Lucía Rosa González |
SONIDO DE ÁRBOL
Hueco cielo profundo,
¿te quedaste sin fondo relumbrante?
¿A quién cediste tu honda resonancia?
¿A este viejo castaño lapidado
por niños invisibles o verdugos?
¿A este viejo castaño
cuyas hojas descienden y se alzan
en posición de ola
sobre el barranco?
La noche alzó su lengua lamedora
hacia las crespas piedras.
Podría haberse oído el ruido del arroyo,
pero el arroyo solo discurría
como filo de viento en nuestra mente.
¿Acaso el pensamiento del castaño
trascendía la sed,
inventándose el agua inexistente
como arroyo de sueño
en nuestra mente seca?
Las piedras retumbaron
en el hondo barranco.
¿Lo que se oyó fue el cielo?
¿Su carcajada?
¿O fuiste tú, castaño?
VERSOS DE GRAJAS NEGRAS
¿Eran versos aquello que venía
del canto de las grajas?
¿Sonidos olorosos
o rumores del viento en los naranjos?
Un lenguaje desnudo como orilla
en el instante en que las olas ven
de frente el horizonte
y avanzan hacia él, si retroceden.
Qué escándalo el mugido de las hojas
de los naranjos
entre las suaves garras de las grajas.
Lo negro de las aves
ceñía como piel la savia blanca.
Savia de los naranjos.
Vibró un poste de flor,
penetró el tiempo,
¿o eso no era el tiempo?
¿Era el ofrecimiento de la tierra?
Percibí
que existía un mugido en el azahar;
como si desbordara
lo negro de la tierra y se elevara,
inscribía sonidos en la placa
del aire revoltoso.
Entonces surgió un tren de remolinos.
Sus vagones surcaban las sustancias
de aquello que nacía.
¿Pero estaba o no estaba
aquello que nacía
bajo el camino cielo?
El cielo estaba frío.
El aire tiritaba.
De pronto el tren como bandada
se encapotó.
Las nubes exhalaron un acorde.
Negras las nubes.
¿Ese era el canto?
¿Verso de grajas negras
entre naranjos?
¿O no había grajas?
LA LLUVIA
HORIZONTAL
La lluvia horizontal
engulle la montaña.
La montaña está dentro
del vientre de la lluvia.
Su organismo de lluvia
rebosa tierra oscura.
Entonces, nuestros pasos
de niña en la montaña,
¿caminan en la lluvia?
¿Resuenan con la lluvia horizontal?
¿Llegarán al océano?
¡Los pasos son tan cortos! ¿Se ahogarán?
Demasiado voraz es el océano.
Oh, lluvia engullidora,
los nidos de las grajas,
¿están en esta lluvia que es tu savia?
El orín de los perros de montaña,
¿cae desde tu nube?
¿Y el canto de los mirlos?
En la errancia de seres tan dispares
por el tiempo borroso,
¿existe concordancia?
CONCIENCIA QUE SE NUTRE DE LA INFANCIA
Yo observaba en la proa
los dos lados del agua.
Oí un zureo extraño: era un llanto
como de plumas que se desplegaban.
Vi la paloma quieta ante el halcón.
Con la mano en un remo,
si ahuyentaba al halcón,
¿el llanto cesaría?
La presa del halcón,
inaccesible a él en la distancia,
me ofrecía su voz de ave llamando.
Impasibles al llanto,
¿los otros navegaban?
¿O no había otros?
El halcón oteaba.
El agua oscura,
el puente de la tarde,
la barca a la deriva.
¿Debí de haber salvado a la paloma?
¿Ocultarla en la barca
para evitar que fuese devorada?
Todo lo que yo oía
era el miedo del ave.
¿Con cuánto de ese miedo,
que viene a mis oídos de la infancia,
extremo el nacimiento de este canto?
PIEL DE CASTAÑO
Cerca, junto al barranco, se alza el castaño.
¿No adviertes en el viento de los tiempos
las páginas del libro mordidas por las cabras?
Son las hojas lamidas por los años.
El libro con el borde
herido por la forma de los años.
¿Engulliste a Platón,
viejo animal de fondos arenosos?
Las letras de Belleza
que bullen en la niebla,
¿se adhieren a tus piernas
fijadas como orilla a lo profundo?
Custodio ángel erguido entre las viñas,
¿qué hiciste de las hojas?
Sin esperanza, huérfanas,
volando entre las grajas que volaban.
Lo negro del granzón,
¿es eso que murmulla?
¿Destella con sonidos lo vivido
que podría no estar en su negrura?
Silbidos del océano, los pájaros,
¿o el vulnerado silbo de la arena
negra también?
Cerca, balan las olas.
Bolsillos del océano, las olas,
¿qué dentro guardarán?
¿Las voces encerradas en tu sombra?
Dije: Cuida al rebaño y a las grajas.
¿No viste a la bandada,
negra, sin esperanza
(la esperanza la hace más ligera),
roída por tus púas, los erizos:
zarpas de armas feroces en potencia?
¿Mudo por el salitre de las niebla?
Son los acantilados, no el salitre,
erguidos y soberbios, que sostienen
la encarcelada sabia de las nubes
sin cielo en que beber.
No es la lluvia que espera.
Son las nubes cortadas
que el tiempo desbocado decapita.
Y en los dientes voraces de las púas,
tan cerca del castaño,
palpitó el dios de las palabras.
Oí lejos manar un riachuelo
en el umbral del valle,
y oí en los precipicios
balidos del rebaño y de las olas.
¿Voces de riachuelo
o ruidos de barranco
lo que sonaba dentro de los ecos?
Castaño en soledad,
mudo sobre la niebla,
aquello que se oye, ¿tú lo sientes?
LA HIGUERA DE LOS ROQUES
La madre de los higos se encorvaba.
Subida sobre el tronco,
oí los capirotes, no su canto:
su vuelo hacia las hojas de la higuera,
su vuelo susurrante entre la niebla.
Los higos resbalaban y en el cesto
daban ligeros saltos como mirlos.
Pero no eran los mirlos.
Y lo que sucedía
no eran cosas del mundo que suceden.
¿Ascendía la higuera?
¿A quién asían sus ramas ya sin higos?
¿A la escamosa niebla de la cumbre
que iba y que venía
y entre sus ramas grises
se diluía?
¿Atrapaban su gris
mis talones desnudos?
El padre de las horas se encogió.
Como mirlo agitado entre las ramas
oscuro se ovilló.
Veloz el horizonte engulló el sol.
Y aquel miedo de niña, la soledad del monte,
la brevedad del día ya sin luz,
como un monstruo con alas
se personó en la niebla.
Como monstruo con alas en la noche,
posible y enigmática,
la diosa macilenta de la cumbre
de cabellera gris como de higuera.
Pero no era la higuera.
Lucía
Rosa González (1954, La
Palma, Islas Canarias) ha dirigido la revista literaria
Pequeños Poetas, los grupos de teatro El Roque y Ana Mª Samblás.