TOMAS TRANSTRÖMER (Suecia, 1931-2015)
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EL CIELO A MEDIO HACER
El desaliento interrumpe su
curso.
La angustia interrumpe su
curso.
El buitre interrumpe su
vuelo.
Tenaz, la luz se derrama;
hasta los fantasmas se
toman un trago.
Y nuestros cuadros se hacen
visibles,
animales rojos de ateliés
de la Época Glaciar.
Todo comienza a girar.
Centenares los que andamos
al sol.
Cada persona es una puerta
entreabierta
que lleva a una habitación
para todos.
La tierra infinita bajo
nosotros.
El agua brilla entre los
árboles.
La laguna es una ventana a
la tierra.
(de El cielo a medio hacer)
La casa del dolor de cabeza
Me desperté en el mismo
centro del dolor de cabeza. El dolor de cabeza es el lugar donde debo
permanecer y por esto me he quedado sin recursos para pagar alquiler en ningún
otro lado. Me duele tanto el cabello que se me está volviendo canoso. Duele
dentro del nudo gordiano, el cerebro, eso que desea tántas cosas, en diferentes
direcciones. El dolor es una medialuna que cuelga medio dormida en el cielo
celeste, el color desaparece del rostro, la nariz señala hacia abajo, toda la
vara del zahorí se tuerce hacia abajo, hacia la corriente subterránea: el
dolor. Me he mudado a una casa que fue construida en lugar erróneo, hay un polo
magnético casi debajo de la cama, casi bajo la almohada y cuando el tiempo
cambió, encima de la cama, hubo un corto circuito. Una vez tras otra intento
imaginarme que un enorme cascanueces pellizca con un agarrón milagroso las
vértebras del cuello, algo que de una vez para siempre enderezará la vida. A
propósito, no sólo hay dolor en mi cabeza privada. El mal se relaciona, entre
otras cosas, con las negociaciones de paz en París que se han “malogrado” y la
expresión “malogrado” se proyecta en la pantalla de aquí dentro. También duele
porque las cartas quedan sin responder, porque ayer estaba enojado, porque uno derriba
la vieja y fea casa para construir una más fea aún. Pero la casa del Dolor de
Cabeza no está madura para ser eliminada. Antes tendré que vivir allí una hora,
dos horas, medio día. Antes dije que era un lugar, luego he cambiado diciendo
que es una casa, pero la pregunta es si no será una ciudad entera. El tráfico
se desliza implacablemente lento. Los diarios aparecen. Suena un teléfono .
(inédito en libro)
Epílogo
Diciembre. Suecia es una
extenuada
barca en tierra. Sus
ásperos mástiles,
contra el cielo de
anochecer.
Y el anochecer dura más
que el día -el camino que
conduce hasta aquí es pedregoso:
recién a la hora de la cena
llega la luz
y el coliseo del invierno
se levanta,
iluminado desde nubes
irreales. Entonces sube
de pronto el humo blanco,
vertiginoso
de los pueblos. Las nubes
están infinitamente altas.
En las raíces del árbol del
cielo hurga el mar,
distraído, como escuchando
algo.
(Invisible pasa un pájaro
sobre la parte oscura,
retraída del alma,
despierta
a los durmientes con sus
trinos. Así gira
el refractor, atrapa otra
época
y ya es verano: muge la
montaña, hinchada
de luz y el arroyo levanta
el brillo del sol
en mano transparente…
Luego, todo se esfuma
como en la oscuridad se
corta película.)
Ahora la estrella de la
tarde quema la nube.
Árboles, patios traseros y
casas se amplían, crecen
en la avalancha silenciosa
de la noche que cae.
Y bajo la estrella se revela
más y más
el otro, el oculto paisaje
que vive
como silueta en la placa
radiográfica de la noche.
Una sombra lleva su trineo
entre las casas.
Ellas esperan.
A las 18.00 llega el viento
y galopa ruidoso en la
penumbra
de la calle del pueblo,
como una caballería. ¡Cómo
la negra inquietud actúa y
se desvanece!
En danza inmóvil están las
casas presas,
en este zumbido que se
parece al sueño. Uno y otro
golpe de viento vagan sobre
la bahía, lejos,
hacia el mar abierto que se
arroja en la noche.
Flamean las estrellas
desesperadas en el espacio.
Las encienden y apagan
nubes que van volando;
sólo cuando anochece la luz
elimina
su existencia, como las
nubes del pasado
que andan cazando en las
almas. Cuando paso frente
a la pared del establo, se
oye el estruendo
de las coces del caballo
enfermo que está adentro.
Y es la partida en la
tormenta, junto
a una reja que golpea y
golpea, un farol
que surge de una mano, una
animal que cacarea
de terror en el monte. La
partida, cuando truena
como la tempestad sobre los
techos de los establos, bordonea
en los hilos telefónicos,
silba estridente
en las tejas del techo
nocturno
y el árbol desamparado
extiende sus ramas.
¡ Un tono de gaitas se
libera!
Un tono de gaitas que
avanzan desfilando,
liberadoras. Una procesión.
¡Un bosque en marcha!
Chorrean en torno a una
proa y la oscuridad se mueve
y tierra y agua se
transportan. Y los muertos,
los que se fueron bajo
cubierta, van con nosotros,
con nosotros, en marcha: un
viaje por mar, una travesía
que no es caza, sino
amparo.
Y el mundo rasga todo el
tiempo su carpa
de nuevo. Un día de verano
el viento toma
la jarcia de la lancha y
arroja la Tierra hacia delante.
Rema el nenúfar con su pata
de rana oculta
en el vientre oscuro de la
laguna que huye.
Rueda lejos un bólido en
las salas del espacio.
En el anochecer de verano
se ven las islas elevarse
en el horizonte. Viejos
pueblos van
en camino, se internan en
los bosques más y más,
en la rueda de las
estaciones, con el rechinar de la urrraca.
Cuando el invierno arroja
de sí sus botas,
y el sol tañe más alto, los
árboles se cubren de hojas
y se llenan de viento y
navegan en libertad.
Junto al pie del monte está
el declive del bosque de pinos,
pero viene la ola larga y
tibia del verano,
pasa lentamente entre los topes
de los árboles, descansa
un instante y se hunde otra
vez:
queda una costa deshojada.
Y por fin:
el espíritu de Dios es como
el Nilo: se desborda
y se hunde a un ritmo que
ha sido calculado
en textos surgidos en
distintas épocas.
Pero también él es inmutable
y por eso rara vez se lo ve
por aquí.
Él cruza la procesión desde
el costado.
Como el navío pasa entre la
bruma
sin que la bruma nada
perciba. Silencio.
La débil luz de la linterna
es la señal.
(de 17 poemas)
El sueño de Balakirev
(1905)
El piano de cola negro, la
araña brillante,
temblorosa estaba en el
medio de su red de música.
En la sala de conciertos
fue tocado un país
donde las piedras eran
livianas como rocío.
Pero Balakirev se durmió
con esta música
y soñó con el carruaje del
Zar.
Avanzaba rodando sobre los
guijarros
derecho hacia la oscuridad
graznando como cuervo.
Él mismo estaba solo,
sentado, veía desde el carruaje
pero también corría por el
mismo camino.
Sabía que el viaje había
sido largo
y su reloj medía años, no
horas.
Había un campo en que yacía
el arado
y el arado era un pájaro
caído.
Había una bahía donde
estaba el barco
congelado, apagado, con
gente en la cubierta.
El carruaje se deslizaba
sobre el hielo y las ruedas
zumbaban y zumbaban con
sonido de seda.
Un pequeño navío de guerra:
“Sevastopol”.
Él estaba a bordo. Se
acercó la tripulación.
“Te salvarás de morir si es
que sabes tocar.”
Le mostraron un extraño
instrumento.
Parecía una tuba o un
fonógrafo,
o parte de una desconocida
maquinaria.
Paralizado y desamparado
comprendió: era
el instrumento que dirigía
el navío.
Se volvió hacia el marino
más cercano,
ansioso, gesticulando, con
la mano pidió:
“¡Haced la señal de la cruz
como yo, haced la señal!”
El marino lo miró triste
como un ciego,
estiró los brazos,
hundiendo la cabeza:
estaba como clavado en el
aire.
Sonaron los tambores.
Sonaron los tambores. ¡Aplausos!
Balakirev se despertó de su
sueño.
Tableteaban las alas de los
aplausos en la sala.
Vio levantarse al hombre
del piano de cola.
Afuera, las calles
oscurecidas por la huelga.
Rápidos pasaban los
carruajes en la oscuridad.
(MILIJ BALAKIREV
COMPOSITOR RUSO, 1837-1910)
(de Secretos en el camino)
La ventana abierta
Parado frente a la ventana
abierta,
en un primer piso,
me estaba afeitando una
mañana.
Encendí la afeitadora.
Comenzó a zumbar.
Zumbaba más y más.
Creció hasta el estruendo.
Creció hasta ser un
helicóptero
y una voz –la del piloto-
penetró
a través del estruendo;
gritaba:
“¡Mantén la vista alerta!
Es la última vez que ves
esto.”
Nos elevamos.
Volamos bajo sobre el
verano.
¿Importa saber cómo me
gustaba todo esto?
Docenas de dialectos en
verde.
Y en especial el rojo de
las casas de madera.
Los escarabajos brillaban
en el barro, al sol.
Sótanos arrancados por las
raíces
llegaban por el aire.
Actividad.
Las prensas se arrastraban.
En ese momento la gente
era lo único que estaba
quieto.
Guardaban un minuto de
silencio.
Y especialmente los muertos
del cementerio rural
estaban quietos
como cuando posábamos para
las fotos infantiles.
¡Vuela bajo!
No supe adónde volvía yo
mi cabeza:
con visión dividida
como un caballo.
(de Ver en la oscuridad)
Para amigos tras una frontera
Fui tan parco en mi carta.
Pero lo que no pude escribir
se hinchó e hinchó como un
antiguo zepelín
y se perdió al fin por el
cielo nocturno.
II
Ahora el censor tiene la
carta. Enciende su lámpara.
En el resplandor vuelan mis
palabras como monos en una reja,
se sacuden, se aquietan
y ¡muestran los dientes!
III
Leed entre líneas. Nos
encontraremos en 200 años
cuando estén olvidados los
micrófonos de hotel
y podamos dormir al fin,
hacernos ortoceratitas.
(de Senderos)
Boceto en octubre
El remolcador, pecoso de
herrumbre. ¿Qué hace tierra adentro?
Es una pesada lámpara,
apagada en el frío.
Pero los árboles tienen
colores salvajes. ¡Señales hacia la otra costa!
Como si algunos pidieran
que los recojan.
Camino a casa veo los
hongos surgir en la gramilla.
Son dedos que piden ayuda,
dedos de uno
que para sí mismo sollozó
largo tiempo, en la oscuridad de abajo.
Pertenecemos a la Tierra.
(de Senderos)
La parroquia dispersa
I
Acordamos mostrar nuestras
viviendas.
El visitante pensó: son
buenas viviendas.
La villa miseria está
dentro de ustedes.
II
Dentro de la iglesia:
bóvedas y columnas
blancos como yeso, como
venda de yeso
en torno a los brazos rotos
del trono.
III
Dentro de la iglesia está
el cuenco del mendigo
que se levanta a sí mismo
del piso
y camina a lo largo de las
hileras de bancos.
IV
Pero las campanas de la
iglesia tienen que ocultarse bajo tierra.
Cuelgan en los túneles de
las cloacas.
Repican bajo nuestros
pasos.
V
El sonámbulo Nicodemus en
camino
a la Dirección. ¿Quién
tiene la dirección?
No sé. Pero hacia ella
vamos.
(de Senderos)
Mayo tardío
Manzanos y cerezos en flor
ayudan a los lugares a deslizarse
con salvavidas blanco; en
la bella, sucia noche de mayo, los pensamientos se abren.
Hierba y malahierba dan
silenciosos, tercos golpes de ala.
Brilla el buzón en calma;
lo escrito no se puede retirar.
Viento algo frío pasa por
la camisa y busca el corazón.
Manzanos y cerezos, de
Salomón en silencio se ríen,
florecen en mi túnel. Los
necesito
no para olvidar sino para
recordar.
(de Senderos)
Versiones de Roberto Mascaró