Horacio Castillo |
El cinocéfalo
Devoraste el ángulo de ciento ochenta grados
que teníamos delante,
devoraste la seguridad de lo absoluto,
devoraste la posibilidad de afirmación,
devoraste el prestigio de lo real.
Y ahora, a mis pies, esperas el resto,
miras como pidiendo compasión,
como intuyendo
-hocico de perro, corazón de mono-
que no existe culpable.
Amanecer junto al árbol de la carroña
Toda la noche velamos junto al árbol de la carroña,
el ojo en vilo, la boca en llamas,
los miembros animados por un desconocido temblor.
Toda la noche velamos bajo sus ramas,
la nariz dilatada, el oído al acecho,
frotándonos los cuerpos unos contra otros
para evitar el frío que viene desde el espacio.
toda la noche velamos, toda la noche,
inmóviles junto al árbol de la carroña,
como blancos cuervos espantando la nada,
soplando la trompeta de la descomposición.
Homenaje a la palabra alcanfor
La palabra alcanfor, por ejemplo en la frase:
muertos empapados en alcanfor,
¿es una realidad distinta del ojo, la mano o el olfato?
Otro extraerá de ella un río que lleva el ágata y la peste,
¿vírgenes entregadas a los extranjeros en húmedos lienzos?
Muertos empapados en alcanfor:
un idioma estará también bajo la tierra,
descarnándose como nuestros huesos,
antes y después sin interlocutor posible.
Horacio Castillo (Ensenada, Buenos Aires, 1934- La Plata, Buenos Aires, 2010). Poeta y traductor. Es autor, entre otros títulos de: Descripción (1971), Materia acre (1974), Tuerto rey ( 1982) y Alaska (1993).