La voz de Farid Méndez
está hecha de piedra, de mármol, de granito, en sus carcajadas bajan los
arenales ensimismados que forman el laberinto, la sed del que murmura, de
aquel que llama a la vendedora de sombras, la misma que corrige su
soledad los patios de la
Alhambra.
Amanece, y un viento de las colinas dibuja símbolos en las pupilas. Oímos la
voz: “No hay ruido en la caída, sólo la caricia del viento”.
Es el retrato hablado de un sueño. Farid enmarca esos rostros para
llamarlos después desde la otra orilla. Su poesía es la búsqueda incesante de
su propio yo en cada cosa que toca, en cada gesto del mundo, en la
soledad del viaje y su regreso, en el imaginario trasegar de una palabra donde
se esconden muchos secretos, la sonoridad de su vida entera y el
cansancio perentorio de llevarla a cuesta como un peregrino
anónimo, y más allá de su infatigable lucha por sobrevivir a sus obsesiones,
Farid Méndez su torre de marfil en Piedecuesta, sus murmullos llegan a todas
partes, las pareces del tiempo le devuelven su eco, cada palabra que ha
guardado el cielo y que no llega hasta el papel en blanco.
Este libro es una búsqueda a través de diversas intuiciones del poeta, donde
sin ambages se permite dilucidar sobre su experiencia personal a través de
emociones e impresiones diversas sobre distintos paisajes, soberano de su
propia época y testigo de sí mismo, y así va recorriendo los linderos de
una intrincada y visceral melodía que lo empuja a conquistar cada porción de
infinito que el universo le regala, cada promesa, cada pedazo de tierra
santa donde dejar su huella como sentencia clara de un día estuvo ahí. Farid
Méndez se reconoce en menos en su vida personal que en trabajo poético, pues es
ahí donde realmente trabaja como arquitecto del lenguaje, trazando los planos
de una estructura para alcanzar a los dioses, para no limitar sus deseos
y esa sed ingrávida de poseer la sílaba salvadora, el tesoro que brille más
allá de sus palabras y su anécdotas como hombre y como guerrero. La voz que
bordea la piedra cae desde lo alto:
“¿Puedes ver que ese desierto se cae de tus manos
como la arena de un reloj quebrado
que cae sobre el viaje del tiempo…?”
Antes que el verso
aniquile su soledad, ya lo espera en un recodo de sus paraísos artificiales esa
primera imagen que añora, su verdadera esencia dentro del paisaje que lo
habita, sus ríos interiores y sus valles, y mucho antes de que caiga la lluvia,
la lectora transparente, o que aterrice el relámpago, el mensajero, con
noticias de otros mundos, con metáforas nuevas.
Fernando Denis
Farid Méndez Lozano: 5 Poemas.
LA
NOCHE CUANDO MURIÓ ESTEBANA
CARRASCAL
A Nancy Lozano Carrascal.
Huye de la choza donde
ella expira
y déjale su agonía a los
viejos.
Eres todavía una niña…respira,
corre y que tu carrera
asombre a los conejos.
Escapa de la tragedia
y para despistar el dolor,
hunde tu mirada en el Caribe;
todavía la muerte asedia,
corre por la playa, corta
la flor
nocturna que nace en la
boca del volcán
y permite a tus recuerdos
aliarse con la brisa.
Allá, en el falso zaguán
se extiende el cuerpo yerto
de tu madre, no hay prisa
por regresar a la choza,
ya no tiene sentido,
ella hace parte del vacío
rotundo de la muerte, solloza
y mejor piensa que no se
ha ido,
que camina contigo
por esta playa, por esta
noche fría
y larga. El recuerdo de su
abrazo te traerá
[el abrigo
en los inviernos venideros.
La medallita de la
[Virgen María
que te regaló en Navidad
será tu escudo,
el golpe de las olas con
la arena será su voz…
Mira la mano de tu madre diciéndote
adiós -el nudo
que las une no se desatará
jamás-. Su veloz
silueta de mujer se aleja
por las colinas nocturnas
de la sabana…
En sus ojos se refleja
la angustia de dejarte
sola… dile que estarás bien,
[que
con la mañana
llegará la luz .
LA NOCHE
ESTRELLADA EN PIEDECUESTA
¿Puede ser esta noche
luminosa
la señal de una astuta
eternidad
que empieza a caer sobre
la tediosa
silueta del pueblo? La austeridad
de las estrellas entre la
marchita
jerarquía del templo
divide el cielo
para que la media
luna permita
la llegada del silencio.
Aquel velo
invisible de blancos y
amarillos
ha caído en las lomas del
macizo
y no puede herirlas con su
cobrizo
secreto, ni ocultarlas en
su brillo
fugaz. El árbol crece
hasta tocar
las estrellas que no cesan
de girar.
LLUVIA
No sé qué trata de decirme
la lluvia,
sólo sé que su golpe llena
de paz
mi alma; humilde, la
música fugaz
de su sinfonía, mientras
todo se nubla,
me devuelve a la vida, al
sueño desdeñado
del niño que fui. A lo
lejos se desprende
la tormenta... el patio
juega con los duendes
y las fábulas retornan
temblando
a la piel de las hojas.
Veo las gotas,
sus quebradizos cristales
reflejando
el espíritu del monte. Sé
que azotas
el verano... sé que
acaricias el cultivo,
sé que me has recordado que aún estoy vivo.
OBRA NEGRA
Tus caballos se cansaron
de correr
por esas tierras enloquecidas de soberbia y vastedad.
Tierra de águilas, de
fantasmas, de soledad
y de ausencia… muchacha:
la nostalgia te está dando de beber
su dulce veneno…
¿Puedes ver que ese
desierto se cae de tus manos
como la arena de un reloj
quebrado
que cae sobre el viaje del
tiempo… de tu tiempo alterado,
y vulnerable,
sobre los lejanos
techos de tu hogar,
sobre el rostro de tu
madre envejecido y mudo?
Cierra los ojos, el viento
te dirá el camino,
la promesa no se ha roto,
lo que el olvido no pudo
tragarse está puesto sobre
la mesa; relájate, la muerte no vino
a nuestro bazar…
paso de largo sin darse
cuenta de que aquí la vida sobra
y se escurre por los brazos
de los distraídos.
Cuando llegues, si quieres
buscar mi casa… es la que está en obra
negra (no te estaba
esperando) , casi no hay nada construido…
mi cama es de heno,
mis techos de cartón y mi
paredes de tela;
pero creo que pueden
protegernos
de toda vorágine, de
vetustos y siniestros gobiernos.
Pasa, siéntate en la
terraza imaginaria, descansa… siente como tu recuerdo
[vuela.
PARQUE DE LAS HERMANAS
A la gallada del parque y a los colibríes que no
volvieron.
Caminábamos por un sitio
que ya no era nuestro,
tal vez nunca lo fue,
quizás solo era un bello préstamo,
un truco leve y siniestro
de nuestros parientes
nómadas… Caminábamos por cortos tramos
temiendo caer en alguna
trampa, o ser arrollados
por algún evento furtivo.
Cuando se iba la
tarde, nos vimos raptados
por la fuerza de un
compulsivo
delirio: Ahí estaba el parque, el Parque de las Hermanas,
el teatro de nuestra
divina infancia
carcomido por la desidia
de los invasores. La plana geografía
de ese mundo de colibríes
y ceibas y fragancias
suaves de inocencia y
lluvia moría con nosotros
como un apéndice de
nuestra efímera vida.
Miramos hacia adentro,
hacia el bosque donde pastaron los
potros
imaginarios del juego,
donde se dispersaba la huida
de los venados, donde
asechaba el cazador y se escondía
de mi la muñeca morena de
profundos silencios que eras tú…
y vimos una legión de
fantasmas que volvía
de esa guerra eterna que
se tragó a Mambrú
y vimos cerrada la ventana
de la furia de Gárgamel
y el árbol que
todavía lloraba lagrimas rosadas
de tanto extrañar a los
pericos, y la nube de rímel
que venía a
ennegrecer las flores desmayadas.
Farid Méndez Lozano (Barranquilla,
Colombia, 1977). Poeta y narrador. Arquitecto de profesión, ha vivido la mayor
parte de su vida en Piedecusta y por algunas temporadas en Montreal, Canadá,
Miami, EEUU y Barranquilla, Colombia.
Inédito.