Adhely Rivero (foto Zordy Ribero) |
A Vicente Gerbasi, in memoriam
EL COLIBRÍ
… una palabra apenas
roza el alma.
Aly Pérez
El
colibrí se toma la flor
y se pone
a volar.
Acelera
la luz y su corazón
a mayores
revoluciones por segundo.
Pesa la
palabra
más que
el pájaro.
Por un
instante creemos en la perfección.
Qué le
puede amargar la vida
a un
colibrí
que es la
imagen de Dios.
EL TORDO
El tordo
en la calle,
canta,
para que
me sienta bien.
Sabe que
no como sólo,
con mi
sombra me siento
a la mesa
y reparto
migas de comida
por la
ventana.
Para que
venga.
La
soledad quiere ausentarme.
¡Qué
color tendrá la soledad!
Negro es
el pájaro
que me
hace compañía.
UN POEMA AL AZAR
Aquí
nació Vicente,
cuando
comienzo a recorrer
la
carretera fría e iluminada de bambúes amarillos
en el monte tupido.
Atraviesa
una liebre distraída
resaltando
el pelambre
en el
asfalto.
Cuando
llego a la cumbre me detengo a leer
un poema
al azar
y suena
como una oración al bosque de Eucaliptos,
arrullados
por la brisa.
Me debo a
la crianza de los pueblos,
el nativo
es palco en su mirada
para
recibir al que llega.
Más tarde los delata el amor,
tan
querendones son los hijos de la cumbre.
Vicente,
vive en la gente
y en el
canto de los gallos de raza
que
criaba su hermano Pepino Gerbasi,
en los
patios de Canoabo.
CANOABO
A Eloína Ybarra
Aquí el alma encuentra su propia soledad
Vicente Gerbasi
Sobre la
montaña amanece sentado el cielo,
abrigado
con nubes blancas.
En la
cumbre crían ganado de raza,
hermosas
vacas pastan en el frio.
Naranjas
y mandarinas tejen de verde
la falda del horizonte
donde
cuelga un camino de labriegos.
Canoabo
es de una ternura ancestral,
el nativo
siembra con la luna,
según la
sabiduría antigua,
los
alimentos que mengua la hambruna.
Antes,
recuerdas,
Canoabo era una aldea de agua dulce, café y
cacao,
grandes
arreos de mulas y cacería silvestre.
Al pueblo
llegó la universidad, los artistas, los poetas y los vecinos.
Ahora
Canoabo está más cerca del mundo.
LA CUMBRE
Aquí no
se alza la voz,
eso es en
el mar que la gente
va
gritando.
Aquí se
habla en la respiración,
en el
susurro.
Nadie se
atropella por volar más alto,
subes a
la montaña
y ya
estás en el cielo.
Si gritas
te cansas y tu grito no retumba
en las
paredes del monte.
Solo el
hacha tiene un leco pernicioso,
va
dejando un hueco entre los árboles.
Una
ventana por donde se ve la tierra del cerro.
Pronto
sube humo de la quema,
la ceniza
abonará el suelo.
Van a
sembrar, dicen,
cuando
lleguen las lluvias.
CAFÉ
A Eugenio Montejo
Cuando tomo un café en Caracas,
regreso a una calle de mi aldea,
donde existe una hermosa casa colonial,
con un patio de café.
Me
encuentro con un niño en la puerta
mirando
los obreros.
Se ha
quedado absorto.
Cuando
llegó a la playa de El palito,
en el
litoral de Carabobo,
vio el
mar por primera vez,
vio un
barco en la noche,
con las
luces prendidas como una gran ciudad.
Luego
vino el mundo en Florencia.
Unos pueblos de Italia,
que no
olían a café.
Su alma
lo añoraba todo,
Canoabo, era una selva iluminada
en algún
lugar de la tierra.
MAR AFUERA
Tengo el
mar Caribe muy cerca.
Lo veo
durante el día.
Me
pregunto: quién me puso aquí,
mar
afuera,
cuando mi
cabeza es una cresta de olas?
Sé tan
poco de estas costas,
algunos
nombres de playas
malolientes
a puertos y refinerías.
Calor y sudor.
En el
campo es otra vida,
allí se
siente el mar volando:
el mar y
el amor de las mujeres en la playa.
Se come
buen queso de vacas que pastan
en
potreros salitrosos
que en el
pasado fueron playas.
En la
mañana pensamos
la mujer
amada.
El mar lo
corroe y lo borra todo.
EL RUANO
Este
animal
toda la
noche posó la cabeza
sobre la
cerca
que al
fondo tiene música.
Ayer
salió de la finca
El Ruano,
estaba
trabajando.
Iba en
silencio,
algo lo
aturde.
El
caballo que come y bebe
en la
sabana
está
frente al bar
delgado
de sueño y plaga.
ADHELY RIVERO, nació en
Guadarrama, Arismendi, Estado Barinas, Venezuela en 1954. Está residenciado en
Valencia desde 1970. Lic. en Lengua y
Literatura por la Universidad de Carabobo. Cursó estudios en la Maestría de
Literatura Venezolana en la Universidad de Carabobo. Venezuela. Poeta, editor,
Jefe del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la
Universidad de Carabobo. Director de la Revista Poesía. Coordinador del
Encuentro Internacional Poesía de la Universidad de Carabobo. Director de las
Ediciones Poesía de la Universidad de Carabobo. Coordinador de las Ediciones El
Cuervo, traducciones, de la Universidad de Carabobo. Miembro del Comité de
Redacción de la revista Zona Tórrida. Ha
dictado Talleres de Poesía en la Universidad de Carabobo. Condecoración en su
Única Clase Alejo Zuloaga Egusquiza por la Universidad de Carabobo. Homenaje en
la Revista Poesía No. 156. 15 Poemas, 1984;
En sol de sed, 1990; Los poemas de Arismendi, 1996; Tierras de Gadín,
1999; Los Poemas del viejo, 2002; Antología Poética, 2003; Medio Siglo, La Vida
Entera, 2005; Half a Century, The Entire
Life, 2009, versión al Inglés de Sam Hamill y Esteban Moore. Poemas
(Antología editada en Costa Rica) 2009. Compañera, 2012. PoesíeCaré,Poemas
queridos, 2016, Versión al italiano de Emilio Coco, publicado en Colombia. Está
representado en varias antologías
nacionales y en la antología italiana La Flor de la Poesía
Latinoamericana de hoy, tomo I, II, editada en Festival Internacional de Poesía
de Medellín, Colombia, en 2007 y 2016. Festival Internacional de Poesía
Al-Mutanabi en Suiza.2008. Festival Internacional de Poesía de Bogotá,
Colombia. Festival Internacional de Boyacá, Colombia. Festival Internacional de
Poesía del Mundo Latino, México. Feria
Internacional del Libro de Bogotá, Colombia, Feria Internacional del Libro de
Caracas, Venezuela. Festival Internacional de Poesía de Venezuela. Encuentro
Internacional Poesía Universidad de Carabobo, Feria Internacional del Libro
Universidad de Carabobo, Valencia, Venezuela. Bienal Internacional de
Literatura “Mariano Picón Salas”, Mérida, Venezuela. Feria Internacional del Libro de Bogotá,
Colombia, Feria Internacional del Libro de Caracas, Venezuela. Encuentro Internacional Poesía Universidad de
Carabobo, Feria Internacional del Libro Universidad de Carabobo, Valencia,
Venezuela. Bienal Internacional de Literatura “Mariano Picón Salas”, Mérida,
Venezuela. Traducido al inglés,
portugués, italiano, alemán, francés y árabe.
Canoabo, homenaje
a Vicente Gerbasi
David Cortés
Cabán.
Para que el paisaje nos devuelva su íntima historia, su
más clara intimidad, ha decidido el poeta Adhely Rivero hacer un viaje a
Canoabo, el hermoso pueblo donde naciera en 1913 el gran poeta venezolano
Vicente Gerbasi. Allí como si descubriera por primera vez el paisaje de aquel
poeta que generosamente nos diera lo más profundo de su corazón en la hondura
de sus versos, Adhely ha ido desentrañando su apreciación por el autor de aquel
libro fascinante y mágico, Mi padre el inmigrante. Y ha llegado Adhely para
abandonarse a la contemplación y a la alegría de la palabra que agita la
condición pasajera de la vida. Ha fundido en El libro de Canoabo su visión de
mundo como si proclamara aquí el mismo sentimiento que sintió Gerbasi en la
mirada del paisaje, y en la flora y la fauna que les brindó a sus versos el
matiz límpido y profundo que reflejó su propia existencia.
Lo que
siente el lector al acercarse a este nuevo libro de Adhely Rivero es el aliento
del paisaje, lo esencial de la vida, la vibración del pájaro que abrió sus alas
y se perdió en luminoso vuelo hacia el ocaso. Y es que lo singular de esta
poesía está en el espíritu de afinidad que la reviste del recuerdo de Gerbasi.
Su recuerdo, su vocación poética, la lucidez que hace posible la continuidad de
ese cántico que para ser comprendido necesita de una honda dimensión de
espíritu. Adhely conoce esta realidad porque es el poeta del llano y del
paisaje. Incorpora en sus versos la experiencia profunda de la mirada que nos
devuelve la luz de un horizonte más noble y luminoso. Su poesía recoge ese
misterio insondable que nos identifica con las cosas más dignas y humildes: el
colibrí, el tordo, el horizonte, la aldea, la neblina, la sabana, el viento, el
café, la soledad. Toda una visión del campo, de la tierra y del ser en una
misma historia humana. La historia personal del poeta y la de Gerbasi van
paralelamente descubriéndonos la grandeza de Canoabo. No la grandeza que nace
de lo material y pasajero, sino la que proclama mediante la palabra bondadosa
un sentido más lúcido y humano de la vida. ¡Qué bien se siente recorrer a paso
silencioso el tema de este libro! Tus palabras son paisaje, ha dicho el poeta.
¿Lo ha dicho de sí mismo o de Gerbasi? Ambos caminan el horizonte de estos
textos, ambos ascienden lentamente en confiada grandeza hacia la calma de estas
montañas, a los caminos que reflejan la belleza del paisaje: En el campo es
otra vida / allí se siente el mar volando, anuncia este verso. Y en otro,
sentimos la naturaleza que trasciende la singular presencia: Aquí nació
Vicente, / cuando comienzo a recorrer / la carretera fría e iluminada de
bambúes amarillos / en el monte tupido.
Desde el primer momento de la lectura nos reciben los
pájaros. El colibrí y el tordo emiten sus alegres saludos: El colibrí se toma
la flor / y se pone a volar. Querrá también el tordo acompañar nuestra
condición de caminantes por estos versos que trazan el recorrido de Canoabo: El
tordo en las calles, / canta, / para que me sienta bien. Estos cánticos nos
descubren nuestra condición humana, nuestros sentimientos en la luz de un
horizonte que va en ascenso hasta trazar su órbita natural y lejana como la
humilde materia de las cosas sobre la tierra. Lo que vemos en El libro de Canoabo
nos provoca un amoroso sentimiento en la armonía del paisaje, la luz de su
cielo y la confianza de su gente. Nos sobrecoge el hecho de vivir plenamente
rodeado de la bondad y grata compañía de los otros, sumidos en la plena
realización de la palabra límpida y sin manchas. Esto lo ha advertido Adhely en
su recorrido por Canoabo para recordar una vez más sus pasos por estas mismas
calles que recorriera un día acompañado del propio Vicente Gerbasi y del poeta
Luis Alberto Crespo: Aquí no se alza la
voz, / eso es en el mar que la gente / va gritando. / Aquí se habla en la
respiración, / en el susurro. / Nadie se atropella por volar más alto, / subes
a la montaña / y ya estás en el cielo. Sentimos de inmediato que la vida en
Canoabo traza sus propios signos, ésos que no demandan de agobiantes fórmulas
de conocimiento, ni pretenden insinuar otras acciones que no se correspondan
con la realidad del paisaje o de la vida misma. Ya lo ha señalado el poeta:
Sobre la montaña amanece sentado el cielo, / abrigado con nubes blancas. / En
la cumbre crían ganado de raza, / hermosas vacas pastan en el frío. / Naranjas
y mandarinas tejen de verde / la falda del horizonte / donde cuelga un camino
de labriegos. He aquí el paisaje que revela lo que siente el corazón, pues no
hay otra forma de sentir la realidad que palpita en este libro. La que nos
presenta la vida en su más profunda dimensión, la que consiste en vivir
armónicamente con el entorno. Por eso encontramos que lo esencial de la vida se
podría resumir en las cosas que dejan sobre el alma una grata ternura. Esta
realidad nos la recuerda el poeta Adhely Rivero en el contenido de estos
poemas. Un sentimiento provocado por el reencuentro con Canoabo, y porque
ligado a este sentimiento vemos pasar la imagen del profundo Gerbasi en el puro
fluir del tiempo, en la hermosura que repentinamente nos descubre la alegría de
volverlo a sentir en la vivencia evocadora de esta poesía y el paisaje sereno
donde El colibrí se toma la flor / y se pone a volar.
Dejemos ahora que el lector se apropie de estos versos
para que su corazón recoja este hermoso homenaje a Vicente Gerbasi, y que la
alegría lo lleve escuchar el tordo, la plenitud de su cántico cuando “Sobre la
montaña amanece sentado el cielo, / abrigado con nubes blancas.”
Nueva York, Otoño, 2019.
Canoabo de paso por Adhely Rivero
Luis Alberto Crespo
Adhely Rivero me dice que volvamos con Vicente Gerbasi a
Canoabo, a su pueblo y a su poesía, donde gime el ave quinquina y es de noche
siempre en las hojas del guamo y del cacao y otra vez huele a sudor de savia y
llovizna el aire que lo visita. El gran poeta suave y sonriente se quedó atrás.
Ya no se distrae con su infancia, con los espacios cálidos, ni con el viento en
sus cabellos y el rumor dentro de sí de sus montañas, sino con la muerte, aquel
día, cuando la vida celebraba la hora de la inocencia, un diciembre de cuya
tristeza no quiero acordarme.
No; no iba a nuestro lado el propiciador de sortilegios,
pero sí en nuestro ayer mientras presentíamos el sosiego de su obra página a
página, como si transitáramos su escritura primordial bajo el follaje y respiráramos
la loción que despide su país, la geografía de su añoro, entre los senderos del
roedor y el susto de la perdiz en los matorrales.
Sólo al nombrarme a Canoabo, nada más con pronunciarlo
para avisarme que en sus nuevos poemas iba a su lado Gerbasi camino a su aldea
verde, me di a apresurarme para alcanzarle los pasos a Adhely camino a esa
región aromosa donde el señor de la dulzura verbal y la emocionada calma
eternizara en cada ser y cada cosa su vastedad poética. Con cuidado, sin osar
siquiera interrumpir el recuerdo con que juntos existiéramos alguna vez
mientras la aldea loara a su miglior fabro, mi amigo de los llanos mojados de
Arismendi tomó aquí y allá menciones de cacao y café, alguna criatura vegetal y
del aire, ciertas veces el nombre de Canoabo o
de una oración gerbasiana trazada sobre la pared blanca del papel,
mientras trascribía las motivaciones que visita con tanta insistencia su
memoria, las del avío inagotable de su
decir arismendino: ese caballo que adelgaza lo profundo, la palma lejos,
aquella res numerosa, el pastizal perpetuo, el agua, el ruido de orine del
ordeño, el pájaro, el solitario y en bandada, el hombre en todo, ceñudo bajo el
alero del fieltro y quien mira y copia y
anota de todo ese suspiro, al tiempo que hinca su rastro por distintos
espacios, el de las esquinas y los viajes, atiende “otras voces y otros
ámbitos” y evoca lo fraterno y lo íngrimo.
Acaso pretexto, a lo mejor remembranza del estilo
limpísimo de nuestro Gerbasi, llanamente presentado sobre la hoja escrita
(pienso en Los Colores Ocultos y en Las Edades Perdidas), casi dicho, al borde
del habla, Los poemas de Canoabo reúnen un renovado conjunto de sentimientos,
como aquellos que ofreciera a sus lares barineses de Arismendi. Pero no
permanece mucho rato mi amigo en el villorrio de Los Espacios Cálidos. El gran
señor de nuestra nostalgia refleja, como hace el rayo de luz en el agua, su
presencia, de pronto, lo mismo que aquella mañana, cuando luciera su traje
blanco en la blancura de Canoabo y de seguidas se distancia, mas no para
alejarse de su cómplice de viaje, no para olvidarlo, no: Gerbasi lo escucha y
lee, desde lo impalpable en que ahora se encuentra, cuanto, de su estilo,
desprovisto de broza, a dos palmos apenas del exceso, diría Efraín Hurtado, es
retomado por Adhely (al que es tan
atento) en esta reciente muestra de su obra enriqueciéndola, a la que acompaña
poemas de otros libros suyos, ya consagrados por sus lectores y la crítica.
Y este es nuestro contentamiento: que al concluir la
lectura de este libro la sorpresiva mención de Gerbasi y de Canoabo nos convida
a regresar a su aldea, su aldea que es su obra, la obra que lleva su nombre por
la tierra entera y volvemos a escucharla cuando la nombra, así:
Canoabo
Este es
el valle
rodeado
de montañas
donde las
aves
hacen
círculos luminosos.
Cae el
atardecer en nubes
que
ahondan una mina de oro.
Las casas
se reúnen
en un
color solitario
gris-oscuro-malva
de un
instante lejano
que
siempre nos reúne
en la
memoria.
CARACAS, OCTUBRE,
2019.
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