Lawrence Ferlinghetti |
Estoy hojeando
una gran antología de poesía contemporánea, y pareciera ser que “la voz que es
grandiosa en nuestro interior” suena en nosotros mayormente como una voz en
prosa, sin embargo se halla dispuesta en la tipografía de la poesía. Esto no
quiere decir que sea prosaica o no tenga
profundidad, esto no quiere decir que
esté muerta o muriéndose, o que no sea
agradable o que no sea bella o que no
esté bien escrita o que no sea ingeniosa o valiente. Está muy viva, muy bien
escrita, bonita, “vivaz prosa —prosa que se mantiene de pie sin las muletas de
la puntuación, prosa cuya sintaxis es tan clara que puede ser escrita sobre toda la página, en formas abiertas y campos
abiertos, y ser todavía, transparente, prosa muy apreciada. Y en la tipografía,
el intelecto poético y prosaico se enmascaran en el ropaje de uno y otro.
Caminando
a través de nuestros edificios en prosa en el siglo XXI, cualquiera puede mirar
hacia el pasado y maravillarse ante esta época extraña que le permitió a la poesía caminar en los
ritmos de la prosa y aún denominarla poesía. La poesía moderna es prosa porque
suena tan apagada, sumisa, como cualquier mujer u hombre en las ciudades cuya fuerza vital
está sumergida en la vida urbana. La poesía moderna es prosa pues no tiene
demasiado duende, oscuro
espíritu de tierra y sangre, no
tiene el alma del canto oscuro, ni pasión por la
música. Al igual que la escultura moderna, ama lo concreto. Como el arte
minimalista, minimiza la emoción, se inclina por una ironía implícita, discreta, y una insinuada intensidad. Como tal es la
poesía perfecta para el hombre tecnocrático. ¿Pero en cuántas ocasiones esta
poesía se eleva sobre el mezquino nivel del mar de su burbujeante chatura? Ezra Pound en una ocasión decantó su opinión
que sólo en tiempos de decadencia la poesía se separa de la música. Y es así
como termina el mundo, no con un canto
sino con un lloriqueo.
Hace
ochenta o noventa años, cuando todas las
máquinas comenzaron a zumbar, casi (como parecía) al unísono, ciertamente el
lenguaje del hombre comenzó a ser afectado por el absoluto staccato de las máquinas. Y
la poesía de las ciudades amplificó
esto. Whitman era un remanente del pasado, entonando el Canto a mí
mismo. Y Sandburg, otro, cantando sus sagas. Y Vachel Lindsay acompañando el canto con ritmos de tambor. Y
más adelante estaba Wallace Stevens con su armoniosa “música ficta”. Y estaban Langston
Hughes y Allen Ginsberg, salmodiando sus mantras, cantando a Blake. Hay otros
todavía en todos lados, poetas del jazz y poetas acompañándose con instrumentos
de cuerda y plañideros llorones en las
calles del mundo, haciendo poesía de lo urgente insurgente. Ahora, poesía del
inmediato yo del instante, el encarnado carnal
yo (como D.H. Lawrence lo llamó).
Pero la
mayor parte de la poesía fue atrapada en el tipo caliente del linotipo y ahora
en el tipo tan frío de la computadora. No hay canto entre
los tipiadores, no existe el canto en nuestra arquitectura concreta, nuestra música concreta. Y los ruiseñores todavía pueden
estar cantando en las cercanías del convento del Sagrado Corazón, pero apenas
podemos oírlos en las tierras baldías de T.S. Eliot, ni en sus Cuatro cuartetos (que no pueden ser
ejecutados con ningún instrumento y aun así son la prosa más bella de nuestro
tiempo). Tampoco hay canción en la baldía prosa de los Cantos de Ezra Pound,
pues ya que no son cantos pues es
imposible cantarlos. Ni en la prosa pangolín de Marianne Moore (que
definió su escritura como poesías a falta de un nombre mejor).
Tampoco en la gran prosa en verso blanco de Karl Shapiro hallaremos el canto,
ni en el lenguaje más allá de los límites de la urbe de William Carlos Williams
, no lo encontraremos en el plano
lenguaje de su Paterson. Todo esto es
aplaudido por lo aplauden los profesores de poesía y los reseñadores en todos
los mejores lugares, ninguno de los cuales cometerá el pecado original de decir
que la poesía de algunos poetas es prosa en la tipografía de la poesía
—tampoco los amigos del poeta nunca se
lo dirán, tampoco los editores del poeta
jamás se lo dirán—es la más estúpida conspiración del silencio en la historia
de las letras.
La mayor
parte de la poesía contemporánea es prosa poética pero está diciéndonos
bastante, es un ejemplo de la muerte del
espíritu a la que nos está sometiendo la civilización tecnocrática, enredada en
máquinas y nacionalismos machos, mientras algunos continúan anhelando la
presencia de algún ruiseñor entre los pinares de Respighi. Es el pájaro
cantando lo que nos brinda felicidad.
(en Poetry as Insurgent Art)
Versión Esteban Moore