Rubén Darío |
A las doce de
la noche por las puertas de la gloria
y al fulgor de
perla y oro de una luz extraterrestre,
sale en hombros
de cuatro ángeles, y en su silla gestatoria
San silvestre.
Más hermoso que
un rey mago, lleva puesta la tiara,
de que son
bellos diamantes Sirio, Arturo y Orión;
y el anillo de
su diestra, hecho cual si fuese para
Salomón.
Sus pies cubren
los joyeles de la Osa adamantina,
y su capa raras
piedras de una ilustre Visapur;
y colgada sobre
el pecho resplandece la divina
Cruz del Sur.
Va el pontífice
hacia Oriente ¿va a encontrar el áureo barco,
donde al brillo
de la aurora viene en triunfo el rey de Enero?
Ya la aljaba de
Diciembre se fue toda por el arco
del Arquero.
A la orilla del
abismo misterioso de lo Eterno
el inmenso
Sagitario no se cansa de flechar;
le sustenta el
frío polo, lo corona el blanco Invierno,
y le cubre los
riñones el vellón azul del mar.
Cada flecha que
dispara, cada flecha es una hora;
doce aljabas,
cada año, para él trae el rey Enero;
en la sombra se
destaca la figura vencedora
del Arquero.
Al redor de la
figura del gigante se oye el vuelo
misterioso y
fugitivo de las almas que se van,
y el ruido con
que pasa por la bóveda del cielo
con sus alas
membranosas el murciélago Satán.
San Silvestre
bajo el palio de un zodiaco de virtudes,
del celeste
Vaticano se detiene en los umbrales
mientras himnos
y motetes canta un coro de laúdes
inmortales.
Reza el santo y
pontifica; y al mirar que viene el barco
donde en
triunfo llega Enero,
ante Dios
bendice al mundo; y su brazo abarca el arco
y el arquero.
Rubén Darío (Metapa, Nicaragua, 1867- León, Nicaragua, 1916).