Alberto Hernández |
La botella
Vaciarla
completa. Dejarla en desahogo. Tomarla por el vientre y sentirla sola.
En su
interior, quien ha embriagado el mundo con su contenido.
Taparla y
dejar que el polvo la inunde.
Ahí
estará, a la espera de otro brindis.
El vaso
La boca
muestra la avidez. La orilla es un simulacro marino.
Beber
hasta el hartazgo. El vaso no lo sabe, lo intuye.
Por eso
pide que lo pongan en el centro de la mesa.
Los
bordes son peligrosos.
Todo vaso
conoce de vacíos.
La cuchara
El cielo
de la boca acude a sus estrellas. Las papilas reconocen el clima que alude la
cuchara.
Si es de
madera, el bosque de donde proviene reacciona acontecido.
Si es de
metal, una mina reclama su propiedad plural.
Los
dientes se hacen los desentendidos.
El cuchillo
El filo
corta la carne, un borde de occidente.
El mango,
tomado por quien lo reconoce, se amolda al sujeto que lo usará en su contra.
Lo pasa
por el cuello y sale la sangre a borbotones.
Ni una
palabra. Un chillido, tan agudo que se posa sobre las hojas de un rosal.
Entonces,
El cadáver
del cerdo recibe un baño de agua hirviente.
El
trabajo no deja de hacerse.
Tasajos,
vísceras, huesos y el rocío de la mañana.
Todo cuchillo tiene personalidad propia.
El hacha
El
verdugo se acomoda la máscara de sombra bajo el sol.
Aguza el
oído en la víctima. Ajusta el rostro escondido al dolor que habrá de sufrir el
condenado.
Un
movimiento elíptico corta el tronco y las costillas.
La savia
mancha el filo brillante que descubre la tarde.
El
verdugo se limpia la cara y comienza a recrearse en la leña.
Se
adelanta al fuego con una sonrisa.
¿Y el
hacha?
¿Cuánto
de pesadumbre esconde en su silencio?
La mesa
El
universo se mueve entre las patas de un insecto.
Sobras de
arroz, migas de pan
Y una
constelación atrapada por una telaraña.
El ojo
que revisa en silencio cuenta las cuatro patas del animal
Que lo
lleva hacia un bosque de sombras.
Una vez
de pie, descubre un mundo de platos,
Cucharas,
trinchetes y cuchillos. Un vaso se niega a revelar sus secretos.
Una taza
admite el café en su vientre desolado.
El ojo
que revisa se aleja.
Quedan la
mesa y sus discursos.
La silla
Quien se
sienta sabe que sus glúteos encontrarán acomodo.
Dos pies
albergan la emoción de estar acompañados por
Cuatro de
madera que vigilan la constancia del dueño.
Y así pasa
el tiempo,
El
horario de quien lee, ve una película o almuerza.
O de
quien vela el cuerpo inerte del que ahora reposa
Para
siempre en la mirada opaca de la madrugada.
Quien se
levanta de la silla la deja contener el cuerpo
Y
deshacerse de la curva vertebral del horizonte.
La pared
Detrás de
todo friso hay un fantasma.
El de mi
casa emitía palabras nocturnas.
Se
trataba de una presencia alegre, feliz, ligeramente estable.
Era la
pared la que le daba vida.
Cuando la
derribaron encontraron
Una
dentadura postiza y un mapa de otro mundo.
La casa
ya no existe.
Lamento
escribir este poema en pasado.
El muro
Con la
frente ajustada a los salientes, el hombre inicia la oración.
Dios baja
un momento y lo recrimina.
Pone la
diestra sobre el ceño del hombre
Y se
marcha en silencio.
El muro
habla en presente y en futuro.
Luego
calla.
Polvo y
trozos de siglos lleva adheridos a la piel.
Sonríe y
no sabe por qué.
Cruza un
río seco y al voltear ve otro muro en la orilla opuesta.
Una
crecida inmediata le anuncia la llegada del desastre.
La columna
Sobre su
pellejo antiguo tantas han sido las flagelaciones
Que su
estriada apariencia sólo sirve para sostener desmayos
O
recordar el instante en que la muerte se libró de un verdugo
O de un
héroe.
El techo
Se vive
bajo un cielo portátil.
El otro,
el inalcanzable, es sólo ilusión.
El
firmamento de la casa conserva nubes
Tormentas
familiares
Alacranes
Madrugadas
inertes
Navegaciones
bajo las camas
Y
ventanas por donde escapan las estrellas.
Alberto Hernández
(1952) Poeta, narrador y periodista. Egresado del Pedagógico de Maracay.
Estudios de postgrado en la Universidad Simón Bolívar en Literatura
Latinoamericana. Fundador de la revista literaria Umbra, es colaborador de
revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Su obra
literaria ha sido reconocida en importantes concursos nacionales. En el año
2000 recibió el Premio “Juan Beroes” por toda su obra literaria, otorgado por
el Círculo de Escritores de Venezuela. Ha representado a su país en diferentes
eventos literarios: Universidad de San Diego, California, Estados Unidos, y
Universidad de Pamplona, Colombia. Encuentro para la presentación de una
antología de su poesía, publicada en México, Cancún, por la Editorial
Presagios. Miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad
de Carabobo. Ha publicado ensayos y textos poéticos en las revistas Turia de
España (Aragón), números 81-82; en Ilfoglio volante de Italia, Nº 4, abril
2007; Piedra de molino, Arcos de la Frontera, España, primavera de 2007, entre
otras. En Venezuela, en la Revista Nacional de Cultura, Imagen, Solar, Poda, et
al.
Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al italiano, al portugués y al árabe. En 2012 recibió de manos de las autoridades rectorales la máxima condecoración de la Universidad de Carabobo, la Orden “Alejo Zuloaga”, en el marco del X Encuentro Internacional de Poesía de la Universidad de Carabobo.
Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al italiano, al portugués y al árabe. En 2012 recibió de manos de las autoridades rectorales la máxima condecoración de la Universidad de Carabobo, la Orden “Alejo Zuloaga”, en el marco del X Encuentro Internacional de Poesía de la Universidad de Carabobo.