Raymond Carver |
Pereza
Los que eran mejores que nosotros
vivían cómodamente en casas recién pintadas
con inodoros a botón en sus baños.
Manejaban autos de modelo y marca reconocibles.
Aquellos a los que no les iba bien, estaban apenados,
y no trabajaban.
Sus extraños autos descansaban sobre tacos de madera
en patios polvorientos, detrás de las casas.
Los años pasan y todo y todos serán reemplazados.
Pero, para decir la verdad,
a mí nunca me gustó el trabajo.
Mi objetivo siempre fue ser un holgazán.
Lo consideraba un mérito.
Me gustaba la idea de sentarme en una silla,
hora tras hora, frente a la casa, sin hacer nada
con un sombrero sobre mi cabeza, bebiendo una gaseosa.
¿Qué hay de malo en eso?
Fumar de vez en cuando.
Escupir. Tallar madera con mi navaja.
¿Hay daño o maldad en esto?
En ocasiones salgo con mis perros a cazar conejos.
Tenés que hacerlo alguna vez.
A veces levanto a un niño gordo y rubio como yo,
diciéndole: ‘‘¿De dónde te conozco?’’.
Nunca le digas: ‘‘¿Que querés ser cuando seas grande?’’
Buscando trabajo
Siempre he deseado
truchas frescas
para el desayuno.
Repentinamente
descubro
un nuevo sendero
que me conduce
a la cascada.
Apuro
el paso.
Despertáte,
murmura mi mujer,
estás soñando.
Pero cuando trato de levantarme,
la casa se inclina.
¿Quién
está soñando ?
"Es mediodía."
Dice ella.
Mis zapatos nuevos
me esperan
cerca de la puerta,
brillan intensamente.