miércoles, 4 de agosto de 2010

Raymond Carver: Otros poemas.

Versiones Patricia Ogan Rivadavia-Esteban Moore
















El panadero

Pancho Villa
entró en el pueblo
acompañado
por cientos de jinetes,
ordenó la ejecución
del Alcalde
en la plaza pública,
luego requirió
la presencia
del Conde Vronsky
y cenaron,
mientras comían
Pancho le presentó
a su nueva novia
y al marido, el panadero
que usaba un delantal blanco,
Pancho extrajo su pistola
para que el Conde
pudiera admirarla
y quiso saber
de su triste exilio
en México,
hablaron de caballos
y mujeres
cuestiones en las
que ambos eran expertos,
la chica reía
y jugueteaba
con los botones
de madreperla
de la camisa de Pancho,
que al dar las doce
se durmió con la cabeza
apoyada en la mesa,
el panadero se persignó
nerviosamente
y abandonó el salón
descalzo
las botas en la mano,
sin mirar al Conde
sin mirar a la joven esposa,
este hombre anónimo, descalzo
humillado, que trata de salvar su vida,
este hombre
es el héroe del poema


Volando sobre la jungla

"Sólo tengo dos manos,"
exclamó la azafata,
bellísima. Sin mirarlo
continuó bamboleándose
entre los asientos
sosteniendo la bandeja.

Él piensa
que ésta es otro mujer
que se aleja de su vida
para siempre.
Observa a través de la ventanilla
ve luces que titilan en la noche
imagina una aldea en la jungla.

A este hombre le han sucedido
tantas y extrañas cosas en la vida
que no se sorprende cuando ella
vuelve y se acomoda en un asiento
del otro lado del pasillo
lo mira y le pregunta:
"¿Te vas a bajar en Río o en Buenos Aires?"

Una vez más esta mujer
expone la belleza de sus manos,
los pesados anillos de plata
que sostienen sus dedos; la gruesa
pulsera de oro que rodea su muñeca.

Están volando sobre el Mato Grosso
que está cubierto por una espesa bruma.
Es muy tarde.
Él continúa considerando
la plasticidad de esas manos,
admira los dedos inquietos.

Han pasado varios meses,
es difícil y complejo recordar
esos momentos.


La casa de atrás

Está oscureciendo, las sombras,
transforman el paisaje.
Una mujer vieja
aparece en la pradera
caminando bajo la lluvia.
En sus manos lleva
un freno y un bozal.
Siguiendo el sendero
llega hasta la casa de atrás.

En esa casa, Antonio Ríos
está viviendo la última hora
del combate final.
ella lo sabe,
no preguntés cómo lo supo,
nadie podrá explicártelo.

El doctor y algunas personas
Rodean al moribundo.
La vieja entra en la habitación
y coloca el freno y el bozal
con suavidad al pie de la cama,
en la que Antonio Ríos agonizante
espera la muerte.

La mujer abandona la habitación
en silencio, sin despedirse.
Esta mujer que una vez fue joven y hermosa:
cuando Antonio Ríos era joven, fuerte y hermoso.


El don de la ternura

Tarde en la noche comenzó a nevar.
Los copos húmedos caían
más allá del cristal de las ventanas,
surcando el aire frío
ocultaban el resplandor de la ciudad.
Observamos un rato la tormenta
sorprendidos, felices, satisfechos
de estar allí y no en otro sitio.
Puse un leño en el hogar,
me pediste que regulara
el tiro de la chimenea.
Nos metimos en la cama.
Cerré mis ojos, de inmediato,
pero
por razones que desconozco
antes de dormirme
el aeropuerto de Buenos Aires
atravesó mi memoria.
Recordé aquella tarde,
la temprana oscuridad, las sombras.
Reconstruí la escena:
Regresé a ese paisaje desolado
donde flotaba un silencio sepulcral
interrumpido únicamente por el rugido
de las turbinas del avión que carreteaba
lentamente bajo una lluvia de granizo,
tan fino que lo confundimos con nieve.
En las ventanas de los edificios no había luz.
Un lugar realmente solitario.
Sólo pasillos abandonados, hangares, vacíos.
No vimos una sola persona.
"Es como si todo estuviera de luto,"
fue tu comentario.


Abrí mis ojos.
El ritmo de tu respiración
me dijo que estabas profundamente dormida.
Te cubrí el cuerpo con uno de mis brazos.
Mis evocaciones
me trasladaron a la Argentina,
luego a un departamento en el pasé
un tiempo de mi vida, en Palo Alto.
No nieva en esa ciudad,
Pero el departamento disponía
de un amplio ventanal desde donde
podríamos haber mirado por horas
la autopista que rodea la bahía.
La heladera estaba al lado de la cama.
Las noches calurosas, sofocantes,
cuando me despertaba con la garganta seca
sólo tenía que estirar el brazo, abrir la puerta
y dejarme guiar por su luz interior
hasta el botellón con agua refrescante.
En el baño un pequeño calentador eléctrico
descansaba cerca del lavatorio.
Todas las mañanas mientras me afeitaba
calentaba agua en una vieja sartén,
el frasco de café instantáneo,
siempre a mano, en el botiquín.

Una mañana me senté en la cama
vestido, recién afeitado,
bebiendo sorbos de café caliente
intentando olvidar planes,
proyectos, todas esas cosas
que había decidido realizar.
Finalmente disqué el número
de Jim Houston que vive en Santa Cruz,
le pedí prestados 75 dólares.
Me contesto que estaba sin fondos.
Su mujer había viajado a México
por unos días y él no tenía dinero,
no llegaba a fin de mes.
"Está bien", le dije. "Te entiendo."
Y así era,
no necesité explicaciones.
Hablamos un poco más y cortamos.
Terminé el café cuando el avión
comenzaba a elevarse en mi recuerdo
y yo desde la ventanilla miraba
por última vez las luces de Buenos Aires.
Después cerré los ojos
iniciando el largo regreso.

Esta mañana hay nieve por todos lados.
Hablamos sobre la tormenta.
Me comentás que no dormiste bien.
Te digo que yo tampoco.
Tuviste una noche terrible. "Yo también."
Estamos tranquilos el uno con el otro,
nos asistimos tiernamente
como si comprendiéramos nuestro estado de ánimo,
las mutuas inseguridades.
Creemos adivinar los sentimientos del otro,
no podemos, por supuesto, nunca podremos.
No tiene importancia.
En realidad es la ternura la que me interesa.
Ése es el don que me conmueve, que me sostiene,
esta mañana, igual que todas las mañanas.



Padraic Pearse: Yo soy Irlanda.








Versión Esteban Moore













Yo soy Irlanda:
Soy más vieja que la anciana de Beare.

Grande es mi gloria:
Yo fui quién parió a Cuchulainn el valiente.

Grande es mi vergüenza:
Mis propios hijos vendieron a su madre.

Yo soy Irlanda:
Estoy más sola que la anciana de Beare.







Padraic Pearse (1879-1916)
Patriota irlandés que participó durante la Rebelión de 1916 en la ocupación del edificio
de correos de Dublín; cuando la misma fue sofocada fue fusilado por los británicos.

Santiago Espel; poemas.




















NI UNA COSA NI LA OTRA

Miento si digo que intenté la revolución.
No es verdad que puse una mesa patas arriba.
Tampoco le dije mire váyase a mi ex suegra.
No mordí la mano que me dio de comer.
Menos cierto es que estuve preparado
para rechazar los honores que nunca me dieron.
Y además, debo confesarlo, me costó
diferenciarme de los conspiradores.
En fin, que como multitud, fui un adicto del deseo.
Que como no pocos, transgredí con permiso.
Fui un tentado. Un idiota revulsivo. Un asco.
Eso sí: no vengan a decirme que todo esto me resbala.
No me vengan con el cuento
de que estoy grande para prender la mecha.
Menos que menos ustedes, jóvenes, viejos peripatéticos.


TEMA PARA UNA DES-COMPOSICIÓN

Peor que el olor, que las moscas, peor que la carne roja y plateada
en un cuadro de Bacon, peor, mucho más duro es el ojo de la vaca.
No es la mirada bovina que conocemos.
Ajena la vaca a la tragedia del matadero, a los camiones enrejados,
a la tipificación mitológica, ajena inclusive a sus múltiples metáforas literarias,
a su donaire de bestia pacífica, a la infame bucólica agraria;
…no…no, es peor, porque es una mirada que va por afuera de lo bovino,
por afuera de la desgracia o la suerte misma del animal.
La vaca está echada a un costado de la ruta, un bulto informe
y sanguinolento en una banquina en declive.
En lo que queda de piel, de pelo crespo, fue casi enteramente negra,
con geometrías blancas y manchas de grises irrelevantes.
A un costado, tumbada, igual que un mueble sin uso, como una mesa,
o un vehículo que hubiera desbarrancado, cuadrado y pesado,
torpe y guarango, con las patas aparatosamente estiradas hacia el cielo.
La vaca mueve el ojo como la traslación lenta de un planeta en su órbita.
Una mirada agresiva y blasfema, escrutadora;
a veces el ojo queda inerte en el paso lerdo de las nubes.
¿Hace cuánto que está ahí la vaca? ¿Cómo llegó ahí? ¿Tiene dueño esa vaca?
¿Estaba sana o estaba enferma al caer allí? ¿Ya no da leche esa pobre vaca?
El bicherío que le anda por el despojo del cuerpo se ha empezado a extender
entre las otras vacas; algunas ya pobladas de ese verde dorado de la mosca.
Muchas se sacuden la corta cola en el lomo ancho
para espantar el ir y venir zumbón de los bichos.
La vaca gira despacio su ojo y ve el desastre en ciernes.
De a poco van llegando veterinarios, lugareños, los primeros fotógrafos,
los cronistas acreditados y los esbirros de la gobernación.
El rumor de la vaca se extiende como la misma peste de la vaca.
Se cancelan rápidamente las inversiones, cae la cosecha, tiembla el mercado,
la bolsa retrocede, se ve amenazada la liquidez, cae el cambio por culpa de la vaca.
Raro…mientras…se mueren otras vacas, pero no la vaca del ojo aprensivo.
Consecuente, el ojo sigue la propagación del caos con lenta rotación.
Hay que hacer algo con la vaca que se nos muere, se nos está muriendo don,
dicen cabizbajos, algunos que llegan en fila con velas y cachimbas.
Otros discuten el límite del desastre, previsores, miden las consecuencias,
pesan la peste, suman y restan la muerte, calculan la indemnización,
miran de costado a la vaca y firman documentos extensos de letra chica.
Vienen luego los intendentes de signo opuesto a dirimir el litigio,
se reclaman airadamente las pérdidas millonarias, tiran la taba, se van a las manos,
y la vaca en tanto gira su ojo en torno y parece empecinada en no morirse.
Entonces, las moscas verde doradas se empiezan a animar con el gentío.
Llegan por fin los exegetas de la vaca y declaran un milagro;
un grupo de notables recaba información y delibera en círculo;
se componen odas y se instalan atriles para pintar a la vaca;
entonces pronto se llena de curiosos que se arriesgan al bicherío,
familias con barbijos y carteles de cartón en favor de la vaca;
otros de signo exaltado que vienen decididos a terminar con la vaca.
Se levantan unas carpas en la zona y se desvía la ruta en forma de herradura.
La prensa extranjera consigue acreditaciones sin garantías sanitarias.
El papa menciona a la vaca moribunda en su homilía.
Se multiplican las peregrinaciones espontáneas y el turismo prospera.
Crece la mortandad del ganado aledaño y muchos vecinos se apestan.
Algunos candidatos improvisan tarimas y exponen sus plataformas.
Y la vaca mientras tanto sigue sin morirse, mirando hondo y desde lejos.
El alboroto de la heterogénea aldea se hace más y más ruidoso.
El grupo más radical quiere sacrificar sin más demora a la vaca.;
algunos expresan en defensa razones humanitarias; otros hablan
del futuro de los hijos, de la tradición de la tierra y el respeto por los difuntos.
En algún sector se desata una gresca que levanta polvareda y represión.
El ojo de la vaca se agita, preso en ese cuerpo corrupto y tieso.
Hasta que en un momento, por encima de la disidencia generalizada,
la vaca suelta un mugido tan prolongado y agónico, tan único,
como sólo puede ser el que provoca el silencio más absoluto.
Y como todos creen que la vaca se muere, o que se está muriendo,
o que por fin acaba de reventar, de irse en ese mugido bestial,
se acercan y estrechan el multitudinario cerco en torno al animal
y comprueban con asombro que la vaca aún mueve ese ojo lento y aprensivo,
para clavarlo en ese otro ojo que ahora lee desaprensivamente este poema.


GANCHOS

La última mujer con la que estuve
me dejó la casa llena de ganchos
de carnicería.
Me fui dando cuenta de a poco,
a los días de quedarme solo.
Ganchos ahora vacíos
y oscilantes como horcas.
De esos ganchos, mi última mujer
colgaba toallas, corpiños, bufandas
y grandes pañuelos de seda.
De la seda emanaban
perfumes oscilantes como horcas.
Cuando me quedé solo,
de a poco fui escuchando
el tenue balanceo de los ganchos:
un acero sinuoso
cortando el aire.
Al fin, no me quedó otra
que descolgar los ganchos,
uno por uno, meterlos en una
bolsa y tirarlos al río.
Si un día de estos vuelve
por los ganchos
le voy a decir que vaya a dragar el río.
Me acuerdo que el último gancho
que descolgué era realmente grande;
tan grande como para resistir
el peso de un viejo caballo sangrante.

Udo Kawasser: poemas.





















feld 1


blühende holundernacht auf weißes papier

notiert was an jenem strauch schon vor stunden

begann lauschen und schauen helle bereitschaft

in die filigrane insekten von der lampe fallen

dreischwänzige ikarusse die taumelnd ihre flügel

tragen sie bringen dir langsamkeit aus fremden

strophen der liguster wächst in diese zeilen her-

ein setzt benachbartes gemäht in ein anderes feld


campo 1


noche de saúco floreciente en papel blanco

apuntado lo que en aquel arbusto empezó ya

hace horas escuchar y mirar disposición lúcida

en la que caen insectos gráciles de la lámpara

ícaros de tres colas que llevan tambaleando

sus alas ellos te traen lentitud de estrofas

ajenas el aligustre crece hacia adentro estas

líneas pone cosas vecinas segadas en otro campo



mit geliehenem mund

con boca prestada

dass ich ein eisvogel



im sturz in zerklüftete

in fransen gerupfte wellen

haut oder nur mehr

ein stück fleisch

der geheiligte meerdunkle vogel


für christel fallenstein


que yo un martín pescador

cayendo en la quebrada

desflecada piel

marina o nada más

que un pedazo de carne

el sagrado pájaro oscuro como el mar


para christel fallenstein



διαλογος


brichst du auf gen ithaka

wünsch dir eine lange fahrt

kavafis


hier hast du kein land keine hand

habe die ungewissheit der wege

und hügellinien ficht dich nicht an

quellen mit ihren hainen

begegnest du wie unverhofften freund

lichkeiten und ziehst weiter

du weißt

irgendwann hinter den bergen

wirst du ans meer gelangen

aber die ödnis um dich

ist nur scheinbar menschen

sind hier vor dir gegangen sieh

das mauerwerk der terrassen

verschlossen bleibt dir vorerst

diese tiefe des raums karg ist

der bewuchs aber wörter mastix

myrte und stechginster können aus fels

ritzen keimen der hitze sei dankbar

sie würzt mit salbei und thymian

deinen atem wenn du dahingehst

auf diesen pfaden

was dir jetzt noch fremd

wird mit der zeit vertraut

doch solange du dich

darüber wundern kannst

dass die erdbeeren

hier auf bäumen reifen

ist dein weg noch weit

nach ithaka



διαλογος


si partes para ítaca

te deseo un largo viaje

KAVAFIS


aquí no tienes tierra nada

a mano la incertidumbre de los caminos

de la línea ondulada no te perturbe

fuentes con su bosquecillo

tratas como favores inesperados

y continuas porque sabes

que un día detrás de las montañas

vas a llegar al mar

pero el yermo alrededor

solo es aparente hombres

aquí han pasado antes que tú mira

los muros de las terrazas

no puedes acceder por el momento

a esas honduras del espacio qué escasa

la vegetación pero palabras lentisco

mirto y genista pueden brotar

de las fisuras en las rocas

sea agradecido al calor

que sazona con salvia y tomillo

tu aliento cuando pasas

por esas sendas

lo que no conoces

ahora más tarde te será familiar

pero en tanto que puedas maravillarte

de que las fresas aquí

maduren en árboles tu camino

aún es largo a ítaca

erinnerungen an anna arkadjewna

die strände säumen die ankunft

des meeres steht aus winter

als sie die tür hinter sich

zuzog da war kein blick

nur ein klicken in der leitung

eine rote tasche auf dem bahnsteig

über nacht schneiten die pässe zu

oder liefen ab kein wort

das noch bis klimovsk reichte

recordando a ana arcadievna

las playas tardan la llegada

del mar está pendiente invierno

cuando ella cerró la puerta

al salir allí no hubo mirada

solo un clic en la línea

su bolsa roja en el anden de pronto

ya no se podía pasar por los puertos

o estaban vencidos los pasaportes ninguna

palabra que aún llegara a klimovsk


II.


an der sandkante fluss

strömung oder mündung

sind das die letzten worte

zwischen uns die vorüber

treiben akustische reflexe

oder eine spiegelung knapp

an der sandkante fluss


II.


en el borde de arena río

corriente o desembocadura

son esas las últimas palabras

entre nosotros que pasan

flotando acústicos reflejos

o un espejismo apenas

en el borde de arena río


V.


angelandet zwischen ausgeblichenen

baumgerippen und wurzelstöcken

die ihre spiegelbilder umarmen

auf diesen sandflächen wo man

sich lieben könnte diese tote

welt die auf unsere körper wartet

auf den geteilten atem

siehst du nicht

die zeit ist ein offener mund

lass es doch sommer werden

(denn die liebe ist groß)


V.


encallado entre descoloridos

esqueletos de árbol y tocones de raíz

que abrazan sus propias imágenes

en estas superficies de arena donde

uno podría amarse este muerto

mundo que espera por nuestro cuerpo

por el aliento compartido

no lo ves

el tiempo es una boca abierta

que a pesar de todo llegue el verano

(pues el amor es grande)

Selección de:

körperschrift/escritura del cuerpo

gedichte/poemas



UDO KAWASSER nació en Austria en 1965. Poeta, narrador, ensayista, traductor de literatura latinoamericana, bailarín y coreógrafo de danza contemporánea, maestro de alemán en la Universidad de Viena. Estudió Filología alemana, francesa y española Recibió el Premio de Literatura Voralberger en 2001 y el Premio de Poesía Dulzinea, en 2008. Tradujo El cerebro que canta, siete poetas de lengua alemana, La Habana, 2009. Algunas de sus obras: Einbruch der Landschaft: Zürich-Havanna, 2007; kein mund. mündung, 2008. Ha publicado en las mejores revistas literarias de Austria, Alemania, Suiza y Bélgica como: Wespennest (Viena), ndl (Berlin), literatur+kritik (Salzburg), lichtungen (Graz), entwürfe (Zürich), allmende (Alemania), krautgarten (Bélgica), entre otras.


Carlos Vitale: poemas.



















JORNADA

Tú, de pie, desnuda en la penumbra.
Tu espalda es el arco del conocimiento.
Desde la cama, observo y espero.
Cuando te vuelvas me dirás quién soy.
Sin otra luz que mi deseo.


EL ESTADO DE LA CUESTIÓN

Has parado la noche, pero me has negado el día.


RISAS DE COCODRILO

No te engañes.
El de la foto
tan sonriente
ya era infeliz
(tú lo sabes,
bien que lo sabes).

Contémplalo ahí detrás,
público o comparsa,
borroso
incluso en primer plano.

Sonríe
aunque esté muerto.

Si le pides
que se adelante
no da sombra.

Convéncete:
sólo la sombra
no da sombra.


OTRA VUELTA DE TUERCA

Y nada más que sed
y vasos rotos.


IL MIGLIOR FABBRO

De tallos de metal
florecen alas.


SPIGNO

Las estrellas
velan
el sueño
de la encina
de Spigno.

Tranquila,
duerme.

Al despertar,
dará forma
de sombra
a las palabras.


PEPE BARROETA DICE QUE NO DICE

El don
de la palabra
no es
un don,
es apenas
arder
en el propio
fuego,
abrasarse
hasta que la mano
dibuje
el vasto
signo
de la desolación.


RÉQUIEM

Al final
sólo queda
una dirección
que borro.

OCURRE

Ocurre, lo dices, lo vives, revives.
Ocurre, no lo dices, lo olvidas.
Ocurre, no lo dices.



Carlos Vitale nació en 1953 en Buenos Aires (Argentina). Es Licenciado en Filología hispánica y Filología italiana. Entre otros libros, ha publicado Unidad de lugar (Editorial Candaya, Barcelona, 2004), Fuera de casa (Emboscall Editorial, Vic, 2004) y Descortesía del suicida (Editorial Candaya, Barcelona, 2008). Asimismo ha traducido numerosos libros de poetas italianos y catalanes: Dino Campana (Premio de Traducción “Ultimo Novecento”, 1986), Eugenio Montale (Premio de Traducción “Ángel Crespo”, 2006), Giuseppe Ungaretti, Gerardo Vacana, Sergio Corazzini (Premio de Traducción del Ministerio Italiano de Relaciones Exteriores, 2003), Amerigo Iannacone, Umberto Saba (Premio de Traducción “Val di Comino”, 2004), Giuseppe Napolitano, Sandro Penna, Emilio Paolo Taormina, Antoni Clapés, Joan Brossa, Josep-Ramon Bach, etc. Ha participado en festivales, lecturas y encuentros de poesía en Argentina, España, Venezuela, Armenia, Italia, Suiza, Rumania, Estonia y Francia. Sus textos han sido traducidos al inglés, francés, alemán, italiano, armenio, estonio, griego, rumano, portugués, esperanto, maltés y catalán. Reside en Barcelona desde 1981.

Rei Berroa: poemas.













Medellín, 2010.






JERARQUÍAS


De los dones

el primero es el nacer

y vivir el primero de los bienes.

El deber fundamental del hombre es liberarse

y amar y ser amado la tarea

primordial de la existencia.

Al final,

subrayen, por favor, la novedad de esta ocurrencia,

morir con dignidad es su último deseo.



OICONOLOGÍA


Tratar de hablar siempre menos.

Querer decir más cada vez.

Colocar los trofeos en el fuego

y asegurarse de que nadie los rescate

para ponerlos de nuevo en la vitrina

con su nula e impertinente vaciedad.

Guardar menos objetos, menos sombras,

pero alumbrar el día todo el día

y limpiar la oreja un poco más.

Dejar ya de rezar en alta voz

en nombre del Altísimo

y ordenar lápices, papeles, obsesiones en el nido,

de forma que reflejen su interior cacofonía

con el hoy, su aquí, nuestro mañana por hacer.

Ingerir cada vez menos,

digerir cada día más.

No poner tanto énfasis en los ayeres, lo vivido

y subrayar lo que se pueda resolver

hablando del enigma del minuto

en este constante matar o morir

con que agredimos a las horas cada ahora.

Dormir cada vez menos,

soñar cada día más.

Buscar cuanta se pueda soledad

y al entrar la noche, apagar

las luces del balcón para poder

alcanzar el astro con el ojo.

Envejece en la bodega el vino

para hacerse de crianza o de reserva;

que vino mal envejecido es vinagrio

que al paladar golpea e incomoda.

Ni levantado ni caído,

a ningún ángel rendirle culto, pero ser

indivisiblemente hombre en esta

misteriosa y angustiada humanidad.

Ignorar la razón de los achaques de la vida

y vivir sin pensar para nada

en el alivio de la muerte.

Tratar de hablar cada vez menos,

esperar pacientemente mi turno

para poder decir, quizás, cada día un poco más.



NO PUEDO APARTAR LA VOZ DE CUANTO SUFRE


Por más que quiera la flor

no puede dominar el horizonte como el árbol.

Como aquél que tampoco

puede dejar la vida para luego,

que odiando comenzó todo lo oscuro

pues la luz deseaba hasta el cansancio.

Y sin embargo

la noche es un enorme corazón

que acurruca en sus alas

la sed, el hambre, el pasto del amor

y acumula en la pupila el apetito

de sus sueños, el silencio

de la claridad que nos descubre la alborada.

Hermoso y terrible es pensar

que tal vez sea mentira la esperanza.

Y sin embargo

no puedo evitar el silbo

vulnerado que penetra en mis entrañas.

Se me quiebra la sangre, en la misma

mitad de las palabras se me quiebra

y amanezco sin ganas de vivir

cuando contemplo el mundo que hemos hecho

a imagen y medida de los dueños de la muerte.

Lo siento Jochy, Mariángeles, Ataol,

lo siento, madre, camaradas todos

de las cuatro esquinas de la historia,

pido excusas de antemano,

pero, aunque lo intentara día y noche,

no podría, ni por un efímero momento,

apartar mi voz de los que sufren

sin alivio y sin consuelo.



¿EL DON DE CONOCER?


El último manzano de la tierra y el primero

con su edad multicolor en primavera

y en otoño su fruto saludable

enreda en las paredes de su tronco

un ángel en forma de deseo

cuya lengua endurecida de serpiente

dice el nombre de las cosas,

las graba en la pregunta de la oreja

y divide los caminos que pisamos

en ególatra-culpables

o en idólatra-inocentes.

No pudo ser.

Aquella edad

no puede haber sido tan querida.

Cumplían las criaturas ciegamente

los preceptos de sus dueños.

En vez de robustecerse sin ambages

en la necesidad de llegar a la estatura que debía,

debilitaba el adolescente esa esperanza

cada invierno o cada luna o cada noche o siempre tarde.

A pesar de la luz con que aparecen dibujados

los espacios de aquellos primeros habitáculos

del tiempo en que nada podíamos inventar

que no estuviera controlado,

los días eran oscuros como el hambre de saber

y tuvo que llegar aquel momento tan deseado.

El don de conocer

fue más bien una lucha contra lo infinito,

una irremediable conquista

de las zonas prohibidas en la amplitud

de la materia que somos,

en la claridad de nuestra sustancia.

Aquel primer mordisco al himen sedoso

de las flores del manzano

abrió secretas puertas, hojas blancas, tablas rasas.

Por eso

penetradas las cortezas seductoras

de los frutos del jardín,

vinieron a habitarnos toros como estrellas,

garras se hicieron nuestras manos

con las que pudimos finalmente amplificar

el rumor de nuestros pasos en la tierra

y una savia maniquea nos otorgaba finalmente

el derecho a preguntar y conocer . . .

Se suspende ahora el don del labio del desnudo,

desprecia los modales de la acera,

le brotan las señales del deseo entre las partes,

es ególatra culpable, y a sabiendas

rehúsa estacionarse en el candor

de las hojas de la vid con que se viste.

A su paso veloz entre las horas,

con el don del conocer enterrado en las raíces,

acaricia un cerdo frágil,

el panal de unas abejas que laboran en su pecho

y una piedra que le dieron al salir de la inocencia

para que siga golpeándose en el pecho

cada vez que se sienta naufragar.



EUFEMÍSTICA PARA VIVIR TRANQUILOS


Tampoco hoy vamos a hablar de lo divino.

Pondremos a un lado las ideas que molesten,

nos fijaremos con cuidado en lo que vive,

veremos si hay algo que cambiar en lo que hacemos

(está claro que el mundo no lo hicimos

y, por tanto, no somos responsables

de lo que en Gaza hoy acontece

o junto al Tigris o el Eufrates).

Luego pasaremos a hablar de Empédocles.

Unas cuantas reflexiones de Epicuro

ocuparán el resto de la clase.

Al final contaremos hasta doce,

y apostaremos unos cuantos hilos

de sangre taína o africana.

Y Dios dirá, que nunca dice nada.


SIN DEJAR NINGÚN DETALLE


Cuéntaselo todo a la mujer.

Dile

por qué se encuentra acompañada en sus vacíos,

por qué tus gatos tienen nombres

de astronautas misteriosos

o instrumentos musicales

y por qué, sin darse cuenta, irrumpe en carcajadas

cuando está frente a tus nalgas temblorosas

como enormes mejillas que han perdido

su lugar y dirección en los orígenes del cuerpo.

Antes de que venga blandiendo la verdad

que encontró no importa dónde,

tirada a la vera de la calle,

de boca de tu amigo o tu enemigo,

leída en la sección de sociedad del vespertino

o en la sala de un museo o del mercado.

Cuéntaselo todo a la mujer.

¿Has tratado realmente de entender

su distante timidez, su parca risa,

sus amores escondidos a la sombra de su sueño,

su paso leve y su compás cerrado?

Esbelta como hatillo de silencios,

mastica cada sílaba en tu nombre

con su ritmo entre sensual y reciclable

buscando pronunciar con parsimonia

toda consonante, las vocales,

y poder con ellas dibujar

las redondas anteojeras de las horas,

el bigote encaneciéndote

de ayer a aquesta parte la nuca juvenil

que prolongaba hasta hace poco

los años aquellos de vino y rebeldía,

la piel aceitunada del llanto de la tierra

y el constante fluir de tu sangre

en las heridas de la risa,

halcón que llevas sobre el hombro

para perseguir tu pesadumbre

y apuntalarla a picotazos.

Cuéntaselo todo a la mujer. Revélale

tus dudas y temores, tus aciertos

al momento de triunfar, tus desatinos

en el sueño y el trabajo. Cuántas veces

rozaste sin queriendo

los pechos que viajaban frente a ti

en el metro inevitable del deseo. Quién

metió su mano en la entrepierna y cómo

te dejaste llevar y traer con las señales

que te daban de un pedazo de vivir

en el anverso del oído

o una gota de morir

escondida debajo de la lengua

que atrapabas con los dientes

sin saber si era lengua

o era sombra que comías,

si era a Dios o a Lucifer a quien mordías

o atrapabas, ángel caído o por caer,

soledad eterna, compostura.

Si era un sueño de mujer o de hombre o desvarío,

y tú no eras sino un grano

pegado a las paredes del duodeno,

tembloroso, ají-picante, rascándote

el cóccix, el trasero, el omoplato

hasta hacer sangrar esas partes de tu cuerpo

que te escuecen mas no conoces,

que nunca el ojo ha visitado y necesitas,

a las que nunca mencionas por temor

a ser tachado de vulgar,

maleducado, improcedente en una conversación

como ésta en que no se debe mencionar

el adulterio, la inmundicia, el puterío

y todo debe ser higienizado

según las morales normas de esa

otra lengua o el oído.

Aunque hagas temblar de rubor

al sumo sacerdote y sus papiros,

cuéntaselo todo a la mujer.

Ella ha sido madre y todo lo contiene,

en ella todo nace,

todo en ella se termina.

No olvides ni un detalle.

Esto te curará seguramente

del mal de ser varón

en esta edad todavía hoy

obstinadamente masculina.



UTILIDADES DE LA RISA


Desde ques mar el agua,

desde ques tiempo el ahora

y desde ques también vida el sueño

con sus verticales coordenadas

de llanto y de ternura,

sus horizontales herramientas

de alivio y de dolor,

de lo real amarilleando

entre lo espeso y lo flüido,

la risa

ha puesto sus huevos en la arena

movediza de la lengua,

estruendosa se dispara por los huecos

bien abiertos de la boca y el gaznate,

arruga las esquinas de los ojos, los obliga

a prestarle atención al desahogo,

se hincha imprevisible en los carrillos,

en las narices del barro en el que estamos contenidos,

nos libera de la ira y del espasmo de la hora

y nos saca de los miedos en que quieren que vivamos

los que ostentan el poder y lo blanden

ante el ojo del votante o parroquiano.

Aunque dure solamente

unos minúsculos segundos destilados

a esta frágil existencia que parece interminable,

la conciencia de la risa

fortalece las paredes en que habita nuestro pulso,

nos ablanda el nervio adolorido de la angustia,

las terribles soledades que sufrimos a veces sin saberlo,

le quita máscaras al río crecido del orgullo,

nos descuajaringa, corta la ceguera irreductible

que marchita la flor del loto en la laguna

y a su modo nos lima sutilmente a los humanos,

todas las aristas del cuerpo y de la idea,

del tiempo y de las mañas que maneja cuando pasa.

Antídoto que limpia de inmundicias las arterias de la vida,

la etapa de la risa es señal inconfundible

de que es el hombre, no los hados o el omnipotente,

quien fabrica los telares de su propia humanidad.

Por ello, no hay que fiarse nunca de los dioses

que no quieren o no saben o no pueden reír o sonreír

aunque sólo sea un breve instante iluminado.


EL ÍNDICE DEL CIEGO


Para Louis Braille, visionnaire



Como si toda la realidad no fuera

nada más que puntos en relieve,

el índice del ciego es un ojo

que, tocando las simas de lo ignoto, se acomoda

y está a sus anchas en la cima del saber.

El ojo del ciego es un índice

que va de lo tangible no vivido

a lo intangible ya intuido y descifrable,

haciendo de sus dedos instrumentos

que le llevan al gozo de aprender.

Es un bastón el índice del ciego

que golpea los valores de la bolsa en el oído

e inventa en las finanzas del buen juicio

imposibles inversiones hasta entonces ignoradas

por la ciencia, el alquimista o quien se lance hacia el azar.

Compañero inseparable del pulgar gracioso,

el índice del ciego es una física posible

que discierne con la punta de la lengua

qué hace la mano en el papel o qué es el tiempo,

qué hace el humano al querer o cómo se enamora.

Es una lengua el índice del ciego

que con sólo seis puntos cotidianos

irriga en sus papilas las vocales,

más de veinte consonantes y el almario

de todas las palabras con que armamos el vivir.

Al girar con el pulgar la página del día

buscando alivio en la sutura de la hora,

el índice del ciego, a veces anular, a veces medio,

se desliza por los impuros filos del alfabeto alado,

abriendo puertas con las llaves de su luz.

Son tan sólo seis irrelevantes estaciones

que clavan sus puntas geométricas en el ojo

táctil del leyente y 60 y pico veces se combinan

para darle al invidente la esperanza, la delicia

de hacer el mundo y sus relieves a su imagen y color.

Sueña el índice del ciego que es un ojo

y que todo, si está escrito,

lo puede introducir en su memoria digital.



BAILA ARAÑA QUE EN EL LABERINTO ESPERA


Enmarañado mar el de la araña

que hila, huele y hala su donaire

y es dueña de su tela y su talante tierno,

de su espeso salivero

y su desnudo nudo hexagonado,

labio que labra la casa del destino

en donde habita el minotauro,

monstruo que devora el mismo centro de los años.

Bailaba Ariadna desnuda a la entrada del palacio

cuando vio venir entre el grupo de aquel año

al joven Teseo y quiso poseerlo.

Le ofreció una espada con el signo de la muerte

y la llave del regreso le entregó

atándole la punta de un ovillo

a la punta debajo del ombligo

para poderlo controlar mejor y a su manera.

Esperó paciente la araña al otro lado

del abierto muro

hasta que regresó Teseo herido

arrastrando la cabeza ensangrentada.

Ariadna entonces atrapó el cuerpo del muchacho,

devorándolo como una mosca imbele

en la trampa de las cuerdas que había tejido.

Para poder vivir

hay que saber tejer

y luego hay que esperar,

esperar todos los minutos

que requiera el visitante.


¿LA BOLSA O LA VIDA?


Cada poema de amor

Es un poema de lucha

Cada poema de lucha

Es un poema de amor.

En los dos,

Queramos o no,

Nos jugamos

La vida.



NO LE PARECE APROPIADO AL PARECER

EL MOTE DE SEGUNDÓN QUE LE HAN COLGADO


Todos me han tenido siempre de segundo.

Sus intenciones claramente definidas,

me han mirado cuando menos de reojo,

sospechando de mí no sé qué cosas

-“engañan las apariencias,” dicen-

y me ponen en la lista de lo prescindible,

como si el vestido, el rostro, los modales,

sólo fueran ocasiones de un minuto

y el resto de la hora hubiera que entregárselo

a mi némesis, el Ser,

que nunca tuvo que hacer nada

para llegar a ser el hijo predilecto

del humano y sus asombros

(al menos así me lo parece).

Hubo sí ocasión fugaz,

débil esperanza de mi medro

-si hubieran visto qué alboroto

en el mundo desvirtuado de lo que aparenta-

cuando logró por fin Descartes señalar

-perdonen el empaque dieciochesco-

que el oficio del pensar mayéutico

estuviera por encima del Ser estático

o de la inanidad del Estar,

envés de su moneda.

Pensé yo entonces que el partero

de esta modernidad que desde entonces nos apremia,

amigo de reinas, algo galileante, y por ello

sospechado del romano tribunal, daría

otro salto en el método de examinar las apariencias,

haciendo vital la instancia de la idea

de que lo que aparece

puede también ser si yo lo pienso.

Pero el pobre se murió de frío relativo

en una cama nada cogitante de Estocolmo

y yo he tenido que seguir aquí de segundón,

acostumbrado a los axiomas

de la fe, de la filosofía, y deseando vivamente

que un músico quizás,

tal vez algún poeta del Índico o el Caribe,

me ponga en mi lugar, mejor,

espero, del que aquí me asigna Rei Berroa,

me saque oportunamente

de este estado segundino

del que estoy ya bien cansado

y me eleve a la condición

que me tengo, creo yo, bien merecida,

después de tanta espera.



COQUETEO CON EL TIEMPO:

Correo-e para Soledad-A


Constante es, compañera Soledad,

este arcano coqueteo con esta

primera obsesión del existir,

bien mayor en el que están montadas

algunas de las categorías primigenias

del pasar apercibido en los orígenes

del sueño o del aliento, la distancia o la memoria.

Cuando éramos tú y yo de aguas y quimeras,

nos frustraba su moroso caminar,

arbolada lentitud de sombra y mimbre

que queríamos siempre apurar en vano siempre

e imprecábamos, ¿recuerdas que imprecábamos

al cielo creyendo con ello acelerar

el paso impertinente de los días?

Mas luego, al subir los peldaños de los años,

y estar nosotros llenos de fuego muchas veces;

otras, de libro y levadura,

parecía el tiempo existir tan sólo para otros:

nos reíamos de las quejas

de los que nos habían precedido apenas

unas horas antes en las aulas del sentido,

con ellos compartiendo la existencia, con ellos

que nos pedían con frecuencia pensar

sobre aquella atolondrada mudanza

con que nos abocábamos a los abismos;

nos reíamos de los que venían detrás de nosotros

cuya impaciencia tildábamos de infantiles

triquiñuelas, dignas de nuestros guiños y provocada

por una fe sin límites en nuestro inmortal destierro.

Mas luego, en algún momento imprecisable

de esta historia nuestra tan antes sutil,

tan pronto mudable, caímos en la cuenta

de que coinciden en nosotros todos los opuestos,

de que éramos -¡cómo no pudimos notarlo antes!-

hembra y hombre todo el día, ala

que en el aire era ola, agua que en la ola

era fuego fatuo demonio que construye

ángeles de barro que pueden robar

todas las alas que construyen mundos,

todos los mundos que destruyen alas,

que construyen aguas para diluir el fuego,

que levantan fuegos para cultivar el mundo,

que derriban mundos para dominar la tierra.

En mi caso, esta conciencia tuvo dos relámpagos:

el primero, ante la quiebra involuntaria del amor;

el segundo, con el nacimiento transformador de Olivia

en cuyas manos diminutas cabía todo el universo,

en cuyo mundo futurible estaban

todos los ojos del vivir con sus asombros.

Desde entonces, ya no sé si es ciencia o sueño o coqueteo,

pero el peso de nuestra temporalidad ha echado

profundas raíces en mi estado y me hace ahora gozar

cada minuto como si fuera sólo uno,

cada experiencia como si fueran

todas las experiencias de la vida.



CAPITAL DEL MIEDO


Sería bueno que no olvidaran los humanos del XXI

que después de los tres días angustiosos de septiembre

que sufrió Manhattan,

ha vivido Bagdad víctima del miedo

tres mil doscientos días

con sus horas, sus minutos y segundos,

con medio millón de ataúdes

esperando su turno justiciero, y con la muerte

genocida sembrada para siempre

en las entrañas de la vida, la cual

se les quedó por hacer irremediablemente.

¿A quién le tocará,

¡a quién

le tocará

regar mil y una vez

las cenizas de todos esos sueños!?



De Libro de los dones y los bienes

[Caracas: El Perro y la Rana, 2010]



Rei Berroa. Poeta, crítico y traductor dominicano, autor de más de veinticinco libros, entre los cuales destacamos: Otridades (Zamora, España: El Sinsonte en el Patio Vecino, 2010), Libro de los dones y los bienes (Caracas: El Perro y la Rana, 2010), De adinamia de mente de umnesia (Villahermosa, México: Maúcho, 2010 [poemario sobre el Alzheimer, premiado en Murcia, España]), Libro de los fragmentos y otros poemas [Caracas: El Perro y la Rana, 2007], Aproximaciones a la literatura dominicana I y II (Santo Domingo: Banco Central, 2007 y 2008), Ideología y retórica: Las prosas de guerra de Miguel Hernández (México: Libros de México, 1988), Libro de los fragmentos (Buenos Aires: Último Reino, 1988), Literature of the Americas (Dubuque, Iowa: Open University, 1988), Retazos para un traje de tierra (Madrid, 1979). Coordina anualmente para el Teatro de la Luna de Arlington, Virginia, y Washington, DC, el Maratón de Poesía. Desde 1984, se desempeña como profesor de literatura contemporánea de España, Latinoamérica y el Caribe en George Mason University, Virginia.