sábado, 14 de mayo de 2016

Jorge Landaburu: Breves



 
Jorge Landaburu






























Un compañerito de jardín de mis nietos

Un compañerito de jardín de mis nietos mellizos (de Ernesto y Amadeo, que tienen cinco años recién cumplidos) creyó verlos por la calle y lo comentó con su mamá. Así que la señora, como siempre es bueno poner en duda las palabras de los niños, dijo distraídamente:
            –¿A los mellizos? ¡Qué bien!
            –A los mellizos no –replicó el chico–; a Ernesto y Amadeo.
            –Claro –insistió la mujer–. Viste a tus compañeritos de grado, los mellizos…
            –¡No, mamá! –exclamó el pibe casi a los gritos– ¡A Ernesto y Amadeo, que iban en un auto…!
            La madre entonces desplegó el consabido bucle barroco (y didáctico hasta la náusea) para preguntar en voz baja y de modo silabeante:
            –Muy bien. Veamos: ¿quiénes son Ernesto y Amadeo? ¿No son los hermanitos mellizos que van con vos a la escuela?
            –No –concluyó el hijo–. Son esos dos que tienen la misma forma.

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Dolores

Camino por el barrio del Congreso y me digo una vez más que abundan las historias que siguen después del final, y por inercia, aunque no estemos educados para continuarlas.
Entro en una farmacia casi vacía. El vendedor despide al tipo que primero veo de espaldas y luego de frente, cuando se dirige hacia la puerta de salida. El vendedor ha dicho que no tiene, que no puede llevárselos porque se acabaron, y cuando el hombre gira comprendo que es un homeless, un hombre maduro, un miserable sucio y harapiento, de andar vacilante y con ojos de locura. Se va. Yo miro al farmacéutico y pregunto qué había sucedido. Responde que nada fuera de lo común, que aquel homeless caía siempre por el negocio para pedir muestras gratis, esos remedios de propaganda que dejan los laboratorios. Insisto: quiero saber si está enfermo. Entonces el farmacéutico, sonriendo, responde: De ninguna manera. El tipo sólo viene a buscar analgésicos.


De boca en boca

Como dos señoras gordas, bienpensantes y llenas de nobles intenciones, hablábamos con un amigo de la conveniencia de mantener y elevar la educación en general, hasta que un tercero entró y dijo que otro, a raíz de lo mismo, hizo un aporte de interés. Silencio. Cuando en la Policía implementaron el pago de los sueldos a través del sistema financiero, prosiguió el intruso, el aportante ausente habría dicho que un cana tomó su cheque y se presentó en la ventanilla del banco, donde el cajero le dijo que estaba todo bien y que lo firmara al dorso. El tipo quedó rígido. Al dorso, insistió el cajero, ¡al dorso!, pero el policía siguió como si nada, hasta que el cajero se dio cuenta y tradujo: Firme al dorso, atrás, ponga una firma atrás y le pago lo que corresponde…
Tres o cuatro días después jugaban un clásico en Avellaneda y el cana recientemente ilustrado tenía que controlar una de las puertas laterales de la cancha, donde habían puesto vallas metálicas. Pero la presión de la gente era insoportable. Y como los más audaces estaban a punto de saltar el vallado de contención, el cana se puso a recorrerlo pegando golpecitos de advertencia con su garrote mientras decía con voz aguardentosa y cuartelera: ¡Al dorso, señores, al dorso! ¡Permanezcan todos al dorso…!



Jorge Landaburu (Buenos Aires, 1950). Narrador, poeta, ensayista y periodista. Ha publicado entre otros títulos: Pinos Verdes (poesía, 1966); Se lo tragó la tierra (novela, 1985); Una alternativa en la historia. Frondizi: del poder a la Política (ensayo histórico, 1999); Argentina: El imperio de la decepción (ensayo de crítica cultural, 2001) y La caída del Cielo. El cristianismo posmoderno y las herejías de la New Age (ensayo de crítica cultural, 2007). Sus textos han sido incluidos en distintas antologías. ‘Negro el 22’ integra el volumen Siete medios para el mismo fin de próxima aparición.