Carlos Bègue |
"Si el
avaro fuese sol,
a nadie daría calor"
(Refranero del sur bonaerense)
a nadie daría calor"
(Refranero del sur bonaerense)
1
En el arte de ascender
-acredita la
experiencia-
lo importante no
es caerse
antes bien
gritar ¡arriba!
Todo es cuestión de querer
y ubicar alta la
mira.
Mucha fe debe
tenerse
para no ir a la
deriva.
Ningún bien perdura siempre,
al menos en esta
vida.
A todos sopla la
Muerte
frente a ella no
hay huída.
Nublada tiene la
mente
quien riquezas a
porfía
junta un año y el siguiente
mas del reparto
se olvida.
Cuando las obras
nos cuenten
aquel Día de Justicia
entre fuegos los
tridentes
castigarán la avaricia.
2
Cual perdiguero
a su presa
busca la oferta
el avaro
y para nada le
pesa
husmearla por
los mercados.
Aunque vencida la fecha
lo hará feliz largo rato
plantar un pollo
en su mesa
junto al clarete
barato.
La salud no toma
en cuenta
mucho menos el
mal trago;
glotón, devora las presas
de sabor harto
pasado.
Necio la compra
celebra
“de algo has de
morir, hermano”,
su otro yo lo melonea.
su otro yo lo melonea.
Él, a fondo, lame
el plato.
3
Dama de muchos
disfraces
en el carnaval
mundano
Avaricia, sin
gastarse,
halla pareja a
la mano.
Vale igual sexo
o pelaje
rija el invierno
o el verano
a sus pies verá postrarse
al gigante y al
enano.
Bajo filas del
chetaje
hay fulanas y
fulanos
decididos a
negarle
cierto alivio al
desamparo.
Para adentro es
el rascarse
mero juego de
villanos
¿ayudas o
caridades?
no sueltan un
pinche mango
Otra estofa el
sabalaje;
al alegrar a un
descalzo
es más cálido el mensaje:
“Tomá , hermano, estos tamangos”.
Qué distintos los paisajes
hacia uno u otro
costado.
Entre los negros
sin traje
ninguno escupe
el asado
SONETOS
DEL MALESTAR
1
Infecta rata que al huir declinas
los restos de una honra que a los perros
tiraste sin sonrojo ni coleto
al cabo de una vida asaz mezquina.
Cómo pudiste rebajar tu hombría
tras ser educado con tanto esmero
aunque pronto olvidaras tu abolengo
enraizado en conspicuas hidalguías.
Ducho en las malas artes del despojo
cruel dejaste en la calle, al garete,
a decenas de huérfanos y viudas.
Oye: diste y quitaste a tu antojo,
para pocos miel, para muchos peste;
las ganancias, claro, siempre fueron tuyas.
2
Con garra fría la celosa envidia
tu pecho muerde, ricachón al pedo
cuando ves pasar, el fardo ligero,
al que en cualquier plaza deja ir el día.
Si el dólar o las bolsas son tu guía
y por codicia doblas tus empeños
más repele tu abominable credo
que al vacío vivir falto de miras.
Los números astillan tu cabeza
y hora a hora te sabes estreñido
sin que amengüen los yuyos tal acoso.
A pasos de tu bulo, en la vereda,
a pata suelta
ronca con silbidos
un borrado del círculo virtuoso.
3
Aderezadas con medias verdades
las grandes mentiras, a fuego lento
cocinadas, son el mejor potaje
para fruición de paladares negros.
Estos repúblicos son raras aves,
a todos les sienta obrar como el tero
que afina tres veces en un paraje
y en otro, alejado, pone los huevos.
Que a nadie extrañe la comparanza:
guita por huevos ¡Dios, cuánto se afanan!
en pleno festival de la alegría.
A muchos miles el poder descarta
-miseria más olvido los hermana-
nunca falta el gato que sonría.
4
Promesas de candidato en campaña
apenas levantarse viento vuelan,
volverán a mentirlas con más ganas
cuando mariden poder con veleta.
Lo de un futuro mejor son patrañas
y a cuántos de miras cortas desvelan,
pero aquellos caretas se dan maña
para que no les soplemos las velas.
Del sufrimiento ajeno siempre ausentes
de esperar en vano también se muere
y el que venga detrás cargue al finado.
En asuntos del mandar hay conductas
resabidas: llegando a las alturas
los de a pie siempre quedamos colgados.
5
Camino entre muros de sombra lisa
los cuales rozo al extender mis brazos
en tanto respiro hondo y doy cien pasos
cuando dejo un rato esta celda fría.
Media hora clavada una vez al día
es el tiempo de mi andar cansado
que me permite ver del cielo un tajo
pero jamás el sol al mediodía.
Mis dedos se demoran, carne viva
sobre tosca piedra rugosa al tacto,
costumbre regresada del pasado
a manos que ahora no son las mismas.
¿Qué demonio ¡ay! enajenó mi juicio
y guió mis garras al cuello frágil
de aquel pobre inocente sorprendido?
Noche a noche regresa el bosque umbrío,
también el niño vuelto un ángel lábil.
Nunca oigo lo que dice. Es mi castigo.
CANTO DEL MARINERO
Ladrón de atardeceres
dócil al zaino convite ginebrino
¿Qué ves, marinero, en el fondo del vaso
cuando encendida la noche
el estaño navega mar afuera
ya al garete tu cordura?
Rompe el oleaje por estribor, anuncio de vientos
rugidores.
¡Vergas en alto!, faroleaste al anclar
en este fondeadero de ninfas empolvadas
-ochava de Pedro de Mendoza y Olavarría-
que bracearon a tu encuentro, viejo fauno,
para ceñirte, risas van, pellizcos vienen,
una guirnalda de pámpanos...morochas, rubias teñidas
más otra natural, la piel lechosa con su galaxia de pecas.
Cuélanse los cantos de sirena
entre sones de cumbia merdoliosos
mientras sorbo a sorbo van pasando las horas fumadas
a precio de orofino.
Prolijos bostezos marcan tu laxante cháchara astral:
los equinoccios y los solsticios
-entienden aquestas papusas-
vendrían a ser dos tribus selváticas
que yendo de rama en rama sobre follajes esponjosos,
a duras penas copulann arriba de los
árboles
en remotas islas guardadas por barreras de coral
más el dosel de las palmeras sobre la costa
allende los
Mares del Sur,
teatro de tus hazañas a bordo de un frágil bergantín.
Por cuestiones de momento
(acaso una santa madrecita malmentada
¿o le sostuviste la mirada al rufián de reflejos
ponzoñosos?)
hacia los primeros gallos perdiste el rumbo
ganándote encima esa patada servicial del trompa,
tu pasaporte a la intemperie
en ascuas el
culo.
A paso de cangrejo caminás hasta el borde del Riachuelo
para vaciar el caño, ahora en posición viril,
venteando el hediondo tufo de la podredumbre
pero, ¡araca!, de espaldas a peores males.
La luna arroja los últimos pétalos de luz.
Sigiloso, estaciona un patrullero:
a través del vidrio te fichan dos cabezacuadradas,
el garrote celoso engarfiado bajo los dedos gordos como
chorizos
Desde la embestida de los caretas de colmillos
color maíz
(Mr. Yellow al frente, próvido caporal de la jauría),
manos en la nuca y la ñata contra el paredón
volvieron al código urbano, sí señor,
a gusto de paladares negros.
¿Será éste otro texto contaminado?
Eterno retorno, la noria feroz de la violencia,
los rescoldos del
odio.
Es tiempo de gatos paseanderos;
oblicua la llovizna, cruza un remero de sueños olímpicos
suda que te suda la celeste y blanca.
Tajea las aguas lodosas con unísonas paladas
derecho al gran osario del Plata
en su retina golpe a golpe más ancho, menos lóbrego.
El mar devuelve a sus muertos, el río los encofra.
Una plegaria por quienes chupó el vacío,
sin alas para volar.
Dales Señor el reposo eterno y brille ante sus ojos
la luz perpetua.
“Memoria”, nombre que
le damos
a las grietas del olvido.
a las grietas del olvido.
¡Pobre marinero!
En tierra, todo final
es incierto.
Siempre.
Carlos Bègue (Buenos Aires, Argentina, 1935). Narrador y poeta. Ha publicado Oscuro
tesoro de la muerte (cuentos, Premio
Municipal de Literatura de la ciudad de Buenos Aires, 1984), El paseo del Centauro (cuentos,
1983), Buitre de pesares la memoria (novela, fue finalista en 1999 del
XVII Premio Herralde, Premio Osvaldo Soriano, Mar del Plata, 2001
y Primer Premio del Fondo Nacional de la Artes, 2003). En poesía es autor
de Los Cardales (1986). Le decían
cabezón (cuentos, obtuvo una mención
en el premio Casa de las América (Cuba, 1987) y en Uruguay el primer premio del
concurso Cuentos de Inmigrantes.