Medellín, 2010.
JERARQUÍAS
De los dones
el primero es el nacer
y vivir el primero de los bienes.
El deber fundamental del hombre es liberarse
y amar y ser amado la tarea
primordial de la existencia.
Al final,
subrayen, por favor, la novedad de esta ocurrencia,
morir con dignidad es su último deseo.
OICONOLOGÍA
Tratar de hablar siempre menos.
Querer decir más cada vez.
Colocar los trofeos en el fuego
y asegurarse de que nadie los rescate
para ponerlos de nuevo en la vitrina
con su nula e impertinente vaciedad.
Guardar menos objetos, menos sombras,
pero alumbrar el día todo el día
y limpiar la oreja un poco más.
Dejar ya de rezar en alta voz
en nombre del Altísimo
y ordenar lápices, papeles, obsesiones en el nido,
de forma que reflejen su interior cacofonía
con el hoy, su aquí, nuestro mañana por hacer.
Ingerir cada vez menos,
digerir cada día más.
No poner tanto énfasis en los ayeres, lo vivido
y subrayar lo que se pueda resolver
hablando del enigma del minuto
en este constante matar o morir
con que agredimos a las horas cada ahora.
Dormir cada vez menos,
soñar cada día más.
Buscar cuanta se pueda soledad
y al entrar la noche, apagar
las luces del balcón para poder
alcanzar el astro con el ojo.
Envejece en la bodega el vino
para hacerse de crianza o de reserva;
que vino mal envejecido es vinagrio
que al paladar golpea e incomoda.
Ni levantado ni caído,
a ningún ángel rendirle culto, pero ser
indivisiblemente hombre en esta
misteriosa y angustiada humanidad.
Ignorar la razón de los achaques de la vida
y vivir sin pensar para nada
en el alivio de la muerte.
Tratar de hablar cada vez menos,
esperar pacientemente mi turno
para poder decir, quizás, cada día un poco más.
NO PU
Por más que quiera la flor
no puede dominar el horizonte como el árbol.
Como aquél que tampoco
puede dejar la vida para luego,
que odiando comenzó todo lo oscuro
pues la luz deseaba hasta el cansancio.
Y sin embargo
la noche es un enorme corazón
que acurruca en sus alas
la sed, el hambre, el pasto del amor
y acumula en la pupila el apetito
de sus sueños, el silencio
de la claridad que nos descubre la alborada.
Hermoso y terrible es pensar
que tal vez sea mentira la esperanza.
Y sin embargo
no puedo evitar el silbo
vulnerado que penetra en mis entrañas.
Se me quiebra la sangre, en la misma
mitad de las palabras se me quiebra
y amanezco sin ganas de vivir
cuando contemplo el mundo que hemos hecho
a imagen y medida de los dueños de la muerte.
Lo siento Jochy, Mariángeles, Ataol,
lo siento, madre, camaradas todos
de las cuatro esquinas de la historia,
pido excusas de antemano,
pero, aunque lo intentara día y noche,
no podría, ni por un efímero momento,
apartar mi voz de los que sufren
sin alivio y sin consuelo.
¿EL
El último manzano de la tierra y el primero
con su edad multicolor en primavera
y en otoño su fruto saludable
enreda en las paredes de su tronco
un ángel en forma de deseo
cuya lengua endurecida de serpiente
dice el nombre de las cosas,
las graba en la pregunta de la oreja
y divide los caminos que pisamos
en ególatra-culpables
o en idólatra-inocentes.
No pudo ser.
Aquella edad
no puede haber sido tan querida.
Cumplían las criaturas ciegamente
los preceptos de sus dueños.
En vez de robustecerse sin ambages
en la necesidad de llegar a la estatura que debía,
debilitaba el adolescente esa esperanza
cada invierno o cada luna o cada noche o siempre tarde.
A pesar de la luz con que aparecen dibujados
los espacios de aquellos primeros habitáculos
del tiempo en que nada podíamos inventar
que no estuviera controlado,
los días eran oscuros como el hambre de saber
y tuvo que llegar aquel momento tan deseado.
El don de conocer
fue más bien una lucha contra lo infinito,
una irremediable conquista
de las zonas prohibidas en la amplitud
de la materia que somos,
en la claridad de nuestra sustancia.
Aquel primer mordisco al himen sedoso
de las flores del manzano
abrió secretas puertas, hojas blancas, tablas rasas.
Por eso
penetradas las cortezas seductoras
de los frutos del jardín,
vinieron a habitarnos toros como estrellas,
garras se hicieron nuestras manos
con las que pudimos finalmente amplificar
el rumor de nuestros pasos en la tierra
y una savia maniquea nos otorgaba finalmente
el derecho a preguntar y conocer . . .
Se suspende ahora el don del labio del desnudo,
desprecia los modales de la acera,
le brotan las señales del deseo entre las partes,
es ególatra culpable, y a sabiendas
rehúsa estacionarse en el candor
de las hojas de la vid con que se viste.
A su paso veloz entre las horas,
con el don del conocer enterrado en las raíces,
acaricia un cerdo frágil,
el panal de unas abejas que laboran en su pecho
y una piedra que le dieron al salir de la inocencia
para que siga golpeándose en el pecho
cada vez que se sienta naufragar.
EUFEMÍSTICA PARA VIVIR TRANQUILOS
Tampoco hoy vamos a hablar de lo divino.
Pondremos a un lado las ideas que molesten,
nos fijaremos con cuidado en lo que vive,
veremos si hay algo que cambiar en lo que hacemos
(está claro que el mundo no lo hicimos
y, por tanto, no somos responsables
de lo que en Gaza hoy acontece
o junto al Tigris o el Eufrates).
Luego pasaremos a hablar de Empédocles.
Unas cuantas reflexiones de Epicuro
ocuparán el resto de la clase.
Al final contaremos hasta doce,
y apostaremos unos cuantos hilos
de sangre taína o africana.
Y Dios dirá, que nunca dice nada.
Dile
por qué se encuentra acompañada en sus vacíos,
por qué tus gatos tienen nombres
de astronautas misteriosos
o instrumentos musicales
y por qué, sin darse cuenta, irrumpe en carcajadas
cuando está frente a tus nalgas temblorosas
como enormes mejillas que han perdido
su lugar y dirección en los orígenes del cuerpo.
Antes de que venga blandiendo la verdad
que encontró no importa dónde,
tirada a la vera de la calle,
de boca de tu amigo o tu enemigo,
leída en la sección de sociedad del vespertino
o en la sala de un museo o del mercado.
Cuéntaselo todo a la mujer.
¿Has tratado realmente de entender
su distante timidez, su parca risa,
sus amores escondidos a la sombra de su sueño,
su paso leve y su compás cerrado?
Esbelta como hatillo de silencios,
mastica cada sílaba en tu nombre
con su ritmo entre sensual y reciclable
buscando pronunciar con parsimonia
toda consonante, las vocales,
y poder con ellas dibujar
las redondas anteojeras de las horas,
el bigote encaneciéndote
de ayer a aquesta parte la nuca juvenil
que prolongaba hasta hace poco
los años aquellos de vino y rebeldía,
la piel aceitunada del llanto de la tierra
y el constante fluir de tu sangre
en las heridas de la risa,
halcón que llevas sobre el hombro
para perseguir tu pesadumbre
y apuntalarla a picotazos.
Cuéntaselo todo a la mujer. Revélale
tus dudas y temores, tus aciertos
al momento de triunfar, tus desatinos
en el sueño y el trabajo. Cuántas veces
rozaste sin queriendo
los pechos que viajaban frente a ti
en el metro inevitable del deseo. Quién
metió su mano en la entrepierna y cómo
te dejaste llevar y traer con las señales
que te daban de un pedazo de vivir
en el anverso del oído
o una gota de morir
escondida debajo de la lengua
que atrapabas con los dientes
sin saber si era lengua
o era sombra que comías,
si era a Dios o a Lucifer a quien mordías
o atrapabas, ángel caído o por caer,
soledad eterna, compostura.
Si era un sueño de mujer o de hombre o desvarío,
y tú no eras sino un grano
pegado a las paredes del duodeno,
tembloroso, ají-picante, rascándote
el cóccix, el trasero, el omoplato
hasta hacer sangrar esas partes de tu cuerpo
que te escuecen mas no conoces,
que nunca el ojo ha visitado y necesitas,
a las que nunca mencionas por temor
a ser tachado de vulgar,
maleducado, improcedente en una conversación
como ésta en que no se debe mencionar
el adulterio, la inmundicia, el puterío
y todo debe ser higienizado
según las morales normas de esa
otra lengua o el oído.
Aunque hagas temblar de rubor
al sumo sacerdote y sus papiros,
cuéntaselo todo a la mujer.
Ella ha sido madre y todo lo contiene,
en ella todo nace,
todo en ella se termina.
No olvides ni un detalle.
Esto te curará seguramente
del mal de ser varón
en esta edad todavía hoy
obstinadamente masculina.
UTILIDADES DE LA RISA
Desde ques mar el agua,
desde ques tiempo el ahora
y desde ques también vida el sueño
con sus verticales coordenadas
de llanto y de ternura,
sus horizontales herramientas
de alivio y de dolor,
de lo real amarilleando
entre lo espeso y lo flüido,
la risa
ha puesto sus huevos en la arena
movediza de la lengua,
estruendosa se dispara por los huecos
bien abiertos de la boca y el gaznate,
arruga las esquinas de los ojos, los obliga
a prestarle atención al desahogo,
se hincha imprevisible en los carrillos,
en las narices del barro en el que estamos contenidos,
nos libera de la ira y del espasmo de la hora
y nos saca de los miedos en que quieren que vivamos
los que ostentan el poder y lo blanden
ante el ojo del votante o parroquiano.
Aunque dure solamente
unos minúsculos segundos destilados
a esta frágil existencia que parece interminable,
la conciencia de la risa
fortalece las paredes en que habita nuestro pulso,
nos ablanda el nervio adolorido de la angustia,
las terribles soledades que sufrimos a veces sin saberlo,
le quita máscaras al río crecido del orgullo,
nos descuajaringa, corta la ceguera irreductible
que marchita la flor del loto en la laguna
y a su modo nos lima sutilmente a los humanos,
todas las aristas del cuerpo y de la idea,
del tiempo y de las mañas que maneja cuando pasa.
Antídoto que limpia de inmundicias las arterias de la vida,
la etapa de la risa es señal inconfundible
de que es el hombre, no los hados o el omnipotente,
quien fabrica los telares de su propia humanidad.
Por ello, no hay que fiarse nunca de los dioses
que no quieren o no saben o no pueden reír o sonreír
aunque sólo sea un breve instante iluminado.
EL ÍNDICE
Para Louis Braille, visionnaire
Como si toda la realidad no fuera
nada más que puntos en relieve,
el índice del ciego es un ojo
que, tocando las simas de lo ignoto, se acomoda
y está a sus anchas en la cima del saber.
El ojo del ciego es un índice
que va de lo tangible no vivido
a lo intangible ya intuido y descifrable,
haciendo de sus dedos instrumentos
que le llevan al gozo de aprender.
Es un bastón el índice del ciego
que golpea los valores de la bolsa en el oído
e inventa en las finanzas del buen juicio
imposibles inversiones hasta entonces ignoradas
por la ciencia, el alquimista o quien se lance hacia el azar.
Compañero inseparable del pulgar gracioso,
el índice del ciego es una física posible
que discierne con la punta de la lengua
qué hace la mano en el papel o qué es el tiempo,
qué hace el humano al querer o cómo se enamora.
Es una lengua el índice del ciego
que con sólo seis puntos cotidianos
irriga en sus papilas las vocales,
más de veinte consonantes y el almario
de todas las palabras con que armamos el vivir.
Al girar con el pulgar la página del día
buscando alivio en la sutura de la hora,
el índice del ciego, a veces anular, a veces medio,
se desliza por los impuros filos del alfabeto alado,
abriendo puertas con las llaves de su luz.
Son tan sólo seis irrelevantes estaciones
que clavan sus puntas geométricas en el ojo
táctil del leyente y 60 y pico veces se combinan
para darle al invidente la esperanza, la delicia
de hacer el mundo y sus relieves a su imagen y color.
Sueña el índice del ciego que es un ojo
y que todo, si está escrito,
lo puede introducir en su memoria digital.
BAILA ARAÑA QUE EN EL LABERINTO ESPERA
Enmarañado mar el de la araña
que hila, huele y hala su donaire
y es dueña de su tela y su talante tierno,
de su espeso salivero
y su desnudo nudo hexagonado,
labio que labra la casa del destino
en donde habita el minotauro,
monstruo que devora el mismo centro de los años.
Bailaba Ariadna desnuda a la entrada del palacio
cuando vio venir entre el grupo de aquel año
al joven Teseo y quiso poseerlo.
Le ofreció una espada con el signo de la muerte
y la llave del regreso le entregó
atándole la punta de un ovillo
a la punta debajo del ombligo
para poderlo controlar mejor y a su manera.
Esperó paciente la araña al otro lado
del abierto muro
hasta que regresó Teseo herido
arrastrando la cabeza ensangrentada.
Ariadna entonces atrapó el cuerpo del muchacho,
devorándolo como una mosca imbele
en la trampa de las cuerdas que había tejido.
Para poder vivir
hay que saber tejer
y luego hay que esperar,
esperar todos los minutos
que requiera el visitante.
¿LA BOLSA O LA
Cada poema de amor
Es un poema de lucha
Cada poema de lucha
Es un poema de amor.
En los dos,
Queramos o no,
Nos jugamos
La vida.
NO LE PARECE APROPIADO AL PARECER
EL MOTE DE
Todos me han tenido siempre de segundo.
Sus intenciones claramente definidas,
me han mirado cuando menos de reojo,
sospechando de mí no sé qué cosas
-“engañan las apariencias,” dicen-
y me ponen en la lista de lo prescindible,
como si el vestido, el rostro, los modales,
sólo fueran ocasiones de un minuto
y el resto de la hora hubiera que entregárselo
a mi némesis, el Ser,
que nunca tuvo que hacer nada
para llegar a ser el hijo predilecto
del humano y sus asombros
(al menos así me lo parece).
Hubo sí ocasión fugaz,
débil esperanza de mi medro
-si hubieran visto qué alboroto
en el mundo desvirtuado de lo que aparenta-
cuando logró por fin Descartes señalar
-perdonen el empaque dieciochesco-
que el oficio del pensar mayéutico
estuviera por encima del Ser estático
o de la inanidad del Estar,
envés de su moneda.
Pensé yo entonces que el partero
de esta modernidad que desde entonces nos apremia,
amigo de reinas, algo galileante, y por ello
sospechado del romano tribunal, daría
otro salto en el método de examinar las apariencias,
haciendo vital la instancia de la idea
de que lo que aparece
puede también ser si yo lo pienso.
Pero el pobre se murió de frío relativo
en una cama nada cogitante de Estocolmo
y yo he tenido que seguir aquí de segundón,
acostumbrado a los axiomas
de la fe, de la filosofía, y deseando vivamente
que un músico quizás,
tal vez algún poeta del Índico o el Caribe,
me ponga en mi lugar, mejor,
espero, del que aquí me asigna Rei Berroa,
me saque oportunamente
de este estado segundino
del que estoy ya bien cansado
y me eleve a la condición
que me tengo, creo yo, bien merecida,
después de tanta espera.
COQUETEO CON EL TI
Correo-e para Soledad-A
Constante es, compañera Soledad,
este arcano coqueteo con esta
primera obsesión del existir,
bien mayor en el que están montadas
algunas de las categorías primigenias
del pasar apercibido en los orígenes
del sueño o del aliento, la distancia o la memoria.
Cuando éramos tú y yo de aguas y quimeras,
nos frustraba su moroso caminar,
arbolada lentitud de sombra y mimbre
que queríamos siempre apurar en vano siempre
e imprecábamos, ¿recuerdas que imprecábamos
al cielo creyendo con ello acelerar
el paso impertinente de los días?
Mas luego, al subir los peldaños de los años,
y estar nosotros llenos de fuego muchas veces;
otras, de libro y levadura,
parecía el tiempo existir tan sólo para otros:
nos reíamos de las quejas
de los que nos habían precedido apenas
unas horas antes en las aulas del sentido,
con ellos compartiendo la existencia, con ellos
que nos pedían con frecuencia pensar
sobre aquella atolondrada mudanza
con que nos abocábamos a los abismos;
nos reíamos de los que venían detrás de nosotros
cuya impaciencia tildábamos de infantiles
triquiñuelas, dignas de nuestros guiños y provocada
por una fe sin límites en nuestro inmortal destierro.
Mas luego, en algún momento imprecisable
de esta historia nuestra tan antes sutil,
tan pronto mudable, caímos en la cuenta
de que coinciden en nosotros todos los opuestos,
de que éramos -¡cómo no pudimos notarlo antes!-
hembra y hombre todo el día, ala
que en el aire era ola, agua que en la ola
era fuego fatuo demonio que construye
ángeles de barro que pueden robar
todas las alas que construyen mundos,
todos los mundos que destruyen alas,
que construyen aguas para diluir el fuego,
que levantan fuegos para cultivar el mundo,
que derriban mundos para dominar la tierra.
En mi caso, esta conciencia tuvo dos relámpagos:
el primero, ante la quiebra involuntaria del amor;
el segundo, con el nacimiento transformador de Olivia
en cuyas manos diminutas cabía todo el universo,
en cuyo mundo futurible estaban
todos los ojos del vivir con sus asombros.
Desde entonces, ya no sé si es ciencia o sueño o coqueteo,
pero el peso de nuestra temporalidad ha echado
profundas raíces en mi estado y me hace ahora gozar
cada minuto como si fuera sólo uno,
cada experiencia como si fueran
todas las experiencias de la vida.
CAPITAL
Sería bueno que no olvidaran los humanos del XXI
que después de los tres días angustiosos de septiembre
que sufrió Manhattan,
ha vivido Bagdad víctima del miedo
tres mil doscientos días
con sus horas, sus minutos y segundos,
con medio millón de ataúdes
esperando su turno justiciero, y con la muerte
genocida sembrada para siempre
en las entrañas de la vida, la cual
se les quedó por hacer irremediablemente.
¿A quién le tocará,
¡a quién
le tocará
regar mil y una vez
las cenizas de todos esos sueños!?
De Libro de los dones y los bienes
[Caracas: El Perro y la Rana, 2010]
Rei Berroa. Poeta, crítico y traductor dominicano, autor de más de veinticinco libros, entre los cuales destacamos: Otridades (Zamora, España: El Sinsonte en el Patio Vecino, 2010), Libro de los dones y los bienes (Caracas: El Perro y la Rana, 2010), De adinamia de mente de umnesia (Villahermosa, México: Maúcho, 2010 [poemario sobre el Alzheimer, premiado en Murcia, España]), Libro de los fragmentos y otros poemas [Caracas: El Perro y la Rana, 2007], Aproximaciones a la literatura dominicana I y II (Santo Domingo: Banco Central, 2007 y 2008), Ideología y retórica: Las prosas de guerra de Miguel Hernández (México: Libros de México, 1988), Libro de los fragmentos (Buenos Aires: Último Reino, 1988), Literature of the Americas (Dubuque, Iowa: Open University, 1988), Retazos para un traje de tierra (Madrid, 1979). Coordina anualmente para el Teatro de la Luna de Arlington, Virginia, y Washington, DC, el Maratón de Poesía. Desde 1984, se desempeña como profesor de literatura contemporánea de España, Latinoamérica y el Caribe en George Mason University, Virginia.