Rafael Felipe Oteriño |
En la sospecha de que la definición es menos teórica que práctica, invito a despejar supuestos y a ensayar algunas herejías:
1. Alejar, provisoriamente, a la poesía de las bellas artes, si es que, en el sentido decimonónico, se entiende por bellas artes a una idealización de lo existente. Aproximarla a la ansiedad que precede a las vísperas y al desasosiego de saber que tanto nosotros como ella somos episodios de algo que nunca se ultima.
2. No esperar de la poesía el rasgo convencional de otras fuentes como lo son la ley o la costumbre. La poesía –cuyo trato se traduce en una conversación infinita, tal como he citado en otras páginas- no es convencional, aunque se valga del lenguaje, que parcialmente lo es, y esté en el dominio del pensamiento y la argumentación.
3. Comprender que la poesía no dice más de lo mismo, sino lo otro de lo mismo. A un mundo abarrotado de palabras, aporta un lenguaje que enseña una nueva representación. Improductiva para el mercado, desconcertante para el lector no iniciado, peligrosa para los dictadores que desconfían de la utilización subrepticia de la lengua, extralimita los contenidos del saber corriente y los sostiene con su presencia.
4. La poesía no nos saca de este mundo. Nos deja entrever otro mundo, sin sacarnos de éste. Invariablemente unida a la configuración de lo simbólico, su acción es ética además de estética. No sometida a ningún programa, esencialmente libre, cumple, empero, con el anhelo de la oración: religa.
5. Como enseña Gadamer, la poesía entroniza la palabra más “diciente”, frente a las formas efímeras del lenguaje comunicativo. ¿Quién recuerda las palabras que dijimos esta mañana cuando nos sirvieron el café o pagamos el diario? Cumplieron su función y se esfumaron. La poesía, en cambio, tiene varias capas, como la cebolla, y una resistencia de fondo que invita a conservarla en la memoria.
6. No esperar que la poesía cuente algo. La poesía expone, desnuda, inquiere. Si, como de hecho ocurre, potencia los hechos o los sobreactúa, es necesario hacerse a la idea de que emplaza otra dimensión de lo existente que, a su manera, por rodeos, desplazamientos y mediante la confección de figuras, explora el costado misterioso de la vida.
7. La poesía no es música, pero es musical, entendido esto como la instauración de un universo sonoro abrazado a la dación semántica de las palabras. De este modo, asociada a la música, que es su parienta más cercana, la poesía da pasos fecundos en el lenguaje no condicionado de la abstracción.
8. Escritura de la “magnífica noche blanca que permanece resplandeciente y sin explicación” (conf. Mallarmé), la poesía se despliega ante nuestros ojos como un cielo estrellado, proponiendo respuestas a preguntas que nadie formula y que todos, secretamente, se hacen.
9. Hay en ella menos pensamiento y más lenguaje. Lenguaje sin sujeción a los poderes, en el que ayer hablaban los dioses y los héroes (Homero), luego, los primeros principios y las aporías últimas (presocráticos) o, lisa y llanamente, la ley (tradición judeocristiana), y que ahora, en el mundo de la técnica y de las representaciones interminables, habla lo callado, lo inexpresado, lo indecible.
10. El poeta siente el agobio de utilizar un lenguaje prestado y, con la misma intensidad, la necesidad de liberarse de él, creando otro distinto con el que quedará solo. Trastévere personal que todo poeta ha sentido alguna vez, impelido por la necesidad de establecer un vínculo con lo sobrenatural que excede al lenguaje.
11. El lenguaje poético crea más realidad. No necesariamente por el lado de la adición, sino por la perspectiva y hondura de la mirada. No es casual que sus herramientas más reiteradas sean la metáfora, la sinonimia, el humor y la ironía. “Un poco más de luz” reclaman los poetas cuando se topan con la inexpresividad de lo real, con los límites de lo decible, con lo inacabado de la vida.
12. Con sus atributos de intensidad, concentración y velocidad (este último en relación a la contundencia de su impacto), es un arte del conocer y del desconocer. Mejor dicho: un arte del conocer que se articula mediante el desbaratamiento de las apariencias y el rechazo de los lugares comunes.
13. No es ciencia, pero está animada por la curiosidad de la ciencia. La poesía constituye una última red de sentido que pone de manifiesto un más allá que, aun en ausencia de objeto real alguno, permanece revelándose y ganando en profundidad. Si se busca un fundamento objetivo, poesía es aquello que produce la percepción de una realidad nueva –única, fresca, singular e inevitable– emparentada directamente con la fuerza evocadora del lenguaje.
14. En su anhelo de conocimiento, la poesía se traduce en un acto de fe. Es una ocasión para la creencia, se ha dicho. Tal es la empatía que establece con el lector, a fin de que el hechizo de la participación se cumpla.
15. La poesía es una disciplina de la vida interior. Gracias a su ejercicio se agudiza el pensamiento, cobra estructura verbal el sentimiento, se abren brechas en la noche sin fondo de lo no dicho y en el resplandor diamantino de lo inexpresable.
16. Como otro capítulo de su trabajo, la poesía pone en práctica una ecología de la mente. Todo el esfuerzo por fijar en la memoria los viejos poemas de la humanidad apareja una lección que se traduce en lucidez para captar lo alegórico, velocidad para discernir lo singular en lo general, perspicacia para diferenciar lo principal de lo accesorio, originalidad en el tratamiento de los eternos temas: la vida, la muerte, el amor, la soledad, la espera, la siempre inexplicable belleza.
17. La poesía es anárquica. En su búsqueda de la palabra que penetre en los pliegues de lo real, desobedece la autoridad normativa, hace suyo el recuerdo y lo transforma, extralimita los significados, y devuelve un escenario en el que la tarea de nombrar el mundo todavía no ha sido cumplida. Es voz de lo que no tiene voz.
18. Es una consagración de la forma. En su diálogo con el mundo, dando cita al recuerdo, desmontando las palabras adocenadas por la costumbre para volverlas a montar en otra significación, la poesía está hambrienta de forma. Con ella y en ella construye el puente que la conduce al lector.
19. Independizada de su autor, la poesía tiene historicidad propia, a la que se accede por la labor conjunta de las imágenes, en las que el poeta cifra su mensaje, y del lector, que las hace suyas en tiempos y escenarios distintos. En virtud de este apoderamiento, el poema se convierte en un lugar de encuentro.
20. Y es, asimismo, una escuela de humildad. Porque su estado de alerta y concentración, de escucha y trabajo, permite comprender que los problemas de un hombre son los problemas de todos los hombres: satisfacer el anhelo de un lugar, vencer al tiempo, dar forma a la vida interior, adoptar una posición crítica frente a los atropellos de la historia, domesticar las aporías de lo inalcanzable, procurar un acuerdo con el mundo.
Y entonces, cuando el poeta reclama “un poco más de luz” y el lector se aboca a la lectura, la poesía nos recuerda que no estamos solos.
(Adelanto de Una conversación infinita, ensayos, Ediciones del Dock)
Rafael Felipe Oteriño (La Plata, Buenos Aires, 1945) Poeta, ensayista, crítico y docente universitario. En poesía ha publicado: Altas lluvias, 1966; Campo visual, 1976; Rara materia, 1980; El príncipe de la fiesta, 1983; El invierno lúcido, 1987; La colina, 1992; Lengua madre, 1995; El orden de las olas, 2000; Ágora, 2005; Todas las mañanas, 2010; Viento extranjero, 2014; Y el mundo está ahí, 2019. En 2016 reunió una serie de ensayos sobre poesía: Una conversación infinita (2016).
Entre otras distinciones a su obra poética se cuentan: Premio Fondo Nacional de las Artes (1966); Primer Premio Regional de Poesía de la Secretaría de la Nación (1988); Premio Konex de Poesía (1993); Consagración, Legislatura de la provincia de Buenos Aires (1996); Premio Nacional Esteban Echeverría (2007); Gran Premio de Honor, Fundación Argentina para la Poesía (2014); Premio Rosa de Cobre, Biblioteca Nacional (2014). Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras.