Jotamario Arbeláez. |
En 1964 había un hombre
que se llamaba Jotamario y usaba sombrero de copa.
Las gentes le decían: Señor Jotamario, ¿que hace usted con ese sombrero
de copa?
Y él les decía: Señoras Gentes, ¿qué hacen ustedes con esa pregunta?
Era 1964 y él no se había dado cuenta
que los poetas que escribían para el futuro estaban pasados de moda.
Era 1964 y él no se había dado cuenta
que en los Estados Unidos los negros estaban matando a los blancos con
armas blancas.
Era 1964 y él no se había dado cuenta
que si alguien le abría sus puertas era para que se estrellara más fuerte.
Pero había oído hablar de la bomba de californio
en los bailes de pascua de las embajadas;
pero había donado medio litro de sangre
para la anemia de los hospitales del trópico;
pero había leído en la revista Playboy
que Malcom X sostenía que Jesucristo era negro;
pero había mirado hacia atrás por el espejo de su bicicleta
medio millón de muertos diseminados en una siesta horrible.
A veces caminaba por las calles bajo su canicular sombrero de copa,
paladeaba helados que eran un polo de ricura
y su mayor deseo era orinar desde la punta de la torre Eiffel.
No tenía escritorio
pero las gentes le decían que tenía madera de escritor;
no tenía máquina de escribir
pero cuando le daba la gana escribía como una máquina,
escribía maquinalmente lo que le daba la gana,
y las gentes al escucharlo le aplaudían como con guantes,
como con una sola mano.
En el colegio le enseñaron de memoria los pensamientos de Pascal
y estuvo enamorado de la amargura del filósofo.
Cambió luego a Pascal por Pascale Petite
y la amargura por la mariguana.
Nunca tenía ideales.
Los ideales le parecían enfermedades de la idea.
Tenía en cambio ideas geniales.
Como ésa.
Comía rositas de maíz
que eran las únicas que le gustaban
y chiflaba si las películas
no satisfacían sus caprichos.
Sólo los domingos no se miraba en el espejo
sino al periódico donde publicaban su foto
y no es porque fueran de él pero le parecía
que sus poemas eran dignos de él.
Tenía un pasado judicial impecable
como un crimen perfecto.
Afortunadamente su padre
vestía la misma talla de él;
afortunadamente su amante
deseaba lo mismo que él;
afortunadamente la gente
pensaba diferente de él.
Sus padres se rasgaban las vestiduras
mirándolo por las calles recibir el caldo del cielo;
sus amigos le daban la mano dos o tres veces por semana;
apóstoles de zapatos de caucho nunca escasearon en su mesa
y en las terrazas de la ciudad pedían su plato de meteoros.
Era rebelde contra las paredes de moda
y su lecho era su único cuadrilátero para luchar.
Su lecho de patas de bailarina,
de sábanas de ordenamiento de vacas.
Su lecho de blandura de corteza terrestre
cuando la tierra era como una naranja.
Su lecho de fauna de microscopio
donde devoraba los bizcochos de la mañana.
Su mujer gemía bajo su peso pluma como una balanza,
bajo su peso y su presencia de lanzallamas en la noche de muslos
hospitalarios,
y se reía colocando sobre su nuca su anillo de oro negro con piedras de
diferentes colores
y su risa quebraba los cristales anaranjados de la luz.
Es un poeta inútil y se llamaba Jotamario,
como Buda.
de El profeta en su casa (1966)
Jotamario Arbeláez ( Cali, Colombia, 1940). Poeta, periodista y publicista, uno de los fundadores del Nadaismo y de los renovadores de la escritura poética del continente. En poesía ha dado a conocer: El profeta en su casa, 1966; El libro rojo de rojas, 1970; Mi reino por este mundo, 1980; La Casa de la memoria, 1985, ; El espíritu erótico, 1990; En paños menores, 1994; La casa de memoria, 1995; El cuerpo de ella, 2000 y Paños Menores, 2009. Nada es para siempre, las memorias de un nadaísta fue publicado en (2002).
Su obra ha sido distinguida en Colombia con los premios nacionales de poesía La Oveja Negra, 1980; Golpe de Dados, 1980; Instituto Colombiano de Cultura, 1985; Instituto Distrital de Cultura, 1999 y el premio internacional Valera Mora, Caracas, Venezuela, 2008.