Carlos Bègue |
Trasnoche
Tumbado,
un ciruja
al sol
puede
helarle la sangre
a quien se
le cruce por esas calles
(o
provocarle un bostezo
en el mejor
de los casos,
irremediable
zoquete urbano),
pero si la
escena es nocturna
y en el
umbral del Colón
sueña un
chico envuelto en diarios
ya el
asiento se vuelve fulero.
Así, al
avistarlo
tras la
niebla húmeda
- tan densa
como la del Walhalla
morada de
los héroes difuntos
hacia donde
cabalgaron las valquirias -
la dama de
las pieles
vuelca
sobre el cusifai
(lo real
que tirita)
sus carnes
maceradas en pachuli
y deja caer
media oblea
con cereales,
eso sí,
dietética.
¡Pobre
angelito!, suspira.
¿Brincarán
las pulgas
entre esas
alas plegadas?
El falsete
deschava los ratoneos de la mente.
A pasos,
nomás, a la dama de las pieles
la esperan
los sabores del Edelweiss,
aromas
exquisitos, manteles sin tufo a orina.
A su
abrigo,
rodeada por un séquito de epulones
embucha
lechón con parvadas de chucrut
entre
brindis golpe a golpe menos discretos.
Breve
interludio
para algún
eructo taimado y ...
¡A los
postres, mes amies!
“Más fácil
que un chancho
trepe a una
antena
que esta
morsa pierda un gramo de grasa”,
acierta
Rufino, el mozo de siempre
mientras
enciende ante la mesa 14
un sublime
panqueque al rhum.
Tras el
encantamiento del fuego
los flatos
vaporean el espacio.
al amparo
del mantel
¡fuera los
coturnos!
Y a mover
el dedo gordo
para
aliviar los sabañones.
Al ángel
caído
se le han
volado las cobijas de papel.
Garúa.
¿Qué sueñan
los que sueñan despiertos?
De profetas y trompetas
De barba
crespa, mensajeros de Dios
ajenos a
toda mancia
o a mirar
la bola de cristal,
los
profetas de la Antigua Ley
hablaron
sin pelos en la lengua
para la
gente de su tiempo;
sus escraches
y sentencias
realzan las
páginas del Libro.
Eran
hombres de carne y hueso
con
virtudes y agachadas:
Elías,
arrebatado por un carro de fuego;
el terco
Jonás, fletado en la bodega de una ballena;
Oseas,
cornudo sereno;
Ezequiel, a
quien grávida de sentido
le cayó del
cielo una mudez temporaria.
Larga es la
lista,
pero valga
como muestra este pócker de ases.
Amarga es
la palabra de la profecía
cuando en
horas de tinieblas
se vuelve
espada contra el pueblo.
Aquí en
este finismundi
de rancia
servidumbre colonial
tuvimos el
nuestro, es un decir,
falso
criollo de cepa arábiga,
palabrero
de sonrisa ancha,
traficante
de vaginas,
diestro en
las artes de biribirloque
para arrear
el rebaño.
“Fortuna
que no crece, se amengua”
- una
lección mamada en el
Breviario
del Buen Parásito
jamás la he
olvidado, hermanos y hermanas.
Cierta vez amaneció con fiebre
y, sin
mosquearse, cacareó a los cuatro vientos
la rauda
venta de las joyas patrias
(o “teoría
del derrame”, gran paja
entre la
murga cipaya)
De yapa,
viajes a las antípodas en un santiamén
remontando
las nubes
y hacia
abajo, un fosco mar de acero.
Nuestro
“profeta” ya va para semilla,
tiene la
cara seca
acuchillada
con arrugas verticales
y su
chamuyo apenas se oye.
Entretanto,
sus paisas riojanos
- troncos
de otra raíz,
frustrados
argonautas -
siguen
tragando el polvo de los caminos,
lo graban
con sus huellas.
“Si esperan
un poco más
algo
prodigioso podría suceder”,
redobla ciego,
a tientas con el bastón,
ajeno de
culebras y torpes escarabajos.
En esas
mudas soledades
alguien
salta entre falsas lajas
en el cauce
del río ausente
Aquellos
anuncios triunfales
son ahora
pliegos al viento,
noticias
perdidas de un festín pedorro
- tan
pronto ayer -
que engordó
a los sabandijas
y dejó el
tendal en la vía, en la vía.
Epifanías
Así como el
ermitaño
halla el
preciso envión para remontarse
a las
claras regiones
donde
soplan vientos cansados
de cabalgar
sobre el océano,
el poeta en
su desierto
combate
contra el polvo que enceguece al viajero.
Aquél sabrá
algún día
si la
oración más perfecta
es el
silencio
y el poeta
descifrará en la arena
la
geometría de las palabras.
A una mujer ocupada
En tus
ojos, ¿te lo habían dicho antes?
están
guardados algunos paisajes.
Ciérralos
por un momento
en esta
noche sin portazos tardíos
ni pisadas
ostentosas,
propicia
para el amor y la confidencia.
Apoya ahora
tu mano en la mía,
deja los
pensamientos,
las
hornallas y el dedal.
Navegaremos
en línea recta
hasta esa
playa
adonde hace
tantas lunas
renunciaste
a buscar almejas y diademas.
Subasta
Aquí la
noche es
un
prodigioso desfile
de mates y
estribos de plata,
algunas
espadas,
dos leones
que guardaron el palacio de Kieng-Lu,
piadoso
mandarín de Shangai.
El Buda
pestañea
bajo las
luces;
los
destellos del jade
y la
obsidiana
lancean el
corazón de los coleccionistas.
En este
tiempo sin penumbras
ni más
plegarias
que la
multiplicación de las cifras
¿nadie
tendrá piedad de Gauthama
y le
acercará una vela
mientras
dure la esgrima
de los
postores?
Bosteza el
viejo sereno
sentado en
la alfombra de Shiraz.
Como al
mercader de las miliunanoches,
tal vez le
sea revelado
si esa suma
de infinitos nudos tejidos con paciencia
deviene en
portento volador.
Correpondencias
a Juan
García Gayo
in memoriam
Como en el
muro la hiedra
como la sal en
el mar
como el
canario en la jaula
como en la
rama el zorzal
como el coyuyo
en la noche
como en la
tela la araña
como el viento
en la cebada
como la lluvia
en el centeno
como el hierro
en la fragua
como en la
cuna el ausente
como la voz en
el desierto
como en la
tierra el descanso
como el gozo
en la Gloria.
Carlos
Bègue (Buenos
Aires, Argentina, 1935). Narrador y poeta. Ha publicado Oscuro tesoro de la
muerte (cuentos, Premio Municipal de
Literatura de la ciudad de Buenos Aires,
1984), El paseo del Centauro (cuentos, 1983), Buitre de pesares
la memoria (novela, fue finalista
en 1999 del XVII Premio Herralde, Premio Osvaldo Soriano, Mar del Plata,
2001 y Primer Premio del Fondo Nacional de la Artes, 2003). En poesía es autor de Los
Cardales (1986). Le decían cabezón (cuentos, obtuvo una mención en el premio Casa de las América (Cuba, 1987) y en
Uruguay el primer premio del concurso Cuentos de Inmigrantes.