(Estuario Editora-Colección
Cosecha roja, Montevideo, Diciembre, 2012)
Ignacio Fernández de
Palleja (1978) es poeta, narrador, periodista cultural y profesor de literatura
española y de lengua portuguesa en la escuela media. Este es su tercer libro,
el primero de cuentos. Los anteriores fueron Poemas desde un Peugeot rojo y
una carretera quieta (2012) y Poemas altibajos (2012).
En los tres libros,
pero en este en especial, refleja que también es “un sensible y agradecido
lector” (Borges dixit), un estudioso
del estilo y las técnicas, de las corrientes y de la historia de la literatura,
atento a la sintaxis y a sus juegos. Intertextualidad o guiños, como se le
quiera enfocar (y llamar), la lectura atenta de estos tres libros muestran a un
escritor documentado, de poderosa cultura, la que sabe procesar sin hacer
ostentación.
Tenemos aquí ocho
cuentos. En todos ellos sobresale el ingenio. Y aquella fórmula universal de
“muestra tu aldea y...”, muchas veces mal aplicada y por ello gastada, la que encuentra en cambio en este libro el
realce y la confirmación de su segura certeza, su verdad.
Llamar “cuentos
policiales negros” a los ocho relatos de diversa extensión y estructura que
reúne el libro posiblemente sea caer en un reduccionismo o en una banalización
(como lo sería llamar novela policial o de tema policial a Crimen y castigo de Dostoievski, Thérèse Desqueyroux de François Mauriac, o la pieza Corrupción
en el Palacio de Justicia de Ugo Betti, o a novelas de Dürrenmatt o Sciascia y alguna que otra de Balzac, para
poner algunos ejemplos extremos).
La novela negra y el
relato breve negro están más vinculados a lo policial, y si bien lo policial
está presente en la mayoría de estos cuentos, la presencia imperativa es la de
la hipocresía, el crimen, la injusticia (aunque finalmente la justicia, de una u
otra forma, prevalece). En Negro y Negro
el autor se aparta de los esquemas de la novela o relatos policiales. La
frontera común que pueden tener con la novela negra sólo se percibe en la
atmósfera asfixiante, la incertidumbre, la violencia reprimida y la injusticia
relativa.
Lo que prima en estos cuentos es el claroscuro
humano y social. Ya en el primero (“El intendente”) se define, se marca, diría
que se proclama el estilo y la intención estética que regirá el libro: combina
un refinado realismo (el social de las lacras y el individual secreto), con la
mirada crítica, sin hacer concesiones pero sin caer en simplismos, mirada que
se detiene en el crimen, la mentira, la hipocresía, sin por ello renunciar al
humor sutil, y siempre recurriendo al suspenso.
Los relatos son “duros”, los llamaría “secos”
o “enjutos”. No hay una palabra de más, el narrador de tanto en tanto deja caer
alguna mirada piadosa, pero no por ello estamos ante un autor que mira la
humanidad sin esperanza. Muy lejos de esto último. El pedazo de tejido que pone bajo el microscopio sigue los pasos de
un forense que disecciona la parte enferma de un tejido (más bien los casos se
aproximan a una autopsia).
La perspectiva,
decíamos, es crítica y refinada, pero sin ser cínica; lo social no empaña lo
literario, no cae en juicios facilongos, contraponiendo el blanco del negro, no
juega a maniqueísmos: muestra, describe, cuenta... Y cuenta nutriéndose de la
literatura que ha leído y de la que a lo largo del libro nos lanza varios
guiños. Sus lecturas procesan en su mirada la vida incierta, desconocida y
hasta confusa de nuestros pueblos, de nuestros personajes cotidianos, anónimos,
oscuros muchos de ellos. Nos sugiere otro Peugeot
que sigue rodando por la carretera, y como aquel carruaje al que aludía
Stendhal, nos va mostrando lo que ocurre en las veredas, seleccionando con ojo
inteligente, eje de una estética, de un fundamento. La carga de contenido
mostrada en el Peugeot se mantiene en
este libro de cuentos, que presenta una unidad ocular y filosófica firme y
constante a lo largo de todos los relatos.
Su mirada es lúcida,
pero no necesariamente pesimista, no hay tortuosas historias sobre la derrota
de la justicia y no prevalece la podredumbre de un sector de la sociedad,
aunque el sarcasmo sea cáustico y el retrato amargo; las metáforas corrosivas,
las tensiones y la ironía denuncian males ancestrales, consustanciales a
nuestra historia nacional y a nuestro interior nacional profundo. Cada una de
las historias está armada de manera que va creciendo en su desarrollo, se
complica, gana en enigma y suspenso, en todas los temas de la justicia (al filo
de la imposibilidad de que la justicia se imponga) está como escenografía
dominante, como reflejo y diagnóstico sobre un
repertorio de la realidad social uruguaya.
Horacio Verzi