sábado, 19 de octubre de 2019

Alberto Hernández: OBJETOS POEMADOS



Alberto Hernández




















La botella

Vaciarla completa. Dejarla en desahogo. Tomarla por el vientre y sentirla sola.
En su interior, quien ha embriagado el mundo con su contenido.
Taparla y dejar que el polvo la inunde.
Ahí estará, a la espera de otro brindis.

El vaso

La boca muestra la avidez. La orilla es un simulacro marino.
Beber hasta el hartazgo. El vaso no lo sabe, lo intuye.
Por eso pide que lo pongan en el centro de la mesa.
Los bordes son peligrosos.
Todo vaso conoce de vacíos.

La cuchara

El cielo de la boca acude a sus estrellas. Las papilas reconocen el clima que alude la cuchara.
Si es de madera, el bosque de donde proviene reacciona acontecido.
Si es de metal, una mina reclama su propiedad plural.
Los dientes se hacen los desentendidos.

El cuchillo

El filo corta la carne, un borde de occidente.
El mango, tomado por quien lo reconoce, se amolda al sujeto que lo usará en su contra.
Lo pasa por el cuello y sale la sangre a borbotones.
Ni una palabra. Un chillido, tan agudo que se posa sobre las hojas de un rosal.
Entonces,
El cadáver del cerdo recibe un baño de agua hirviente.
El trabajo no deja de hacerse.
Tasajos, vísceras, huesos y el rocío de la mañana.
Todo  cuchillo tiene personalidad propia.

El hacha

El verdugo se acomoda la máscara de sombra bajo el sol.
Aguza el oído en la víctima. Ajusta el rostro escondido al dolor que habrá de sufrir el condenado.
Un movimiento elíptico corta el tronco y las costillas.
La savia mancha el filo brillante que descubre la tarde.
El verdugo se limpia la cara y comienza a recrearse en la leña.
Se adelanta al fuego con una sonrisa.

¿Y el hacha?
¿Cuánto de pesadumbre esconde en su silencio?

La mesa

El universo se mueve entre las patas de un insecto.
Sobras de arroz, migas de pan
Y una constelación atrapada por una telaraña.
El ojo que revisa en silencio cuenta las cuatro patas del animal
Que lo lleva hacia un bosque de sombras.
Una vez de pie, descubre un mundo de platos,
Cucharas, trinchetes y cuchillos. Un vaso se niega a revelar sus secretos.
Una taza admite el café en su vientre desolado.
El ojo que revisa se aleja.
Quedan la mesa y sus discursos.

La silla

Quien se sienta sabe que sus glúteos encontrarán acomodo.
Dos pies albergan la emoción de estar acompañados por
Cuatro de madera que vigilan la constancia del dueño.
Y así pasa el tiempo,
El horario de quien lee, ve una película o almuerza.
O de quien vela el cuerpo inerte del que ahora reposa
Para siempre en la mirada opaca de la madrugada.

Quien se levanta de la silla la deja contener el cuerpo
Y deshacerse de la curva vertebral del horizonte.

La pared

Detrás de todo friso hay un fantasma.
El de mi casa emitía palabras nocturnas.
Se trataba de una presencia alegre, feliz, ligeramente estable.

Era la pared la que le daba vida.
Cuando la derribaron encontraron
Una dentadura postiza y un mapa de otro mundo.
La casa ya no existe.
Lamento escribir este poema en pasado.


El muro

Con la frente ajustada a los salientes, el hombre inicia la oración.
Dios baja un momento y lo recrimina.
Pone la diestra sobre el ceño del hombre
Y se marcha en silencio.
El muro habla en presente y en futuro.
Luego calla.
Polvo y trozos de siglos lleva adheridos a la piel.
Sonríe y no sabe por qué.
Cruza un río seco y al voltear ve otro muro en la orilla opuesta.
Una crecida inmediata le anuncia la llegada del desastre.

La columna

Sobre su pellejo antiguo tantas han sido las flagelaciones
Que su estriada apariencia sólo sirve para sostener desmayos
O recordar el instante en que la muerte se libró de un verdugo
O de un héroe.

El techo

Se vive bajo un cielo portátil.
El otro, el inalcanzable, es sólo ilusión.
El firmamento de la casa conserva nubes
Tormentas familiares
Alacranes
Madrugadas inertes
Navegaciones bajo las camas
Y ventanas por donde escapan las estrellas.


Alberto Hernández (1952) Poeta, narrador y periodista. Egresado del Pedagógico de Maracay. Estudios de postgrado en la Universidad Simón Bolívar en Literatura Latinoamericana. Fundador de la revista literaria Umbra, es colaborador de revistas y periódicos  nacionales y extranjeros. Su obra literaria ha sido reconocida en importantes concursos nacionales. En el año 2000 recibió el Premio “Juan Beroes” por toda su obra literaria, otorgado por el Círculo de Escritores de Venezuela. Ha representado a su país en diferentes eventos literarios: Universidad de San Diego, California, Estados Unidos, y Universidad de Pamplona, Colombia. Encuentro para la presentación de una antología de su poesía, publicada en México, Cancún, por la Editorial Presagios. Miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo. Ha publicado ensayos y textos poéticos en las revistas Turia de España (Aragón), números 81-82; en Ilfoglio volante de Italia, Nº 4, abril 2007; Piedra de molino, Arcos de la Frontera, España, primavera de 2007, entre otras. En Venezuela, en la Revista Nacional de Cultura, Imagen, Solar, Poda, et al.
Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al italiano, al portugués y al árabe. En 2012 recibió de manos de las autoridades rectorales la máxima condecoración de la Universidad de Carabobo, la Orden “Alejo Zuloaga”, en el marco del X Encuentro Internacional de Poesía de la Universidad de Carabobo.