Omar Garzón Pinto |
El fuego da la consistencia
Hubo un tiempo en que todo era sombra, yo
también lo era.
Ella dijo mi nombre.
Fui palabra nueva, cuerpo deseado.
Hubo días en que todo era adverbio sustancial
/hasta que llegó también el adjetivo.
Los días acabaron y llegaron las desoladas
noches
la profunda tristeza, la efímera risa, el
silencio constante…
Hay momentos en que soy la palabra no dicha
como este poema exiliado que el mundo no oyó
como ese punto final que me niego a poner
y que tal vez muchos marchantes pongan por mi
algunos lustros arriba.
Habrá tardes en que mi nombre será la palabra
/que brota del prado
cuando la sombra del árbol sin hojas domine
sobre el camino que esconde la huella de la
niña sangrante…
De cualquier forma, en cualquier boca, por
cualquier medio
como sonido profundo que se llevan los vientos
o símbolo tallado que se oxida en la aren, eso
soy:
La clave cifrada que unos pocos entienden
la placa de mármol tallada en las lenguas
que el mundo no escucha
Eso soy: El jarrón agrietado que se humedeció
/con el llanto y se forjó entre las bombas
la palabra que descubre las ruinas y que perdura
/en el ocaso del tiempo
las olas del mar como voces forjadas
susurrando
/tu nombre a los hijos del viento.
Eso soy: La patria milenaria que todas las
noches agoniza
/que todas las mañanas se levanta.
A Mahmud Darwis
Roque Dalton “GarCIA”
Tengo un país que me nace en cada herida,
/que me duele en todo el cuerpo.
Miro al cielo y lo reconozco en mis ojos.
Un país que un día me abandonó
pero que me acompaña a cada paso.
Su recuerdo se hace cicatriz sobre mi piel.
¿Lo podías sentir, amor, lo podías tocar
/cuando rosabas mis labios con tus dedos?
No, no podías. Te pasaba lo mismo que a mí:
Estiro mis brazos, le llamo, pero él se va.
Es su soledad la que me pesa.
Tengo un país que me duele en todo el cuerpo
un país que después de golpearme varias veces
hoy por fin me mata.
Más grande que el río es el hombre
Sí, lo sé. Llegará el momento en que mi voz no
tenga asidero.
Mis dedos flotarán a la deriva desnudando a
los náufragos
y mis huesos tratarán de hacerse luz de Luna
entre los ríos.
Faltará mi cuerpo, faltará mi sombra en el
paso de las horas
pero mis palabras ya sin carne, sin angustias,
prevalecerán.
A Javier Heraud
Carta de amor a Cuscatlán
País mío: Si algún día te acuerdas de mí
te espero en el verso que no fue escrito
en ese que se oculta en los dedos que no te
señalan
en el que susurré a tus oídos y que el viento
conoce
en ese que escribe la arena en la playa y que
las olas se llevan
en ese que recitamos un día y que se oculta en
la lluvia tardía.
Te espero, país mío, mi hijo
en el poema donde me nombras
en el exilio.
A la memoria de Mauricio Vallejo
Juana María y su arenga en el Tiempo
La única certeza que poseo es que mi cuerpo
también es sal
y como sal tendrá que deshacerse algún día en
el silencio.
Mi piel será la ausencia, mi hueso el rumor de
la sangre que se seca.
Mi palabra: Polvo de Luna que fragmenta balas
el paso del viento entre las ramas.
A
Delfina Góchez Fernández, in memoriam
Un poeta es un satélite en
constante caída
Sé que caeré y también sé que mi cuerpo
se convertirá en ausencia derrotada.
Aun así, estoy tirado en el suelo
intentando unas líneas victoriosas que se
unirán
al reclamo irremediable de una muchedumbre
en una plaza.
Habré ganado entonces
porque caí como cualquiera
pero nunca me callé
nunca habitó silencio en mí
menos hoy que como última victoria
le grito tu nombre
a las paredes agujeradas
y mucho menos hoy que como última conquista
humedezco
mi agitado pecho
con el rojo de tus labios y mi garganta
con el invisible néctar de tu lengua.
Mueren dos veces aquellos que no dicen nada
al momento de su siembra
y aquellos que no pudieron caer boca arriba
para encontrarse con tu rostro
antes que el frío
abrazo de la muerte en la espalda.
A Leonel Rugama
El Evangelio según Sanmiguel
Nos
enseñaron a arrodillarnos
cuando
arreciaran los vientos del invierno.
Nos
obligaron a rogar cuando la lluvia fuerte se posara
en
nuestro pecho.
Aprendimos
a temer al fuego
por
causa de la danza de sus sombras.
y
seguían: ni viento ni lluvia cesaban
a
pesar de nuestras súplicas
y la
llama y sus sombras
eran
muy grandes ante nuestros ruegos.
“¡Crean,
crean, hermanos!”
nos
decían con las manos llenas
mientras
nos apuntaban por la espalda con un puñal
como
Abraham a Isaac.
Una
vez nos dimos cuenta de la niebla
Aprendimos
a no huir.
Así
encontramos los ojos tristes de Moisés
entre
las uvas fermentadas que impregnaban
/la embriaguez
de nuestros labios:
Las
aves moribundas
y la
hedionda brisa citadina
son
el eco de la trompeta apocalíptica
que
debemos escuchar aterrorizados
o
comiendo palomitas de maíz para distraernos
mientras
ellos le roban gemidos infantiles
a la
noche que esconden debajo de sus camas
para
después humedecerlos con sus lenguas y sus ojos
con
esos con los que también nos venden sus tierra prometida
más
allá de las estrellas.
Los
mismos ojos con los que Edith vio hacia atrás
antes
de convertirse en la sal
de la
que están hechos los detractores de Sodoma
que
son también los que necesitan de Gomorra
para
vender allí su evangelio de la muerte.
De
roja sal están hechos sus atriles
sus
argollas y vestidos.
De la
misma con la que vendieron a Dios
cuando
creíamos que él nos oía.
De
sangre porque prostituyeron a Dios para llenarse las manos.
¡Un
aplauso para los proxenetas del Cristo caído y del resucitado!
Un
aplauso aunque nunca nos mostraron su costado
ni la
planta de sus pies
ni
las palmas de sus manos.
Nos
impusieron cerrar los ojos
para
entender el mensaje de los ríos
pero
el mensaje de los ríos era muy confuso.
Entonces
unos pocos nos aventuramos
A
separar nuestras pestañas:
Vimos
a los muertos pasearse en sus cauces
chocando
con las piedras
desnudos
sin
rostro.
Entendimos que nada se llevan las hojas
Entendimos que nada se llevan las hojas
cuando
caen
y que
no hay nada bajo el cielo que nos sea oculto.
Solo
necesitamos entender el canto de los gallos
y el
vuelo de las aves
en
medio de tanto aullido
de
tantos gritos
tantas
luces de neón.
Nos
enseñaron a desear el sonido de las monedas
cuando
chocan entre sí.
Para
ignorar la voz herida de los niños
para
ignorar las nubes que no vio Adán
para
ignorar las aves que salieron de los mares
para
no ver la lluvia que rosó al borracho de Noé
para
enterrar al verbo hecho carne
ese
que ahora necesita de tu ayuda
porque
ya jugó su última carta:
Mandó
a su hijo a morir por ti
y lo
único que se te ocurrió
fue
bañarlo en oro y colgarlo
de tu
pecho. Ahora eres salvo.
Nos
enseñaron a arrodillarnos para no andar la tierra.
Nos
enseñaron a rogar para vivir a la sombra de otros hombres.
Nos
enseñaron a cerrar los ojos para no ver nuestro reflejo en el agua
y así
por fin poder matar a Dios.
A
Tomás Sanmiguel
Confesiones en enero
1.
(COSOVEI)
¿Acaso
se puede escribir un solo verso sin la agonizante
pero
nunca faltante esperanza de verse reflejado en el poema?
14.
(GELMAN)
Cada
palabra que decimos nos desnuda.
Cada
palabra que nos nace nos rescata de la muerte.
23.
(FONZ)
Mírame,
poeta: aquí cuelga la estrella viajera
que
encontró la refrescante sombra en la aridez del desierto.
26.
(PACHECO)
Se
tiene la lucha, se tiene el desierto, se tiene la incertidumbre. En fin, el
mundo.
Es
necesario el oasis: Si no hay versos, no podremos dar un paso más.
28.
(LOO)
Todo
poeta es una promesa mientras vive.
El
camino se encargará de decirnos qué tan falsa era cada promesa.
Omar
Garzón Pinto (Bogotá, 1990). Sus poemas han sido
publicados en antologías, periódicos y revistas especializadas de España,
Guinea Ecuatorial y varios países de Latinoamérica. Ha presentado su trabajo en
diversos espacios y certámenes culturales, académicos y literarios de algunas ciudades
de Colombia. Desde el 2008 trabaja como profesor de Geografía, Historia y
Literatura, principalmente, en algunas instituciones educativas de Bogotá y
como Tallerista promotor y difusor cultural de varios colectivos artísticos y
fundaciones de la misma ciudad. Autor de los libros de poesía Faro
desnudo, editado por la Liga Latinoamericana de Artistas (Bogotá,
2011), Flores para un ocaso, Liga Latinoamericana de Artistas
(Bogotá, 2013) y Un poeta es un satélite en
constante caída, Senderos Editores (Bogotá, 2015). Dirige el blog
farodesnudo.blogspot.com