miércoles, 5 de octubre de 2016

Nicolás Olivari: Antiguo almacén “A la ciudad de Génova”




Nicolás Olivari





































Antiguo almacén “A la ciudad de Génova”
de Cangallo y Ombú.
Tu recuerdo se viene en pareja
con el recuerdo de mi lejana infancia
mientras un cuarteador criollo
—malevo y picaflor—
cuarteaba la cucaracha  que iba hasta Boedo y Europa
o sea: el fin del mundo.
Y cuando el General Don Julio Argentino Roca, en coche,
inauguró la máxima cloaca
que en su entraña Cangallo encierra.
Te recuerdo en las vueltas del coperío
de tu coro de borrachos,
apilados al estaño de tus mostradores
donde, en una losa, triste como mi infancia,
—verdinegra de codos y de malas palabras—
había esta cuarteta:

“Si las Casas introductoras
Me fiaran las cuentitas
yo también a mis amigos
les fiaría las copitas”.


(¿Dónde estás, François Villon, linyera o atorrante
que a tu inspiración libraste un alcohólico instante?)

Te recuerdo, Cangallo y Ombú,
esponjada mi memoria en la fiebre de mis muchos males,
porque yo estaba siempre enfermo
—los umbrales de Cangallo han recogido todas mis fiebres—
mis ardores de lagarto acurrucado al buen sol del 905,
sol que fue mejor que el del Centenario para mis raquíticos huesos…
Te recuerdo Cangallo y Ombú:
¡Mi madre era entonces tan joven y tan bella!
—La más hermosa de todas las mujeres—
Me acunaba  con La Morocha.
Fue la primer palabra argentina que escuché en el dulce dialecto
         de su boca:

                          “Yo soy la morocha,
                            la más agraciada…”

¡Cangallo y Ombú!
Si sos toda la urbe del recuerdo,
si estás reventando de nostalgia,
como reventaban  los claveles detrás de la oreja del malevo Julio,
el que mató al cabito Ibañez. Como reventaban
los balazos en el atrio de Balvanera en las bravas elecciones nacionalistas,
cuando  los Vásquez, con su botín elástico
y  el bolsillo hinchado de patacones
remataban libretas en el comité de la vuelta,
donde yo acudía con los ojos agrandados por el espanto electoral,
llevado de la mano por mi tío,
el dueño del “Antiguo   almacén de Génova”,
que, imperturbable y gubernista,
vendía la caña de durazno al comité.

El entierro del General Mitre
preludió las primeras manifestaciones socialistas,
y  el coro de “La Internacional”
—exótica, cosmopolita y bárbara
   como una gárgara de grapa.

Cangallo y Ombú
yo he visto que por tu esquina desfilan las sombras desfondadas
            a puñaladas
con un boquete en el pecho y en la frente una greña aceitada…

Los malevos, los italianos
buenos y borrachos
de mis recuerdos.
Miquelín, grande como una estatua,
que se iba a la cosecha y volvía rico dos semanas
—apenas para pagar la vuelta a todo el barrio—.
Mientras le duraba la plata cantaba,
cantaba las lejanas canciones milanesas de su tierra
y hombreaba recuerdos como hombreaba cereal…
Pero cuando era inútil pedir fiado
empezaba a hablar mal.
Tenía el vino malo y maldecía de la Virgen, Nuestra Señora,
con feroces palabras que deglutía mi avidez porteña.

Trémolos compadrones de cuarteadores
y cinchadas de vascos lecheros junto al boliche.
Figuritas de cigarrillos Vuelta Abajo
y puchos de Brasil.
En esta mezcla gateó mi infancia
y desde allí me vino este amor tan grande que te tengo,
           ¡Buenos Aires!
Buenos Aires, loma del diablo, Buenos Aires, patria del mundo,
Buenos Aires, ancha larga y grande,
como aquella primer palabra en argentina que le oí a mi madre:
           
            “Yo soy la morocha
              la más agraciada…”

¡Buenos Aires morocha de río, de hierro y de asfalto!
¡Buenos Aires! Si seguís siendo la más agraciada de todas la poblaciones.

(En Antología Poética Argentina, compiladores  Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo, A. Bioy Casares, Sudamericana, Buenos Aires, 1941.)


Nicolás Olivari (Buenos Aires 1900-1966). Poeta, cuentista, letrista y guionista de radio y cine.