Washington Benavides |
El señor tiempo tratando,
inútilmente, de encontrarnos, Macedonio, más debo recurrir a la dispersa
bibliografía sobre sus divertidos y patéticos pasos en el Zapallo que llaman
Cosmos.
Usted, dispersando con una
energía de labrador, su pensamiento. El suyo y el de todos los que alimentaron
su cabeza despeinada. ¿Usted siempre fue viejo como lo muestran las fotografías
y dibujos que intentan apresarlo? Claro que no.
Cuando usted y otros acólitos
del misterio (el padre de Jorge Luis, entre otros) llevaron a cabo (y rabo) la
cruzada libertadora del Paraguay; para fundar allí (me imagino) una república
socialista utópica, y ante la coalición de ríos serpentarios, bosques del
Wahalla y mosquitos como aviones, cedieron el terreno y regresaron a Santa María
del Buen Ayre. Allí abandonó la abogacía. Según Ud., ella dijo:”Muchas
gracias”.
Anduvo por el litoral de
nuestro País, y allí (en Mercedes) conoció a una muchacha llamada Mecha que lo besó:
Y, un caballo que intentó montar en
Pocitos lo mordió en el hombro: “Y casi me extrajo de encima. Qué animal
paciente: tironeaba y seguía tirando, pero como era tan largo…entre los dos no
conseguíamos salir de él.” Sobre su nacimiento, dispersó noticias contradictorias,
pero la verdad es “El Universo o Realidad y yo, nacimos el lº de junio de 1874”. Nacer (no París) para
Macedonio era una fiesta, tal vez, por ello, juega con nosotros a modificar sus
fechas.
Ud. es un gran poeta. Escribió,
cuando muere su esposa Elena de Obieta, un poema fundamental. Poema que según
el crítico Roy Bartholomew “justificaría un país, una cultura”. Es verdad. Y
olvidado durante años en una absurda lata de bizcochos:
“No eres, Muerte, quien por misterio
Pueda a mi mente hacer pálida
Cual eres. ¡Si he visto
Posar en ti sin sombra el mirar
De
una niña!”
Y a la par, escribía: “Un
paciente en disminución”, apólogo feroz, que
como otros Pasajes,
integran el cauce sin cauce de la novela “Papeles de Recienvenido”: “El Sr Ga había
sido tan asiduo, dócil y prolongado paciente del Doctor Terapéutica que ahora ya
era sólo un pie….”
Desde muchacho lo leí.
Vaya a saberse cómo!
Llegó a mis manos su libro
de Poemas, editado en México, Editorial Guarania. Colección Nezahualcoyotl,
1953.
Y como dice su más adelantado
discípulo (Borges) Ud. reunía, a los hermanos Dabove y a Jorge Luis, en una Confitería de la calle Jujuy, y allí ,como
otros grandes maestros del pensar, su conversación bailaba del tango al Yo y al
Idealismo.
Aquel muchacho del Norte
que lo leyó como a una Nuevas Escrituras descubiertas, lo siguió leyendo y lo
lee, hoy, con 84 años sobre el lomo. Sigue Ud.
siendo un buen compañero de camino, vayamos a Santiago o Canterbury, al Bar de
Guillama o al Estadio Centenario.
Y si revuelvo mis papeles
en una lucha similar a la suya con el caballo de Pocitos, siempre lo reencontraré,
taimado, lúcido, con su humorismo metafísico y su conclusión que “La Realidad y La Nada comulgan: El Yo, Materia,
Tiempo, Espacio, son los faltantes en el mundo.”
Hasta mañana, Macedonio.
(Junio del 2014.
Montevideo)
W.B., P.O.R., E.M. |
Washington Benavides (Tacuarembó, Uruguay, 1930) Poeta, traductor y
músico. Ha publicado, entre otros títulos: Tata Vizcacha (1955); El poeta
(1959); Poesía (1963); Las milongas (1965); Los sueños de la razón (1967);
Poemas de la ciega (1968); Historias (1970); Hokusai (1975); Fontefrida (1979);
Murciélagos (1981); Finisterre (1985); Fotos (1986); Tía Cloniche (1990);
Lección de exorcista (1991); El molino y el agua (1993); La luna negra y el
profesor (1994); Los restos del mamut (1995); Moscas de provincia (cuentos,
1995); Canciones de Doña Venus (1998); El mirlo y la misa y Los pies clavados
(2000).
Entre los autores que ha traducido se cuentan:
Guimarães Rosa, Oswald de Andrade, Carlos Drummond de Andrade y Affonso Romano
de Sant’Anna.
Sus poemas y canciones han
sido musicalizados y grabadas por: Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti, Eduardo
Darnauchans, Héctor Numa Moraes, Carlos Benavídez, Los Olimareños y Los Zucará.