Vicente Barbieri (Alberti, Buenos Aires,1903-Buenos Aires, Capital Federal,1956) |
Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
Jorge Guillén
1
Había
aquel aljibe
profundo
en algún patio
—un
patio con aromos
y
dulces hojas secas—.
Y
había tantos árboles
y
ocultos pieles rojas,
y
enfermedades y convalecencias.
2
Había
tantos miedos
con
noche y cabalgata,
y
días con escuela
iguales
y estirados.
Y
había mucha gente,
niñas
y vecindades,
y
un perfume de tiza y geografía.
3
Había
oscuros ríos
y
amenazantes balsas
tripuladas
por hoscos
personajes
con rifles.
Y
había alguna rama
batiendo
en la ventana,
y algún enmascarado perseguido.
4
Había
aquel retrato
en
su marco dorado,
y
algún oscurecido
días
de malas nuevas.
Y
había un misterioso
personaje
en los álamos,
y
las conversaciones de una guerra.
5
Había
los ausentes
amigos
de la familia,
caminos
polvorientos,
pueblos
y diligencias.
Y
había alguna tarde
de
premio y elegancia,
y
aquel viejo abanico en la repisa.
6
Había
mariposas
en
torno a una bujía,
y
un largo corredor
y
una pieza cerrada.
Y
había gruesos libros
con
adustos grabados,
y
un terrible aldabón de mano negra.
7
Había
una laguna
con
garzas y con juncos,
y
blancos “panaderos”
volando
por el campo.
Y
había una tapera
que
tenía luz mala,
y
largos temporales y cosechas.
8
Había
los silencios
de
las gentes mayores,
y
algún sobre de luto
con
la correspondencia.
Y
había ropas suaves
y
perfumes dolientes,
y
un amplio y desgarrado ver el mundo.
9
Había
mil cristales
y
escarchas y rocíos,
y
acaso un teru-teru
con
una pata rota.
Y
había los horneros
que
huelgan los domingos,
y
muchas margaritas y arroyuelos.
10
Había
alguna niña
rubia,
que sonreía
y
el vecino cordial
con
su perro y su pipa.
Y
había el arco-iris
en
la tarde mojada,
y
un servicial caballo de ojos claros.
11
Había
tantos sueños
con
fugas y peligros,
los
sueños con columpios
y
puentes que se caen.
Y
había sueños altos
con
torres y arboledas,
y
las raras ciudades de los sueños.
12
Había
la aventura
de
sables y turbantes,
con
suaves paquidermos
y
carabinas indias.
Y
había alguna copla
de
ron y abordaje,
y
un plano de una isla del tesoro.
13
Había
tardes muertas,
papeles
y lloviznas,
y
aquel pasar la mano,
silbando,
en las paredes.
Y
había una escondida
inquietud
primeriza
que
llegaba en profundas espirales.
14
Había
alguna casa
de
una esquina en ochava,
y
muy serias reuniones
con
fiestas y aguinaldos.
Y
había algún sombreado
parral
con moscardones,
y
los duraznos verdes en la siesta.
15
Había
un viejo cofre
con
libros y retratos,
y
aquella fabulosa
venida
de un cometa.
Y
había un gobelino
con
felices aldeas
y
una pastora rubia en primer plano.
16
Había
algún rincón
del
mar, que amontonaba
gastadas
lunas viejas
y
trémulos ahogados.
Y
había los chillones
trajes
de los gitanos,
y
los titiriteros ambulantes.
17
Había
la canción
de la niña y el piano:
—“No
hay sitio bajo el cielo
más
dulce que el hogar…”—
Y
había cortinados
y
un gran candelabro,
y
acaso un no sé qué de cera triste.
18
Había
un virginal
deseo
que brotaba
entre
cirios y estampas
y
niñas heroínas.
Y
había algún incienso
de
rubias cabelleras,
y
una falda celeste y un breviario.
19
Había
—de improviso—
un
trébol de cuatro hojas
que
anunciaba seguros
sucesos
agradables.
Y
había la alta fiebre
que
luce y moviliza
los
personajes de los tapizados.
20
Había
la estirada
solemnidad
de un acto,
y
el caminar despacio
por
espesas alfombras.
Y
había exploradores
con
cruces y armaduras,
y
un doncel degollado junto a un roble.
21
Había
algún terrible
viento
que anda suelto
sacudiendo persianas
y
puertas mal cerradas.
Y
había ese atisbar
de
la noche en los patios,
y
la noche sobre los cementerios.
22
Había
las callejas
para
andar en silencio,
y
los frescos baldíos
con
niños y guerrillas.
Y
había una vecina
de
grandes ojos negros,
y
un patio con macetas de geranios.
23
Había
las mañanas
de
sol y campanarios,
y sonando a lo lejos
el
yunque y el martillo.
Y
había algún secreto
de
irse un día
en
busca de aventuras estupendas.
24
Había
una botella
con
un barquito dentro,
y
un globo de cristal
que
contenía el mundo.
Y
había una ventana
y
en la ventana un niño
que
miraba la lluvia, ensimismado.
25
Había
las películas
y
el pianito del cine,
y
un timbre que sonaba
para
cada intervalo.
Y
había las terribles
películas
en series
y
William Hart y su caballo pinto.
26
Había
una agradable
tristeza
vencida,
y
un andar al acaso
pensando
en un suicidio.
Y
había un desangrarse
en
nobles evidencias,
y
un dulce persistir, como un arroyo.
27
Había
una casilla
con
cuatro ruedas altas
y
un hombre que vivía
feliz
en su casilla.
Y
había muchas quintas
con
molinos girando
como
una música de calesitas.
28
Había
algún arcángel
en
las voces del coro,
y
un apóstol mostrando
la
llagada rodilla.
Y
había ese perfume
que
hay en las catedrales,
y
una luz musical en toda cosa.
29
Había
el estar solos
contemplando
la calle,
y
una desconocida
angustia
en la garganta.
Y
había un obstinado
silencio
resentido,
y
acaso algún cariño inexplicable.
30
Había
un no saber
mejor
que toda cosa,
y
un preguntar del mundo
apenas
descubierto.
Y
había sugerencias
recónditas,
magníficas,
en
el sonido de las alcancías.
31
Había
tantas flores,
jinetes
y carrozas,
y
una llovizna tibia
sobre las
plantaciones.
Y
había muchos hombres
lentos
y sudorosos
que
cantaban canciones melancólicas.
32
Había el
hijo prodigo
de
una vieja leyenda,
que
regresaba siempre
para
bien del relato.
Y
había alguna niña
extraviada
en un bosque
con
malezas y tigres y serpientes.
33
Había
en una sala
un
venerado espejo,
que
un día de mudanzas
se
trizó en mal agüero.
Y
había un grueso álbum
con
fechas increíbles
y
retratos que acaso estaban muertos.
34
Había
aquel vaivén
de
si es o no es la vida,
y
alguna fruta amarga
y
espinas y escaleras.
Y
había los secretos
de la niña que crece
junto
a un leve temor interrogante.
35
Habías
siempre alguna
flamante
novedad,
las
vísperas de viaje
y
los zapatos nuevos.
Y
había reyes magos
que
entonces existían,
cuando
el Niño Jesús era pequeño.
36
Había
—con el sueño—
un
duende que tenía
la
derecha de hierro,
la
izquierda de algodón.
Y
había duendecillos
que
en noches tormentosas
se
robaban la leña del hogar.
37
Había
—con el sueño—
una
verde pradera,
y
un grave Carlomagno
como
un rey de barajas.
Y
había una doncella
en
una torre altiva,
y
una hechicera y un enano rojo.
38
Había
—con el sueño—
las
orillas de un río
donde
un hombre tendía
los
brazos, sollozando.
Y
había muchas islas
desiertas,
con palmeras,
y las tres carabelas de un grabado.
39
Había
casi siempre
una
oscura cochera
y
un patio de baldosas
y
un viejo jardinero.
Y
había el admirado
maestro
de la banda,
y
los largos desfiles militares.
40
Había
—entre murmullos—
velones
y azahares,
y
un alto crucifijo,
y
lacerados nardos.
Y
había raros sueños
en
los que alguien volvía
de
un misterioso viaje sin retorno.
41
Había
—con el sueño—
extraños
firmamentos
con
estrellas de vidrio
y
lunas de hojalata.
Y
había un fin del mundo
que
asustaba a las gentes,
y
algún descubrimiento extraordinario.
42
Había
los paisajes
de
biombos y tarjetas
con
un lago de espejo
y
torres y cigüeñas.
Y
había ese misterio
que
irradia el respetado
retrato
de primera comunión.
43
Había
la plazuela
con
fuertes eucaliptos,
y la temida estatua,
y
los niños descalzos.
Y
había tantos nombres
de
personas y cosas,
y
era como un mareo y equilibrio.
44
Había
días áridos
de
estrechez y zozobra
—niñez
estremecida,
desvalida
niñez—.
Y
había tan lejanas
comarcas
y ciudades
gratas
a la aventura y el coraje.
45
Había
una palabra
mágica
y auspiciosa,
que
dicha en su momento
salvaba
contingencias.
Y
había un llanto cálido
en
la noche, en la almohada,
un
generoso llanto sobre el mundo.
46
Había
un niño pálido
con
adverso destino,
y
al que miraban todos
con
piedad silenciosa.
Y
había la certeza
de
que los muertos oyen,
atentos,
con los párpados cerrados.
47
Había
aquella oculta
intuición
invencible:
las
cosas que eran buenas,
las
cosas que eran malas.
Y
había aquel camino
que,
rumbo al horizonte,
se
iba más allá del mundo nuestro.
48
Había
algún grabado
de
brujas y dragones,
con
flácidos murciélagos
y
nubes de aluminio.
Y
había la lectura
nocturna
y anhelante,
y
un golpe de aldabón en la alta noche.
49
Había
los primeros
versos
descalabrados
y
escritos a hurtadillas
con
tinta apasionada.
Y
había alguna tarde
de
ocaso interminable
en
que el mundo era lila y angustiado.
50
Había
el repicar
de
la lluvia en los techos,
y
un caño barboteando,
y
el agua de la acequia.
Y
había aquel tropel
cristalino
—infinito—
que
hacen los “soldaditos de la lluvia”.
51
Había
manos suaves
arreglando
la almohada,
y
en el jardín luciérnagas,
y
flores que bostezan.
Y
había un derrumbarse
en
sueños de amapolas
con
estrellas y gnomos y veletas.
52
Había
la penumbra
de
las habitaciones,
en
tardes con enfermos
y
obligados silencios.
Y
había ese propósito
recomenzado
siempre
de
construirnos un teatro de muñecos.
53
Había
las heladas
mañanitas
de agosto
y
el campo tiritando
bajo
un sol de cristal.
Y
había los viajeros
envueltos
en sus mantas,
y
las viviendas de los campesinos.
54
Había
aquella cruz
de
palo, en el camino:
con el nombre JUAN SEBASTIÁN RIVERO
15-3-17
Y
había los relatos
del
viaje, aburridores…,
y
las ruedas crujiendo en las escarchas
55
(Había
alguna infancia
que
venía de lejos,
con
los brazos tendidos
y
el cabello revuelto.
Y
había un grito amargo
desde
una lejanía
y
una imagen de luto y despedida).
56
Había
el sobresalto
de
crecer en el sueño,
que
nos llegaba, cálido,
de
profundas raíces.
Y
había una promesa
repetida
en la noche
a
alguna sombra descorazonada.
57
Había
—nadie sabe
por
qué milagro augusto—
esa
seguridad
de
poseer el mundo.
Y
había frescos cauces
corriendo
en las arterias,
y
la muerte era azul y silenciosa.
58
Había
—con el sueño—
pueblos
de pescadores
y costas con barcazas
y
torvos bucaneros.
Y
había una alta roca
y
una luz en la noche,
y
Sandokán entre tapices persas.
59
Había
aquella música
de
brigadas fantásticas,
de
lanzas y gemidos
y
devastadas huestes.
Y
había el torturado
sonar
de las vihuelas
que
decían las cosas, sin consuelo.
60
Había
(pero nunca
se
supo ese prodigio)
un
pastor cuidadoso
que
apacentaba sueños.
Y
había la presencia
indudable
y segura
del
ángel servicial de nuestra guarda.
61
Había — ¡lejos, lejos!—
islas
y amaneceres
con
nubes irisadas
y
nevadas eternas.
Y
había — ¡lejos, lejos!—
la
joven y el trineo
y
la alta cúpula y el gallo de oro.
62
Había
un mar sonoro
con
veloces navíos,
con
algas y cetáceos
y
briosos hipocampos.
Y
había un almanaque
que
explicaban los sueños
y
las graves figuras del Zodíaco.
y
63
Había
una magnífica
urgencia
de la sangre
subiendo
en marejada
feliz
y misteriosa.
Y
había peces rojos
y
sabores celestes,
y
azules continentes, y países…
…………………………………………………………
(Y
había más aún en todo el mundo
—y
era un mundo importante, aunque pequeño—:
cosas
que acaso faltarán en estas
recortadas NOTICIAS DE UNA INFANCIA).