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Nicolás Olivari |
Antiguo
almacén “A la ciudad de Génova”
de
Cangallo y Ombú.
Tu
recuerdo se viene en pareja
con
el recuerdo de mi lejana infancia
mientras
un cuarteador criollo
—malevo
y picaflor—
cuarteaba
la cucaracha que
iba hasta Boedo y Europa
o
sea: el fin del mundo.
Y
cuando el General Don Julio Argentino Roca, en coche,
inauguró
la máxima cloaca
que
en su entraña Cangallo encierra.
Te
recuerdo en las vueltas del coperío
de
tu coro de borrachos,
apilados
al estaño de tus mostradores
donde,
en una losa, triste como mi infancia,
—verdinegra
de codos y de malas palabras—
había
esta cuarteta:
“Si
las Casas introductoras
Me
fiaran las cuentitas
yo
también a mis amigos
les
fiaría las copitas”.
(¿Dónde
estás, François Villon, linyera o atorrante
que
a tu inspiración libraste un alcohólico instante?)
Te
recuerdo, Cangallo y Ombú,
esponjada
mi memoria en la fiebre de mis muchos males,
porque
yo estaba siempre enfermo
—los
umbrales de Cangallo han recogido todas mis fiebres—
mis
ardores de lagarto acurrucado al buen sol del 905,
sol
que fue mejor que el del Centenario para mis raquíticos huesos…
Te
recuerdo Cangallo y Ombú:
¡Mi
madre era entonces tan joven y tan bella!
—La
más hermosa de todas las mujeres—
Me
acunaba con La Morocha.
Fue
la primer palabra argentina que escuché en el dulce dialecto
de su boca:
“Yo soy la morocha,
la más agraciada…”
¡Cangallo
y Ombú!
Si
sos toda la urbe del recuerdo,
si
estás reventando de nostalgia,
como
reventaban los claveles detrás de la
oreja del malevo Julio,
el
que mató al cabito Ibañez. Como reventaban
los
balazos en el atrio de Balvanera en las bravas elecciones nacionalistas,
cuando los Vásquez, con su botín elástico
y el bolsillo hinchado de patacones
remataban
libretas en el comité de la vuelta,
donde
yo acudía con los ojos agrandados por el espanto electoral,
llevado
de la mano por mi tío,
el
dueño del “Antiguo almacén de Génova”,
que,
imperturbable y gubernista,
vendía
la caña de durazno al comité.
El
entierro del General Mitre
preludió
las primeras manifestaciones socialistas,
y el coro de “La Internacional”
—exótica, cosmopolita y bárbara
como una gárgara de
grapa.
Cangallo y Ombú
yo he visto que por tu
esquina desfilan las sombras desfondadas
a puñaladas
con un boquete en el
pecho y en la frente una greña aceitada…
Los malevos, los
italianos
buenos y borrachos
de mis recuerdos.
Miquelín, grande como
una estatua,
que se iba a la cosecha
y volvía rico dos semanas
—apenas para pagar la
vuelta a todo el barrio—.
Mientras le duraba la
plata cantaba,
cantaba las lejanas
canciones milanesas de su tierra
y hombreaba recuerdos
como hombreaba cereal…
Pero cuando era inútil
pedir fiado
empezaba a hablar mal.
Tenía el vino malo y
maldecía de la Virgen, Nuestra Señora,
con feroces palabras que
deglutía mi avidez porteña.
Trémolos compadrones de
cuarteadores
y cinchadas de vascos
lecheros junto al boliche.
Figuritas de cigarrillos
Vuelta Abajo
y puchos de Brasil.
En esta mezcla gateó mi
infancia
y desde allí me vino
este amor tan grande que te tengo,
¡Buenos Aires!
Buenos Aires, loma del
diablo, Buenos Aires, patria del mundo,
Buenos Aires, ancha
larga y grande,
como aquella primer
palabra en argentina que le oí a mi madre:
“Yo soy la morocha
la más agraciada…”
¡Buenos Aires morocha de
río, de hierro y de asfalto!
¡Buenos Aires! Si seguís
siendo la más agraciada de todas la poblaciones.
(En Antología Poética Argentina,
compiladores Jorge Luis Borges, Silvina
Ocampo, A. Bioy Casares, Sudamericana, Buenos Aires, 1941.)
Nicolás Olivari (Buenos Aires
1900-1966). Poeta, cuentista, letrista y guionista de radio y cine.