Sergio Manganelli |
POEMA 42
Hoy
ha caído un hombre.
Desde
la cima
de
un andamio,
con
su overol
de
azul descolorido,
la
herramienta aún tibia
en
el costado
y
un casco tan inútil
como
el grito.
Un
perito sin ley
registra
en acta.
El
porvenir
tumbado
en la vereda,
anticipando
el hambre
de
sus hijos,
la
mirada morbosa
de
las fieras
y
al capataz
como
único testigo.
Allí
quedaron
los
sueños resignados,
la
vida sin color,
la
espera sin sentido,
el
último jornal
que
no pagaron,
los
ojos que no ven
mirando
al cielo,
su
historia
en
un legajo del archivo.
Muy
pocos notarán
su
traspié hacia el silencio
(donde
ya no replican los martillos)
la
falta de su olor,
la
ausencia de sus rastros,
de
su queja ancestral
ahogada
en grapa
o
su risa inusual
blindada
en vino.
El
hueco en la ronda de barajas.
La
pelota que no devuelve al niño.
La
silla frente al plato del domingo.
Mientras
repintan
el
cartel de “hay vacantes”
sobre
el portón de chapas
del
destino.
***********
Ahora que ya
no guardo prisas,
ni azares de primera mano,
ni cumbre a plazo fijo,
ni coartada idiota,
o amuleto feliz
contra el olvido,
ni besos desayuno,
ni graffitis de amor
sobre muros de trigo.
Justo cuando
se duerme mi desánimo
la siesta del domingo
y el carrusel de insomnios
se abstiene de sortijas,
ahora que mi rencor
anda descalzo,
que las nueces son mucho
más
que médicos y
ruido.
En este tiempo
en que las bienvenidas
tiemblan en los espejos
y el pasado nos pica
como un cuervo de exilio.
Precisamente ahora
en que ya no soy huésped
debajo tu piel,
ni miel bajo tu ropa,
me afiebra el horror
cotidiano,
mientras aguardo turno
en la antesala del
miserable destino.
Recién en esta tarde
de muelle sin pañuelos,
silencio sin conjuros,
plumas huérfanas,
ojos sin deseo,
acupuntura torpe
contra el miedo,
mayo sin poesía,
soledad y trapecio.
En esta hora
que no transmite nada,
este rato perdido,
sin cuerda en el
reloj,
pantano de las emociones,
arena y espejismo.
Esta calle desolada,
este latir sin sangre,
esta hiel y este frío.
Acabo de descubrir
una paloma sin rumbo
que me anida en la puerta,
un caracol de lluvia,
reproduciendo el eco
de un dolor repetido.
***********
PACHECO
Envuelto en un
revuelo
de mancha
venenosa,
golondrina y
relámpago
en el patio
sin cielo,
sándwich de
contrabando,
herido por
desdén.
Tenaz al
sonreír
con ojos
deslumbrados,
prodigio y
quasimodo
va Pacheco.
Respirando
burbujas
de jabón La Espuma,
la mirada
infantil
velada por el
miedo
y ese vaivén
de tonta
marioneta,
cuchillo de
las risas
ogro pobre
malogrado
arlequín
agonizante
enfermo
abandonado,
va Pacheco.
Una mañana
de silencio
y desgano
jugó su última
siesta
a la mancha
asesina,
todos nos
opusimos
al decreto
fatal
que se nos
haya muerto,
por la fullera
parca
que le rozó
las ropas,
justito antes
que pudiéramos
soplarle,
la contraseña
tierna
que enjuaga
los destinos.
Mancha
tuberculosis
-diagnóstico
alarmante
enfundado en
barbijos-
y nadie quiso sepultar
su cuerpo
contagioso
de piedra
calcinada,
que nunca más
navegará baldosas
con puntos
cardinales,
ni ya será
cangrejo,
o cíclope,
ni torpe
barrilete
de sábana y
terraza.
Apenas un
despojo
una
incomodidad
un muerto,
para nosotros
una módica
causa
de azucarar la
vida
sin dobleces
ni dádivas,
un hermano
mayor
un
desconsuelo.
Va Pacheco.
Los que
sobrellevamos
miseria y
desvarío,
nos vestimos
de lutos prematuros
o de amnesia,
de ruinas
acordadas
o prisiones,
de fondo de
botella
o memoria
martirio,
mientras a las
puertas del túnel
la araña
hilaba como epílogo
su malla de
colar
ternuras
imprevistas.
Pacheco, luminoso,
descolgó la
camisa
del perchero,
calzó su
bombín
de escupidera
y se marchó
invisible,
en medio de la
bulla
de rezos y
bomberos,
a guaridas y
escombros,
contra todo pronóstico.
Vuelo y
extravío
de lázaro sin pompas,
primicia de la
muerte,
telegrama
feroz
cesanteando a
la infancia,
desgajada
inocencia,
almácigo de
duelos.
Mancha ceniza.
Pacheco va.
***********
Yo no digo jamás
lo que usted piensa.
Yo digo pan
y estoy diciendo niño,
usted piensa
en un arma.
Si digo patria
digo casa y potrero,
callecita o escuela,
barrilete de trapos,
compinches de la infancia.
Usted entiende
bronce de a caballo,
fanfarrias y cañones,
arengas de frontera,
memoria ensangrentada.
Cuando susurro dios
-suelo hacerlo en
minúsculas-
usted prescribe liturgias
y sotanas,
infiernos en latín,
no acariciarse el
pito,
yo apenas pretendo decir:
no tengo fuerza.
Digo violencia
frente al plato vacío
y al bebé condenado
en la balanza,
usted tiende a pensar
que sentencio las piedras
arrojadas,
o la mirada torva del
borracho
o la mano insistente de
los desarrapados,
hay un malentendido.
Si digo solo,
usted tan solo piensa
en solamente.
Si digo falta
es porque dije
Benedetti,
Mercedes,
nonna,
mi padre,
el Flaco,
Trejo
y otros tantos.
Usted entiende
tribunal y multa
gambeteada.
Cuando digo fuga
hablo de una mesa de café
o de un pibe que sueña
tras las rejas,
usted alerta
mira de reojo los candados.
Si digo discreción
sugiero no apremiar
al otro con vergüenzas,
usted piensa en metralla.
Cuando digo dolor
me refiero a la madre
del pibe baleado en un
afano,
usted prepara whisky y
aspirinas.
Suelo decir perfume
-de jazmines o fresias-
usted piensa en Chanel.
Si digo mulas
sueño en cruzar Los Andes,
usted en pobres tipos
que acarrean
su podrida ganancia.
Cuando digo valor
no estoy diciendo precio.
Cuando digo mañana
voy diciendo futuro.
Cuando digo justicia
no diría jamás lo que
usted piensa.
***********
Hay
que tener cuidado
de
no tropezar con un domingo,
sobre
todo a las siete de la tarde.
Que
ese día no te rocen
las
hebras de la telaraña,
o
la espina flamante
de un antiguo dolor.
No bebas
ni
la copa turbia,
ni
el café espeso
de
la pena arbitraria.
Ni
se te ocurra
desempolvar
ayeres.
O
almorzar pesadillas.
Es
terrible el domingo,
con
su santificada soledad
y
ese desamparo de séptimo día.
Parece
que Dios
tiene
cerrado su shopping de milagros.
Nunca
tropieces con esa jornada feroz,
sobre
todo en sus tardes homicidas,
cuando
tus ojos se vuelven pozos
que
pueden ahogarte para siempre.
Jamás
le des la espalda
a
la tristeza un domingo,
menos
aún si tras la puerta
viene
cayendo el sol.
Te
matan sin pudor.
Son
días despiadados.
Nunca
tropieces con un domingo
mucho menos a las siete de la
tarde.
Yo sé lo que te digo.
***********
Lo más complicado de la muerte
no es morir,
sino acostumbrarnos a que la vida
se las arregle sin nosotros,
que ni siquiera perciba
nuestro sillón vacío,
el polvo en nuestros libros.
Lo triste es añorar,
-debajo de la tierra
o zumbando en el aire-
el beso de los buenos,
la taza de café,
la balada de amor,
o el ardid asesino.
Lo maravilloso es
que entre tanto despojo,
nos abriga el recuerdo
de ausencias que sentimos.
Solo algo consuela:
el corazón del grillo
en la palma de Eos.
Sergio Manganelli nació en Haedo, Provincia de
Buenos Aires, Argentina,el 28 de febrero de 1967. Reside actualmente en San Antonio de Padua, al oeste del
conurbano bonaerense. Sus poemas y artículos han sido publicados en una
importante cantidad de diarios argentinos, de México y España. Asimismo en
revistas culturales y literarias de Argentina, Cuba, Italia, España, México,
Estados Unidos, Puerto Rico, Francia, Colombia, Venezuela, Chile, Brasil,
Honduras, etc... Obtuvo entre 1991 y
1999 una treintena de premios y menciones en su país y el extranjero. Se
encuentra trabajando en la edición de “Sangre de Toro” -poemas y banderillas-,
que se editará inicialmente en Buenos Aires y luego en España.
En 2011 ha ganado el Premio de
Poesía de la Universidad de Cali, Colombia y el Premio de Poesía “Leopoldo
Marechal”, que otorga el Municipio de Morón, Buenos Aires, Argentina.
(Datos
bio-bibliográficos, enviados por el autor)