Esta ciudad no
tiene límites, su caos permanece, vibra al son de las olas, refulge como un oro
al atardecer y al llegar la noche es un fantasma arquitectónico bajo la luna de
alabastro.
El viajero se
detiene en sus orillas, atisba sus faros, sus puentes elevados, la aguda
simetría de las aguas batiéndose contra el infinito, el viajero anota en su
cuaderno otro nuevo paisaje, otra música que rebota en los aceros y en los
cristales, mientras los astros arriba echan sus barajas y se llenan de
presagios, e inmediatamente piensa en
Zbigniew Herbert, en sus versos calcados en un jardín de Polonia:
“ la ciudad se levanta sobre el
agua
lisa como el recuerdo de un
espejo
Se refleja en el agua desde el
fondo
y vuela hacia una estrella
sublime
donde el olor a incendio queda
tan lejos
como un pliego de la Ilíada”.
Hay quienes
han intentado trazar el mapa de esta ciudad hecha para barcos y nadadores, una
ciudad hecha de fragmentos de muchas ciudades
y que se ha ido perdiendo en los colores, en unos óleos que sufren la
embestida de las tormentas, los huracanes, los tsunamis.
Es una ciudad
para ser narrada por Conrad, por Stevenson, por Melville, perdida ya entre sus
azules inenarrables, asediada por el
mito, por el llamado de las sirenas, asediada por aves y por astros, por la voz
del relámpago que llega vertical sobre sus rascacielos y sus relieves, y paso a
paso, verso a verso, sus líneas se apagan en un horizonte brumoso,
impredecible, impresionista, urdidor de tantos recuerdos viajeros. Ahí se detienen
las sílabas, en esa pincelada del cuadro amanece.
La pintura
de Oskar Larrañaga es un viaje hacia el caos del color, hacia la inmersión del
pensamiento, y futuriza ese caos a través de una sutil denuncia ambiental.
Estos azules diabólicos, enredados en una terrible
soberbia, envuelven la conciencia, la agudizan, moldean el destino humano. A
cada instante, en cada pincelada, en cada gesto del milagro del color, del
trazo rotundo que da suerte a esta
inmensa catástrofe atmosférica que pretende corregir de algún modo la belleza
del mundo, sobre el mar inmenso se ven los pavorosos reflejos, la turbadora
soledad y el insistente arremeter del viento que acerca a las torres con
noticias del poniente de oro.
Anochece, y
en el tiempo hay una niebla quemada
donde abre sus ojos el empinado cuerpo de un fantasma de piedra, una
mole de incesantes parpadeos en sus ventanas. Alguien se asoma. ¿Es Ulises?
¿Maqroll el Gaviero? ¿Es acaso el
capitán Ahab?
Hay una
experiencia de torrentes y de arrecifes, y una disciplina arquitectónica
moldeada por el brillo y el espeluznante color que baja del cielo. El nadador no concibe tanta inmensidad sobre
la tierra, esta inenarrable agua que inunda el taller de Larrañaga y nos
entrega una poderosa imagen, una visión desbordante, platónica, donde los
colores son fantasmas y el trazo un mapa
de la incertidumbre donde cae sigiloso el horizonte, donde cada gesto del
paisaje espera su minuto de sombra, su porción de noche, y estos retazos de
poesía se ahogan en un mar enfermo, un mar torturado por la belleza, cada frase
del tiempo que lo nombra se detiene en sus ventanales como una ave de mal
agüero, como una síntesis del presagio del fin del mundo.
Me detengo
después de un largo viejo en esta margen
del sueño, y sé que más allá del coro de estas aguas, la conciencia del
pintor se recoge en la memoria y se
diluye en el lienzo, en sus cadenciosos ritmos, a su trepidante emoción que es
la emoción histórica y su derrota ente el azul abismo. Gira el norte, un albatros crea una
línea en la pupila y se pierde en un verso de Derek Walcott.
Pienso en el libro de agua, en la mujer de agua, en el
concepto mágico de esta alucinante forma de vida. Camino a la hora del
crepúsculo por los líquidos corredores en un espejo que a ratos presientes la
presencia de los Humeantes, esos apestosos forajidos que pueblan el mar de la
película de Kevin Kostner, Mundo acuático.
Esta
alegoría pictórica le confiere Oscar
Larrañaga una idea distinta de acercarse a mundo y cortejarlo, de bajar al
mundo con una lámpara encendida para iluminarlo de otro modo, incluso estas
llamas que podrían arder al borde de su lienzo debido al recalentamiento
global, eternizarían
su obra en un afán regresar al origen, de volver a las cenizas del alba.
Y es
probable que detrás de la muralla, en algunos de sus callejones de arenas
amarillas, te encuentres con estos versos clavados en un portón de hierro viejo:
I
he visto al centinela de las aguas que va y viene
dibujando centauros en las murallas
y en los patios, en los portones,
en los campanarios donde duermen los silencios
de bronce;
en la venecia
de sus ojos habita la verde madrugada
con sus cirios envenenados de la edad y el asombro,
las ocres tormentas que agitan sus mapas
y sus barcos de papel,
la embriaguez de la primera palabra de la aurora
en los callejones empedrados del poema
cuando se han apagado los faroles
II
el
centinela de las aguas deambula con los brazos
llenos
de libros que pone a leer a las fuentes,
a
los ríos, a las cascadas,
y recoge en el barro de la ciénaga los
diamantes,
los
zafiros, las monedas de oro
para
dar de comer a los centauros
y
a sus lebreles de piedra;
trae
de la Sierra Nevada
cántaros llenos de trinos
y
colmenas de miel para endulzar las
gargantas de las sirenas
OSKAR LARRAÑAGA
Nació
en Bogotá. Es arquitecto, pintor y promotor cultural. Desde el año 1999, es
Director de Exposiciones y Eventos Culturales de la Casa Cultural Arte
Klan Destino. Actualmente, es Presidente de la Fundación Bogotá
Arte Conexión – BAC- En BAC, ha sido director y fundador de los proyectos “Los
100 de Noviembre en la Plaza,
2006”
“Los 100 en Simultanea, 2007”,
“Con Arte y Con Parte, 2008-2009”,
“Buscando Talentos, el arte en los colegios, 2010”, “Buscando Talentos,
juntos y revuelos el arte en los colegios, 2011”. Con los cuales ha
promovido el acercamiento del arte a mas de un millón de personas de las
comunidades educativas del Distrito Capital, en al menos 300 colegios
distritales y en otros espacios no concebidos para el arte como centros
comerciales, plazas publicas y bibliotecas publicas, entre las que se
encuentran: Virgilio Barco, El Tintal Manuel Zapara Olivella, Parque El Tunal,
Julio Mario Santo Domingo.