Jorge Pimentel |
a Charo Arroyo
Rimbaud
apareció en Lima un 18 de julio de mil
novecientos setenta y dos.
Venía
calle abajo con un sobretodo negro y un par de
botines marrones.
se
le vio por la Colmena repartiendo volantes de apoyo a
la huelga
de
los maestros y en una penosa marcha de los obreros
trabajadores
de
calzado El Diamante y Moraveco S.A., reapareciendo en
la plazuela
San
Francisco dándole de comer a las palomas y en un
cafetín donde rociaba
migajas
de pan en un café con leche mientras entre atónito
y estupefacto
releía
un diario de la tarde. Las personas que lo vieron
aseguran que denotaba
cansancio
y que fumaba como un condenado cigarrillo
tras cigarrillo.
Pálido
como una hermelinda, de contextura delgada, entre
las manos portaba
un
libro de tapa gruesa. Luego hizo un ademán con la
mano pidiendo la cuenta.
Pagó
13 soles y 50 centavos y luego partió y una
muchacha al reconocerlo le tendió
la
mano y le ofreció posada y su cuerpo a
lo que él
respondió invadiéndola
de
luces anaranjadas. Llovía. Y las pocas personas que en
esos momentos
contemplaban
la escena —serían unas 15, de 20 no pasan—
reunidas bajo el toldo
de
la chingana armaron un tremendo barullo llamándolo
Arturo Arturo Rimbaud.
Y
sus pasos fueron lentos mientras enrumbaba por el
Jr. Leticia y la calle Caquetá
en
el Rimac. Casi todos los que se encontraban reunidos
coincidían en afirmar
que
su aparición podría traer funestas consecuencias al
sistema y al orden
establecido
y que mejor era dar parte a la policía. Y la
descripción que de él
dio
un político coincidía con las que se dan para atrapar a
un maleante.
La
del empleado del Ministerio de Educación fue que en su
abundante cabellera
pendía
un turbante turco y una argolla de bronce aparecía
en una de sus orejas.
A
lo que un joven estudiante de San Marcos prorrumpió
amenazadoramente aseverando
que
todos ellos estaban siendo alienados y que más bien
había que cumplir
al
pie de la letra la aseveración de Juan Nicolás Arturo
Rimbaud “Hay que cambiar
la
vida” para lo cual había que destruir todo un sistema
inhumano injusto y atroz.
¡Linda
manera de hacerse oír!, terció la voz de un anciano,
y un muchacho
de
secundaria dijo: ¡Bueno tío, y la muchacha que fue
invadida de luces
anaranjadas
extrajo un lápiz de labios de su cartera
corriendo hasta llegar
a
un muro donde inscribió esta significativa palabra
FIN
Jorge Pimentel (Lima, Perú, 1944).
Poeta y periodista. Ha publicado: Kenacort
y Valium (1970), Ave Soul (1973), Palomino (1983), Tromba de Agosto (1982) y Primera Muchacha (1997).
Una
reciente reedición de Ave Soul (2008) lleva prólogo del escritor chileno
Roberto Bolaño.