Porque solo el amor salvará el retazo del día
incalculable, no hay signos, ni cifras, ni señales.
Solo la vibración desde su lámina tibia, desde
su espuma impecable que sube por el cuello de plata
de todos los relojes. Y se pronuncia, se inflama,
se establece. Se ordena en las sillas, se anuda
en la cintura de la luz, respira con el nombre
del mar, porque se sabe eterno.
*
La noche se alarga en el insomnio
mientras palpita el cuerpo del reloj y gira.
No hay más que un libro en la desierta mesa
y sigue su curso la ruta de la vida.
El hombre carga su mortal designio.
No sabremos nunca las fechas en el tiempo
del juego infinito, indescifrable,
que avanza y retrocede
en el tablero milenario.
*
Asisto al milagro de la vida
y me rodeo de las continuas voces
para herir los pasos del silencio.
Busco la mano del sol,
huyo de la nieve,
contemplo la lluvia
como a una perpetua compañera.
Me detengo en un puerto imaginario
donde parten los barcos que se alejan…
Qué tristeza los barcos que se alejan!
Pero marca las tres
el escandaloso reloj
de la profunda noche.
Regreso tímidamente a los espejos
para buscar en un gesto íntimo
una sonrisa leve,
una lágrima huérfana.
Beatriz Arias (Buenos Aires, 1951) Docente de Lengua y Literatura y de idioma Francés. Coordinadora del café literario “El Circulo” y conductora del programa radial “El Circulo”. Ha publicado los siguientes libros de poemas: Pájaro en fuga (2007); Ajedrez 1 (2012); La llovizna leve (2015).