

En el ojo de la aguja
cobraron vida las cosas:
un perro, un pueblo,
un mar.
De las rosas nacieron tigres
y alguien me salpicó de lluvia
la bufanda.
Del otro lado de la luna se oía
la voz del presidente,
clara como una campana de iglesia,
simple como el éter:

bajo los naranjos se instaló
un verano sin polillas


PALABRAS

Terror a las palabras
posiciones &
disposiciones
alrededor de un centro
en llamas
Palabras en el papel
en la luz herida
de los árboles
y las corrientes
palabras en el pan sin cortar
en las curvas del
pan sin cortar                       voy
hacia ti
en la curva de las palabras
del espacio sin cortar
el repentino
movimiento
de los labios
con
el aliento mismo
una lengua
Una lengua también
que se alza de la tierra
nuestras huellas
que hablan
como una danza
las palabras               una danza
de aliento de
imágenes la sola
imagen de un sol
ardiendo dentro
de nosotros
cuando hablamos

Las palabras se abren paso
a través de nosotros
en la curva del tiempo
las corrientes
cuando despertamos juntos
al alba
un verdadero dolor
las palabras también son
dolor
Las palabras se llenan
de saliva &  las formas
de los árboles las palabras
se forman alrededor de
una curva de luz       Te traigo
las pocas palabras que conozco
Palabras en el papel en las
hogazas que cortamos
las palabras al sol
esperan
& caen contra nosotros
traición de las palabras
de cenizas
cayendo hacia el centro
silencio que nace del habla
del silencio
tomamos aliento
espacio sin cortar
el silencio
huellas que respiran
suavemente
donde aprendemos a morir

(de JEROME ROTHENBERG, El trabajo del sueño. Antología. Buenos Aires, Hilos Editora, 2013. Selección, traducción y prólogo de MERCEDES ROFFÉ)


Jerome Rothenberg es uno de los poetas vivos más importantes de la actualidad. Nació en 1931 en Nueva York. Se ha dedicado a escribir poesía y ensayo, a la traducción del alemán, del español y poesía tribal amerindia, y a reclutar materiales dispersos que comprenden los orígenes de una tradición hasta su presente; es decir, los conjunta y logra que la tradición recrezca y se recree a través de la adhesión de lo nuevo.
Su primer gran antología engloba poesía primitiva mundial, luego congrega poesía indígena norteamericana, reúne después la poesía estadunidense vanguardista, moderna y posmoderna internacional y, sin dejar de lado su propia tradición, agrupa en un tomo poesía judía que va desde sus inicios hasta hoy.
Su obra es un proceso. Kenneth Rexroth dice de Rothenberg: "Nadie que esté escribiendo ahora ha cavado más hondo en las raíces de la poesía". Durante la contracultura de los sesenta fue protagonista en el grupo de Nueva York y el portador más notable de la poética de esa generación. Sintió lo indígena. En 1970 publica el núm. 1 de Alcheringa, que es la primera revista de poesía tribal del mundo. Convive dos años con indios séneca y escribe A Seneca Journal (1974). A raíz de esto, precisa la práctica de la Etnopoética. Revoluciona a ésta con su teoría y ejercicio de la Traducción Total: se debe obtener del poema ceremonial indio todo lo oral, no sólo lo inteligible sino también los vocablos y sonidos deformados, acompañados de instrumentos musicales y ritual/performance.
Rothenberg reconoce en la poética indígena una analogía con la experiencia Dada y la retoma en su poemario That Dada Strain (1983). A partir de entonces retorna hacia lo europeo y lo judío. Ya en 1974 había publicado Poland/1931 al que describe como "un intento experimental para explorar y recobrar fuentes ancestrales en el mundo de judíos místicos, ladrones y locos". En 1989 nace Khurbn & Other Poems como resultado de su recorrido por Polonia y los sitios del exterminio nazi. Luego en Gematria (1994) utiliza la numerología de la Torah para construir breves poemas aleatorios.
Su libro más reciente —como dice Eliot Weinberger— es siempre el mejor. En Jerome Rothenberg confluye una abundancia multicultural que enlaza a muchos mundos. Es un recluta que voluntariamente se ha enlistado para prolongar la vanguardia.






Mercedes Roffé (fot.Clarisa Pérez Spillman)
Mercedes Roffé Poeta, traductora, editora, nació en Buenos Aires, Argentina, en 1954. Desde 1995 vive en la ciudad de Nueva York. Entre sus libros de poesía se destacan El tapiz (publicado bajo el heterónimo Ferdinand Oziel; Buenos Aires, 1983); Cámara baja (1987); La noche y las palabras (1996); Definiciones mayas (plaquette, New York, 1999), Canto errante (2002); Memorial de agravios (2002), La ópera fantasma (2005) y Las linternas flotantes (2009). En 2011, la editorial Amargord de Madrid reedita Canto errante seguido de Memorial de agravios, con prólogo de Raúl Zurita. Merecen mención dos antologías de su obra: Antología poética (Caracas, Pequeña Venecia, 2000) y Milenios caen de su vuelo. Poemas 1977-2003 (Tenerife, Idea, 2005). En 2012, la editorial Vaso Roto reedita La ópera fantasma para España y México.
En 2012 también Del Centro Editores, de Madrid, publica La línea azul, un libro de fotos y poemas en una edición artesanal de 100 ejemplares numerados y firmados por la autora.  En noviembre de 2013 sale La interrogación incesante: entrevistas 1996-2012. (Madrid, Amargord, Colección ONCE), una colección de conversaciones con la autora editada por Edwin M. Lamboy.
Libros suyos se publicaron en traducción en Italia, Quebec, Rumania e Inglaterra.
Desde 1998, dirige el sello Ediciones Pen Press, dedicado a publicar plaquettes y pliegos de poesía contemporánea española y latinoamericana, y de otras lenguas en traducción al español.
Entre otras distinciones, recibió una Beca de la Fundación John Simon Guggenheim, en poesía (2001) y una beca de la Civitella Ranieri Foundation (2012).




WILLY GÓMEZ MIGLIARO: ESCENA PRIMA




Willy Gómez Migliaro






















                                                         Lo sé, hemos crecido en los mismos jardines oscuros.
                                 
                                                                                                                YVIS BONNEFOY



CAPRICHOS DE LA SRA. BEATRIZ MIGLIARO

Ud. pasea con un cigarro entre los dedos por las anchas avenidas de Magdalena,
y luego vuelve a la escena oscura de velas rojas y ollas con camotes asados
mezclando miel y resurrección frente al árbol de navidad.
Hay al principio una atmósfera de tumba
que prepara la luz
de una campana que nos llama con su preludio
de jardín y cinzano,
mientras Ud., a propósito de la bulla, de los guisados y las ventanas
de luces como ojos de niños excitados,
sufre la torcedura de sus dedos y besa al Señor de los anillos
que ha traído rosquillas de manteca, fruta seca y bizcochos de yema.
Entonces Ud. dice:
Ah, Señor, cuánto significan para mí los amigos
esta noche de diciembre.
Y vaya que estoy ebria. Béseme, por favor,
reconozca la boca de humo
de los barrios, de los hijos y del amor.

Después se aparta
y ríe frente a otros monumentos fantasmas que
llenan de imaginación sus evangelios preconizados.

Ud. es tan invulnerable
que nos llama desde un hospicio con manzanas rojas
y frente al árbol de navidad,
con campanas y música afilada por sus ángeles extremadamente ocultos
que nos extienden sus alas de yeso,
canta las cosas que la gente ha deseado.

Ud. nos abraza y vuelve a admirar sus monumentos en un trance de floración cuidadosamente definidos,
con el sentimiento en la rodilla
y los besos del fuego alzados pacíficamente desde la soledad.

Así somos frente a su árbol de navidad (yo lo sé
cada vez que el tiempo deja este olor a jardín y cinzano),
menos tristes por lo que no tuvimos,
seguros en el Golfo,
en la niebla de Egipto
y en los desiertos
donde también crecerán como los árboles de navidad
sus huesos de sepia.

A-ME PADRE

A causa del Moisés, del Mago que fue: doméstico, ordinario, hombre hermoso mojando su rostro entre lágrimas que caían de sus ojos,
mi padre (¿tenía su figura augusta?) era el religioso.

Cuando preparaba su cebiche haciendo del pescado un charco amargo,
yo lavaba las cebollas y entretenía (porque podía entretener) a los pocos cangrejos
que aún sobre la mesa manifestaban su dolor.
Entonces pensaba, con mis dolores de cabeza, aquí en mi casa de seres vulnerables:
la pérdida definitiva de su religión
                                 lo libertará.
A causa de su silencio, aunque J.P. no era como él que cantaba de rodillas
frente a las olas; a causa de sus sandalias viejas que acomodaban sus pies deformes;
a causa de su prisión mientras me daba cuenta de su poca elegancia, le besaba el rostro
y comprendía que no era la primera ni la última, mi valse de la tarde a los muertos.

¡Ah padre!  -yo me decía-  todo esto va a cambiar a causa de lo que muy poco das
para revolucionar mi vida, de lo que ya no espero como tus ansias,
fragmentando el pequeño infierno de la satisfacción.
                                                       Todo esto va a cambiar. No vendes a tu dios
y sus ideas (¡aunque deberías venderlos!), pero tus manos
tristemente recorren tu cuerpo y los cabellos de Beatrice,
                     mientras los rezos de oscura fragancia nos aísla.

Así lo reconocía, rezaba solitario, elegante como un geranio en la palma de mi mano, siendo servidumbre de una herencia; así
entre limones y olores de pescado, cerca del sueño, renegando con la lluvia de Lima. Queriéndonos finalmente cuando cantaba:
                                                       y yo somos la esperanza, el reino;
descuajaringuémonos, hijo mío, acontece que, descubriendo tu verdadero arte,
pueda mi hora, la de los resentimientos a la vida, volver.

La hora de la tarde se perdía en nuestras memorias por unas cuantas cervezas,
y yo no sabía, de pronto a quién esperaba, quién sería su invitado.
Rápidamente se ponía su saco marrón. Gotas de colonia caían de su espalda,
mientras en el espejo su alma se retorcía como un gato chocho y nocturno. Fumaba. ¡Era la procesión! ¡Era la procesión!
-¿Qué sabe de ti una esfinge de yeso?  -yo le decía-. Nunca lo supe.

Seré sincero. No conseguía llevarlo al extremo de la duda, era un rompecabezas hindú, sin embargo, el bullicio de los barrios traía consigo la belleza de una religión
pero no trae -como le decía Beatriz- el amor que promete todo
sino solo la anunciada y serena tristeza de tus valses.
                                        
                                       Olor a uvas (¿eran olores raros en invierno?),
olor de la mujer  que nos amaba, olor de nuestros cuerpos de familia brillando
ante la esfinge donde uno de los dos perdía la razón y callaba
a causa de lo que no fuimos, de lo que no trajimos.

Entonces
con el rostro blanquecino de la esfinge y los labios rotos, me decía: 
                      porque nunca tuve a mi padre para una oración bíblica,
porque J. P. ya renunciaba a las olas del miedo y conservé por
ambición al mismo fantasma de septiembre
y fue cruel porque el fantasma traicionó
a causa de lo que esperé,
de lo que sigo esperando
sobre la tumba crecida de tu infancia.

Yo que estuve cerca de su corazón: lavando cebollas, entreteniendo
cangrejos, pensando en la pérdida definitiva de su religión,
me desvié de la senda de las cabras.

¡Ah, si supiera qué solo y enfermo me siento a veces!

LA MIRADA ATRÁS

Recojo los caracoles que se detienen en el garaje de la casa de M
Marco en el calendario
                                 los días de llegada de cada una de estas babosas.
                         Contribuyo al negocio de M
                         y busco más de estos animales. Baba de caracol
para las arrugas, baba de caracol para los dolores musculares,
baba de caracol
                            para tus huesos débiles por el tabaco. Ah
                            el animal cura, mi gran amor, y no lo sabía.
              Ahora yacen dispuestos sobre las verjas
                                             y también
sobre la caja de herramientas que ha olvidado mi suegra.
Suenan mis oídos con el sonido que hace mi cuñado A
                       al martillar el tubo de escape de su camioneta blanca.
Desisto, por un momento, de mi rutina
y comunico a mis inquilinos, a través del teléfono,
el nuevo pago de alquiler.
La caminata me envuelve de tiempos,
y es como si creara una ausencia de pistas transponiendo otros barrios.
La tarde apenas quiere terminar.
    Mis vecinos me esperan, voy al rescate de ellos
que se conducen con seguridad a firmar los documentos de alquiler.
Agarrada a su perro, la Sra. S cree mover la mano de sus pensamientos
para no quedar desamparada;
el Sr. R aprovecha para hablar de abrigos y ternos a un precio cómodo
y no puede convencerme de confeccionar uno para mí;
V confiesa que no tiene dinero. Ya nadie tiene dinero, dice,
para quines venimos de provincia es difícil conseguir dinero;
J recibe con gratitud un contrato del banco.
Pronto estará afuera, tímidamente en la lluvia,
recordándome a su padre cuando salía de la imprenta
de la calle Daniel Nieto
en el Callao
e iba hacia <<los asimientos del futuro>>.
¿Cuáles?
        Me explica.
Todo fue a pedir de boca cuando los niños se quedaron solos
                                 y mi padre no apoyó a los obreros gráficos
y vino la traición de C que ya no podía seguir callando.
Cuando regresé de comprar gasolina para el carro de B,
encontré a mi padre con los brazos ensangrentados en la habitación de E.
B lloraba.
B llora, hasta ahora,
las decapitaciones de su cuerpo que nosotros no supimos limpiar.
Es cierto, J  -pienso-
cada día crece una familia espléndida en la tragedia.
Pero también es cierto el aprendizaje de la limpieza
como dicen que hizo Rodolfo
y no para la felicidad sino para la salud. 
J me hace daño cuando habla,
nunca avizoro un signo de palabras felices en su vida. Debo irme.
                             Se amarilla la piel de los enfermos en Lima. Los veo
en los bancos, en las escuelas y en las calles. Se mueren finalmente
   con destellos de tristeza en los ojos.
Ahora hay una distancia entre ellos y yo, entre la conversación
de mis inquilinos y la sombría decisión de los sobrevivientes,
entre el negocio de caracoles de M que hecha luces
        y mi forma de contribuir a un film oscuro.
Fumo un cigarro premier camino a casa. Cuídate de los perros, me digo, 
en la siguiente calle o toma otro camino
y ya no regreses. Ya no regreses ahí.

WILLY GÓMEZ MIGLIARO (Lima, 1968) Poeta. Hapublicado: Etérea (Hipocampo Editores, 2002), Nada como los campos (Hipocampo Editores, 2003), La breve eternidad de Raymundo Nóvak (Hipocampo Editores, 2005), Moridor (Pakarina Ediciones, 2010); Construcción civil (Paracaidas editores, 2013) y Nuevas batallas (Arteidea editores, 2013) Compilador del libro OPEMPE, relatos orales asháninka y nomatsiguenga (2009).