viernes, 22 de noviembre de 2019

Carlos Begue: SONETOS DEL OTOÑO









Carlos Begue







































1

Cuando ya enfermo añoras lo gozado
y olvidas tus pillajes y patrañas
medita si el tesoro que has guardado
no dejará una herencia de cizaña.

De por vida elegiste ser avaro,
con los pobres tuviste mala entraña.
Tu enorme tribu de hijos y entenados
¿será toda de la misma calaña?

Más de uno te ronda zalamero
y hasta empuja tu silla de lisiado
a paso ligero silbando un tango.

Celoso del linaje, cancerbero,
otro, a la puerta, pasa por el filtro
a transidos pichones de chimango.

2

Quien se obstine en llevar a un enemigo
a las ardientes llamas de la hoguera
de ordinario le sigue en el camino
que aquél tempranamente recorriera.

Inescrutables, las vueltas del destino
a cualquiera exceden y dan sorpresas.
La historia, aquí o allá, es muestrario vivo
de cabezas frías más otras huecas.

En tiempos donde todo es pegajoso
cada cual se hace toro en su rodeo
y ahora la verdad es relativa.

Cuando el suelo se ha vuelto cenagoso
los pobres diablos se hunden los primeros
y se salvan, sin mancha los de arriba.

3

Si la palabra verdadera hallasen
de luto los poetas vestirían,
pues el oficio que un día abrazaran
su sentido al final se perdería.

Venturoso destino el no encontrarla
pues buscándola se les va la vida.
La escritura vastos secretos guarda
en los pasos de su exigente alquimia.

Desde el largo silencio de las piedras
hasta el vaivén presente en el espacio
la umbría pena de un amor lanceado

ola ronca voz de quien grita ¡Tierra!
han sido fruto del mismo almácigo
donde nace el don y juegan los hados.

4

En toda familia hay alguien perdido
sin que falte quien lo quiera encontrar.
El temor es el límite temido
si al ausente se deba perdonar.

La misma Biblia acredita lo dicho
a través de una historia que alecciona:
la del hijo derrochón acogido
por un padre dispuesto a perdonar.

Quejoso, aquel hermano descontento,
 ausente en la rumbosa bienvenida,
 mastica bronca y lo envilece el odio.

A cuántos jamás les llega el momento
de mandar al infierno las discordias y
alternar las diatribas con elogios.

5

La comunión entre el cielo y la tierra
no es asunto para quedar perplejos,
pues grandísima verdad encierra
sabido que de Dios somos reflejo.

Toda oración válidos frutos deja
y trae paz si condigno es el objeto.
Infeliz el que por todo se queja
pues oídos sordos tendrán sus rezos.

Si nada tienes que decir, mejor calla
y nunca tiembles por quedarte mudo
ante un Cristo exánime en el suplicio.

Golpes de pecho y azotes descarta,
basta ofrecer tu corazón desnudo.
Aquéllos son pura espuma, malicio.

6

Manaba el rojo vivo de la sangre
y entre el zumbido de las moscas verdes
quien fuera guerrero de cruel mirada
yacía, al fin, acechado por los buitres.

Nadie hay que un chifle con agua le alcance,
ya el postre malón rumbo al Sur se pierde
batido por los Rémington con alza,
fragoso adiós a esas lanzas en ristre.

Así, aquellos desiertos se ganaron
para criar vacas y sembrar las mieses
de paso, se forraban los bolsillos

de algunos caballeros avispados.
Con peonadas fieles, de brazo fuerte,
hicieron patria sin decir ni pio.

7

Si al cabo del combate me venciera
el ángel condenado por su orgullo
arrójame una sirga tan siquiera
para esquivar las garras del intruso.

Rescatado, así, en el postrer minuto
y adrizadas a su tiempo las velas,
sea tu muerte en el Calvario oscuro
pasavante firme a la vida eterna.

Quedarán atrás las horas perdidas
en juegos de tronos o en ver mi ombligo
mientras la misericordia olvidaba.

Poco vale la Fe sin caridad
que a todos los ritos les da sentido
librándolos de resumirse en nada.

8

Como rata por tirante escapabas
sin siquiera del gato despedirte
y a mí, cual zanahoria me plantabas,
ya sin ganas siquiera de escupirte.

Hasta el cuello con tierra me tapabas
al fondo de un yermo jardín tan triste
donde ni un solo pájaro cantaba
vacías las cazuelas del alpiste.

¿Qué impúdica razón me urgió a desearte
cuando mofarse de tu corta talla
era un juego de infantes y mayores?

Hormigas siento que mis pies abaten
y las moscas zumban en plena cara.
¿Vendrá otra tanda de soñar horrores?

9

Malas gentes que omiten los cumplidos,
desecha pronto la piel de cordero
y, a conciencia pura, sin dar aviso,
se vuelven lobos de husmear siniestro.

Sin distingos entre el docto y el zafio,
tanto arriba como abajo hay sujetos
duchos en estos engaños mezquinos
de ofrecer olivo y dejarte en cueros.

Levantar castillos de arena es gusto
que replica el niño a orillas dela mar
ajeno a las maldades todavía.

Se miente a destajo como en el truco
en esta mano de nunca acabar.
¿Hasta cuándo, Dios, la patria cautiva?

10

Se principia el morir cuando nacemos
y al morir acaso amanezcamos
a otra vida que aún no conocemos
si bien, pocos o muchos, la anhelamos.

Al transitar de este mundo a un veremos
cuyos vastos enigmas barruntamos
¿Qué portales, al fin, enfrentaremos
de volverse real cuanto soñamos?

Si el viaje nos llevara al Paraíso
¿tendremos la alegría del reencuentro
en un ágape de eterna alabanza?

Gran tesoro obtenido la esperanza
pues la Fe es don gratuito y es sustento
para no confundirse de camino.

11

Ya en el ocaso de una luenga vida
pienso, al hojear mi agenda de bolsillo,
cuántos ¡ay! ya no son de la partida
en la barra de amigos tan queridos.

Ninguno atenderá la campanilla
preludiando aquel “hola” consabido,
mas me niego a una sola borratina
pues sería un morir por repetido.


De un año a otro al sustituir la agenda
mustio hago cruz y raya, así esos nombres
devienen en cenizas la memoria.

Con cada cual iré por distinta senda
y así volverá el eco de sus voces
o tal lance de una brumosa historia.


Carlos Begue (Buenos Aires, Argentina, 1935). Narrador y poeta. Ha publicado Oscuro tesoro de la muerte (cuentos, Premio  Municipal de Literatura de la ciudad de Buenos Aires, 1984), El paseo del Centauro (cuentos, 1983), Buitre de pesares la memoria (novela, fue finalista en 1999 del  XVII Premio Herralde, Premio Osvaldo Soriano, Mar del Plata, 2001 y Primer Premio del Fondo Nacional de la Artes, 2003). En poesía es autor de Los Cardales (1986). Le decían cabezón  (cuentos, obtuvo una mención en el premio Casa de las América (Cuba, 1987) y en Uruguay el primer premio del concurso Cuentos de Inmigrantes.