SILENCIO CORTADO
El campo de tiro con el cartel de Peligro, Prohibido pasar,
tiene un blanco hecho de chapas viejas.
Los tiros perturban a los pájaros, repercuten en el borde
separando el aire que atravieso.
En Sarajevo tomó el tiempo que le llevaba cruzar el puente corriendo
—quince segundos entre un disparo y otro—
las hojas tiernas en los árboles aún no quemados como combustible.
Los tiradores que hacían zumbar las colinas la vigilaban, vigilaban
a cualquiera que volvía a casa del trabajo o iba a comprar pan.
Contó los segundos en su reloj antes de
correr a través del silencio cortado, el disco del sol
lo único intacto, hasta alcanzar el otro lado.
EL JARDÍN DE INVIERNO
Casa de Wallace Stevens, 323 N. Fifth St., Reading
Sus piernas eran más cortas entonces. Ahora se llega rápido
a la habitación del segundo piso.
Al abrir la puerta, se cae sobre el jarrón de porcelana Wedgewood de la sala,
un mundo azul con diseño de figuras blancas
que se congelan en su danza. Dos escalones más arriba—
el cuarto de sus padres—su turbulencia
la golpea y la deja sin aire.
Me doy vuelta y camino como saliendo de un escenario,
Wallace Stevens desciende en el aire púrpura
más real y extraño, las paredes
hendidas por sus palabras, entonces ella se tapa los oídos.
El aire ruge cuando un avión despega,
saqueando libros de los estantes, destrozando vidas de papel,
reescribiendo la historia como nieve que entra
en el mismo lugar desnudo entre la mente y el cielo,
entre el sonido y la noche.
Es por eso que la poeta está en el sol,
apuntando hacia la luna
y encontrando su sombra en un libro.
Voy caminando de una habitación a la otra
con el clamor del eco en el calor del verano.
Una línea de fuego alrededor de las cortinas cerradas, olor
a metal quemado, una olla olvidada,
pero hace años que nadie cocina aquí.
Ella cruza el piso impreso por el sol.
Me siento en una silla plegable y siento cómo todo se desentraña en mis venas. Siempre es así,
la niña sin saber qué hacer,
cómo vivir. La luz sobre los techos de la Calle Seis
la guía por la escalera de incendios al arenero
entre paredes de ladrillo, hasta que la radio la atrae
de vuelta por la escalera de hierro a las pinturas,
el pincel, el papel que su madre le dio, el vaso de agua,
Las Chordettes cantando. Pinta un gran sol azul,
un pequeño pájaro color rubí. Bajo las sábanas su hoja
brilla con letras fantasma. Ella sostiene
el pincel, cubre mi mano, escribiendo
nombres caprichosos que se niegan a irse. Su mano
no deja de moverse hacia atrás por todas esas habitaciones
por las que pasé. Ella escribe esto.
Nota: Wallace Stevens nació en una casa en el 323 de North Fifth Street, Reading, Pensilvania, donde Heather H. Thomas vivió por un tiempo cuando era niña.
CAJA TORÁCICA
Yo estaba adentro de tu mano,
después me soltaste.
Vuelvo a las minas
para encontrar evidencias del daño.
Seguía buscando
señales, indicaciones
que me transportaran
a una relación
ilesa con el cielo.
(¿Dónde estaban nuestros cuerpos?
Entre paréntesis de costillas,
inclinados hacia lo que amábamos
que se estaba alejando.)
Vos estabas dentro de mi mano,
apenas, entre paréntesis
y extendiéndote para dibujar
tu nombre a través
de otro cielo.
Entonces te solté, y entré
en lo que la caja torácica sostiene.
DOBLE HÉLICE
Como si el corazón y los pulmones se aplanaran contra las costillas formando un claro dentro del cuerpo. Como si el centro
no tuviera ningún fin, podés vivir
vaciado, lejos de alguien que ocupa el lugar
de una montaña, vos con tu cuerpo generador de vórtices
que tiene el poder de partir las aguas,
de girar estelas paralelas, de oponerte
al filo directo del viento, en diagonal al flujo.
Como parado en la intersección de caminos
abrochándote el saco, azotado por el viento,
el saco tijereteándose en harapos y vos
girando en espiral hacia una caligrafía de nubes,
una doble hélice cruzando el cielo, el futuro sumiéndose
en el pasado, donde la presión y la fricción
dejan una marca
aquí, ahora, sobre el cuerpo que vibra.
(Versiones Patricia Ogan Rivadavia)
Heather H. Thomas, poeta, ensayista y profesora, nació en N. York, y actualmente reside en Reading, Pensilvania. Publicó siete volúmenes de poesía, ha recibido importantes premios, y su trabajo se ha publicado en antologías y traducido parcialmente al árabe, albanés, hebreo, italiano, lituano, castellano y sueco. Ha dado lecturas de poesía en Argentina, Bosnia, Egipto, Irlanda, Israel, Kosovo, Lituania, Rusia y otros países.