Raymond Carver |
Los
jóvenes lanzallamas de ciudad de México
Se
llenan la boca con alcohol
y luego
soplan
sobre
una vela encendida,
lo
hacen en los semáforos.
O en
cualquier otro lugar
donde
los automóviles hacen cola
y sus
conductores
enojados
y frustrados
están a
la búsqueda de algo que los distraiga.
En esos
sitios hallarás a los jóvenes lanzafuegos.
Haciendo
lo que hacen, si tienen suerte,
por
unas monedas.
Pero
antes del año sus labios
estarán
quemados y sus gargantas en carne viva.
En pocos
meses perderán la voz.
No
podrán hablar ni gritar,
estos
niños silenciosos
que
recorren las calles con una vela
y una
lata de cerveza llena de alcohol.
Los
llaman los milusos, lo que significa
que
sirven para muchas cosas o para nada.
Qué puedo hacer
Mi
único deseo
es
observar los pájaros
que
revolotean
frente
a la ventana.
He
desconectado el teléfono,
mis
seres queridos no podrán comunicarse,
mucho
menos atraparme en la cárcel
de
sus pequeñas miserias cotidianas.
Les
advertí que el pozo se había secado.
Ellos
no quieren entenderlo. Insisten.
En
un momento como éste
No
podría resistir la buena nueva
de
un auto que necesita arreglos,
ni
que me recuerden la cuota vencida
de
esa casa rodante que ya pagué hace meses.
Me
olvidaba
del
cuento del hijo que viajó a Europa
y
le escribe a su desconsolada madre
que
no la volverá a ver nunca
si
yo no me hago cargo de sus deudas.
Mamá
también quiere hablar conmigo,
recordar
nuestro mutuo amor,
la
leche que bebí en mi niñez,
los
sacrificios realizados.
"
Estas cosas deben tener algún valor, "
repite
constantemente.
Ella
necesita dinero para mudarse.
Ahora
quiere regresar a Sacramento..
Yo
ya no recuerdo cuantas veces se mudó
en
los últimos años, quizás veinte.
Hoy
en día todos
Creen
que la suerte está en el sur.
Yo
sólo pido que me dejen respirar.
Debo
curar las heridas que anoche
me
produjo la dentadura de un perro.
Y
luego deseo mirar los pájaros
que
no piden absolutamente nada
se
conforman con el sol y la brisa.
Tengo
que conectar el teléfono
hablar
con los miembros de mi familia
aclararles
mis conceptos de lo que está bien,
explicarles
hasta dónde pueden llegar.
Una docena de pajaritos
no
más grandes que tazas de té
descansan
en las ramas que acarician
los
cristales del ventanal.
Repentinamente
dejan de cantar
estiran
sus cuellos hacia el firmamento.
Ellos
no comprenden la situación.
Se
zambullen en un prolongado vuelo.
(Versión
Esteban Moore)