viernes, 17 de julio de 2020

Rafael Felipe Oteriño: Proposiciones para una definición de la poesía


Rafael Felipe Oteriño


        
                          















En la sospecha de que la definición es menos teórica que práctica, invito a despejar supuestos y a ensayar algunas herejías:

1. Alejar, provisoriamente, a la poesía de las bellas artes, si es que, en el sentido decimonónico, se entiende por bellas artes a una idealización de lo existente. Aproximarla a la ansiedad que precede a las vísperas y al desasosiego de saber que tanto nosotros como ella somos episodios de algo que nunca se ultima.

2. No esperar de la poesía el rasgo convencional de otras fuentes como lo son la ley o la costumbre. La poesía –cuyo trato se traduce en una conversación infinita, tal como he citado en otras páginas- no es convencional, aunque se valga del lenguaje, que parcialmente lo es, y esté en el dominio del pensamiento y la argumentación.

3. Comprender que la poesía no dice más de lo mismo, sino lo otro de lo mismo. A un mundo abarrotado de palabras, aporta un lenguaje que enseña una nueva representación. Improductiva para el mercado, desconcertante para el lector no iniciado, peligrosa para los dictadores que desconfían de la utilización subrepticia de la lengua, extralimita los contenidos del saber corriente y los sostiene con su presencia.

4. La poesía no nos saca de este mundo. Nos deja entrever otro mundo, sin sacarnos de éste. Invariablemente unida a la configuración de lo simbólico, su acción es ética además de estética. No sometida a ningún programa, esencialmente libre, cumple, empero, con el anhelo de la oración: religa.

5. Como enseña Gadamer, la poesía entroniza la palabra más “diciente”, frente a las formas efímeras del lenguaje comunicativo. ¿Quién recuerda las palabras que dijimos esta mañana cuando nos sirvieron el café o pagamos el diario? Cumplieron su función y se esfumaron. La poesía, en cambio, tiene varias capas, como la cebolla, y una resistencia de fondo que invita a conservarla en la memoria.

6. No esperar que la poesía cuente algo. La poesía expone, desnuda, inquiere. Si, como de hecho ocurre, potencia los hechos o los sobreactúa, es necesario hacerse a la idea de que emplaza otra dimensión de lo existente que, a su manera, por rodeos, desplazamientos y mediante la confección de figuras, explora el costado misterioso de la vida.

7. La poesía no es música, pero es musical, entendido esto como la instauración de un universo sonoro abrazado a la dación semántica de las palabras. De este modo, asociada a la música, que es su parienta más cercana, la poesía da pasos fecundos en el lenguaje no condicionado de la abstracción.

8. Escritura de la “magnífica noche blanca que permanece resplandeciente y sin explicación” (conf. Mallarmé), la poesía se despliega ante nuestros ojos como un cielo estrellado, proponiendo respuestas a preguntas que nadie formula y que todos, secretamente, se hacen.

9. Hay en ella menos pensamiento y más lenguaje. Lenguaje sin sujeción a los poderes, en el que ayer hablaban los dioses y los héroes (Homero), luego, los primeros principios y las aporías últimas (presocráticos) o, lisa y llanamente, la ley (tradición judeocristiana), y que ahora, en el mundo de la técnica y de las representaciones interminables, habla lo callado, lo inexpresado, lo indecible.

10. El poeta siente el agobio de utilizar un lenguaje prestado y, con la misma intensidad, la necesidad de liberarse de él, creando otro distinto con el que quedará solo. Trastévere personal que todo poeta ha sentido alguna vez, impelido por la necesidad de establecer un vínculo con lo sobrenatural que excede al lenguaje.

11. El lenguaje poético crea más realidad. No necesariamente por el lado de la adición, sino por la perspectiva y hondura de la mirada. No es casual que sus herramientas más reiteradas sean la metáfora, la sinonimia, el humor y la ironía. “Un poco más de luz” reclaman los poetas cuando se topan con la inexpresividad de lo real, con los límites de lo decible, con lo inacabado de la vida.

12. Con sus atributos de intensidad, concentración y velocidad (este último en relación a la contundencia de su impacto), es un arte del conocer y del desconocer. Mejor dicho: un arte del conocer que se articula mediante el desbaratamiento de las apariencias y el rechazo de los lugares comunes.

13. No es ciencia, pero está animada por la curiosidad de la ciencia. La poesía constituye una última red de sentido que pone de manifiesto un más allá que, aun en ausencia de objeto real alguno, permanece revelándose y ganando en profundidad. Si se busca un fundamento objetivo, poesía es aquello que produce la percepción de una realidad nueva –única, fresca, singular e inevitable– emparentada directamente con la fuerza evocadora del lenguaje.

14. En su anhelo de conocimiento, la poesía se traduce en un acto de fe. Es una ocasión para la creencia, se ha dicho. Tal es la empatía que establece con el lector, a fin de que el hechizo de la participación se cumpla.

15. La poesía es una disciplina de la vida interior. Gracias a su ejercicio se agudiza el pensamiento, cobra estructura verbal el sentimiento, se abren brechas en la noche sin fondo de lo no dicho y en el resplandor diamantino de lo inexpresable.

16. Como otro capítulo de su trabajo, la poesía pone en práctica una ecología de la mente. Todo el esfuerzo por fijar en la memoria los viejos poemas de la humanidad apareja una lección que se traduce en lucidez para captar lo alegórico, velocidad para discernir lo singular en lo general, perspicacia para diferenciar lo principal de lo accesorio, originalidad en el tratamiento de los eternos temas: la vida, la muerte, el amor, la soledad, la espera, la siempre inexplicable belleza.

17. La poesía es anárquica. En su búsqueda de la palabra que penetre en los pliegues de lo real, desobedece la autoridad normativa, hace suyo el recuerdo y lo transforma, extralimita los significados, y devuelve un escenario en el que la tarea de nombrar el mundo todavía no ha sido cumplida. Es voz de lo que no tiene voz.

18. Es una consagración de la forma. En su diálogo con el mundo, dando cita al recuerdo, desmontando las palabras adocenadas por la costumbre para volverlas a montar en otra significación, la poesía está hambrienta de forma. Con ella y en ella construye el puente que la conduce al lector.

19. Independizada de su autor, la poesía tiene historicidad propia, a la que se accede por la labor conjunta de las imágenes, en las que el poeta cifra su mensaje, y del lector, que las hace suyas en tiempos y escenarios distintos. En virtud de este apoderamiento, el poema se convierte en un lugar de encuentro.

20. Y es, asimismo, una escuela de humildad. Porque su estado de alerta y concentración, de escucha y trabajo, permite comprender que los problemas de un hombre son los problemas de todos los hombres: satisfacer el anhelo de un lugar, vencer al tiempo, dar forma a la vida interior, adoptar una posición crítica frente a los atropellos de la historia, domesticar las aporías de lo inalcanzable, procurar un acuerdo con el mundo.

Y entonces, cuando el poeta reclama “un poco más de luz” y el lector se aboca a la lectura, la poesía nos recuerda que no estamos solos.

(Adelanto de Una conversación infinita, ensayos, Ediciones del Dock)


Rafael Felipe Oteriño (La Plata, Buenos Aires, 1945) Poeta, ensayista, crítico y  docente universitario. En poesía ha publicado: Altas lluvias, 1966; Campo visual, 1976; Rara materia, 1980; El príncipe de la fiesta, 1983; El invierno lúcido, 1987; La colina, 1992; Lengua madre, 1995; El orden de las olas, 2000; Ágora, 2005; Todas las mañanas, 2010; Viento extranjero, 2014; Y el mundo está ahí, 2019. En 2016 reunió una serie de ensayos sobre poesía: Una conversación infinita (2016).
Entre otras distinciones a su obra poética se cuentan: Premio Fondo Nacional de las Artes (1966); Primer Premio Regional de Poesía de la Secretaría de la Nación (1988);  Premio Konex de Poesía (1993); Consagración, Legislatura de la provincia de Buenos Aires (1996);  Premio Nacional Esteban Echeverría (2007); Gran Premio de Honor, Fundación Argentina para la Poesía (2014); Premio Rosa de Cobre, Biblioteca Nacional (2014).  Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras.

                                                            

Lautaro Ortíz: Pianos caen



Lautaro Ortiz















1.

Sostengamos la idea. Procuremos que su línea sea recta como la obviedad de los pasos. Pensamiento por pensamiento. Se trata de escribir con la dignidad que asume un gorrión el sentido infinito de la medianera.

2.

Sostengamos al gorrión. Su figura inmóvil bajo el sol de la mañana que lo ilumina en su pianística sentimental.

3.

Un gorrión detenido a mitad de la medianera abre cada tanto sus alas como si escuchara un tronar de pianos en miniaturas.

4.

Sostengamos al piano. Dejemos salir la palabra Steinway, botones negros, camisas blancas, partituras Riccordi, incluso la íntima e innecesaria confesión: yo también tuve un piano. Todo gorrión despierta la idea de un pianista al sol. Además, los pianistas en los poemas siempre piensan en la infinitud.

5.

Separemos los anillos, las partituras y los botones negros. Esperemos a que el monólogo de la mañana se contradiga a mitad de la escritura sin tregua.

6.

Las mejores ideas se encuentran abajo del piano. De la misma manera que un gemido anida en el nervio óptico del gorrión.

7.

A esta altura del poema no hay que arrepentirse de comparar al gorrión con el piano. El poema permite confrontar espejos en miniaturas.

8.

¿Cuántos pianos observa un gorrión bajo un rayo del sol?
¿Cuántos pianistas sueñan con gorriones al tapar con las manos el sol?

9.

Un gorrión cambia el color de las ideas.

10.

Los pianos en miniatura suenan débiles por la mañana. La madera no está templada, su sonido carece de fuerza. De la misma manera que los gorriones desconocen las dimensiones de los poemas en miniatura.


11.

También la lluvia es un pensamiento en línea recta, la obviedad del agua. Sólo se puede pensar en pianos de miniatura una mañana de lluvia. El procedimiento es el mismo que comete el gorrión al hacer públicos sus pensamientos sobre los poemas destemplados.

12.

Un día de lluvia tuve una idea. Era de mañana. El sol contra la medianera leprosa. La vista fija en un gorrión detenido a mitad del muro. Le grité su nombre desde la ventana. Esperé sus gracias. Sólo las cuerdas percutidas de los pianos pueden interrumpir a la lluvia.

13.

Sostengamos la idea. Un gorrión y ahora el pensamiento de una soga infinita. Hebras de propileno retorcidas, trenzadas, la soga. Una soga como la que se usa para trasladar pianos. Sólo en los poemas se encuentran las instrucciones para atar correctamente a los pianos. Una vez vi cómo subían a uno hacia la ventana más alta de una casa. Cayeron más pianos que lluvia ese año. Sostengamos la estadística, así se fortalecen los poemas.

14.

Las ideas son como sogas infinitas que sirven para arrastrar pianos hinchados por un sol de miniatura. Sin embargo ninguna soga puede retener a un gorrión, aunque todos los pájaros sean sogas infinitas. Los pensamientos atentan contra la fuga del poema.

15.

Hay ideas casuales, pero las casualidades no llegan a ser poemas. Los poemas no alcanzan para escribir una idea ni para construir pianos. La obsesión de todo pianista es escuchar el rugido infinito de una venganza.

16.

Sostengamos al sol. La medianera al frente. El gorrión inamovible como si hubiese visto un piano Steinway en miniatura en horas de la mañana. Sostengamos la idea de una lluvia fina que cae como soga o como botones negros desprendidos de una camisa blanca al pasar las partituras Riccordi de una canción vieja. Las manos de un pianista crecen al ritmo de una canción imposible de recordar.

17.

Por último, algo convoca al pájaro, algo lo distrae. A mi lado la escritura se detiene. A través de la ventana veo al gorrión escalar su vida siguiendo el perfil acerado de la luz solar que corta la medianera. Lápiz sin punta. Hoja rayada. Partitura de una composición de carácter atonal con resignado permiso al grito.


Lautaro Ortiz (1973) escribió en poesía A esta hora y en este día (1993); y Casa de tabaco (2010 y re editado en 2011). Es autor también de los libros de historieta Les contes du suicidés junto al dibujante Lucas Nine (Warum, París, 2016); luego editado en argentina como Quiroga (Sudamericana, 2018) e Interior/Noche junto al dibujante El Tomi (Ediciones De La Flor, 2017). Como investigación periodística es autor de “Árabes. Poemas, relatos y crónicas de una colectividad en Sudamérica” (2003). Fue director de la Revista Fierro. Actualmente escribe en el Diario Página12

Christophe Manon, Al norte del futuro (fragmentos)




Christophe Manon
























Escribíamos sobre muros
de prisiones hablábamos a través de las tuberías a otros
como nosotros encarcelados nada
está perdido sujetando lo inasible construimos
de espuma luminosa aquello que
sobreviene siempre como un
acontecimiento dirigimos a los muertos saludos
amistosos con un gesto tierno los envolvemos de palabras
reconfortantes ¿no somos
iguales de pie sobre un mismo patíbulo extranjeros
sin embargo los unos
a los otros cargando un peso
de silencio?


Extranjeros en la lengua descuartizados
entre dos siglos los pies al norte del futuro conocemos
el gusto del desastre donde algo de estelar ha desparecido porque no se puede detener
la caída de los astros y sobre nuestros labios la ceniza que fue elevándose en el aire rojo de la mañana donde ahora se hunden
nuestras esperanzas ¿la muerte
nos arrolla en la indiferencia o bien
hablándonos suavemente con tanto
amor como puede explicando aquello que hace y
por qué lo hace y se desmorona
la tierra bajo nuestros pies por no
haberla amado?


Armados de una justa cólera llenos
de la visión de las cosas acontecidas no podíamos desviar la mirada del siglo
bárbaro quemábamos lo imaginario para calentar
lo real pero éste se vengó exigiendo
verdaderas lágrimas y verdadera sangre no teníamos
palabras para decir las palabras que quedan en la garganta imposible
restaurar la sonrisa que nos alumbraba antaño imposible
reencontrar la mano que nos prodigaba caricias a veces
escuchábamos hombres contar y era
como un fuego que calentaba nuestras entrañas el cielo intoxicado lo llenábamos de materia
negra enviábamos mensajes al corazón del universo pero
nadie oía los sollozos del niño el grito de aquella
que fue violada porque he aquí lo que pasó y dondequiera el silencio se amplificaba en el corazón del ruido y sin embargo
percibíamos un susurro
más antiguo que nosotros mismos.


Hemos soñado con apoderarnos
de nuestro destino y ese sueño terminó
contra el muro de un cementerio hemos soñado
con una estrella roja al Este que se transformó
en muro y se derrumbó hemos soñado
con castillos en España y aquello fue una fosa
común donde fueron arrojados cuerpos por millares hemos soñado
con una larga marcha y esta marcha se terminó en una represa hidráulica ahora
hemos aprendido a estimar a nuestros semejantes y edificamos
moradas de sangre y hueso e inmortales
por tantos muertos proyectamos
la dicha hacia adelante
de nosotros mismos.


Christophe Manon (1971) es una de las voces más originales y potentes de la poesía francesa contemporánea. Vive en París y ha publicado una quincena de libros, entre ellos l’éternité (la eternidad, 2006), Protopoèmes (Protopoemas, 2009), Testament (d’après F. Villon) (Testamento, según F. Villon, 2011), Extrêmes et lumineux (Extremos y luminosos, 2015) y el reciente Pâture du vent (Alimento del viento, 2019), recibido con excelentes críticas.
Los poemas de Au nord du futur (Al norte del futuro, Éditions Nous, 2016), con su falsa cadencia y su desafío a la sintaxis tradicional de la lengua francesa en la versificación, se leen como hipnóticas visiones o pesadillas que están por llegar y que, de un modo u otro, ya conocemos o vivimos.
Estas traducciones al español han sido realizadas en estrecha colaboración con el autor.


Presentación y traducción  Mariano Rolando Andrade.

Fernando Kofman: Jorge Rivelli, dos evocaciones


Jorge Rivelli (1954-2020) Tinta Horacio Spinetto



   Son muchos los momentos que se agolpan en mi memoria al evocar la figura de Jorge Rivelli. Un ser muy especial que vivía para la poesía, respiraba poesía, soñaba despierto. Pero quiero destacar dos, donde sentí la plenitud de su alma, su intensidad de vivir.
   En el año 2005 fue mi última Feria del Libro. Había hecho más de veinte. En el puesto estaba mi hijo, Santiago, Jorge y yo. Mi hijo se dedicaba a todo lo que fuera ciencia ficción, y Jorge y yo atendíamos la sección de poesía. Siempre dentro del torbellino que es la Feria, recibíamos visitas muy variadas. Pero se destacaban las delegaciones de maestras y profesoras de distintas ciudades de la provincia de Buenos Aires. Cuando preguntaban por poesía les ofrecíamos autores reconocidos. Pero se habían convertido ya en un juego, las interrupciones de mi hijo. Con su entusiasmo de joven y muy amigo de Rivelli, les ofrecía: “Matambre”. Les decía: “Lleven este libro de Rivelli, les va a cambiar la vida”. Algunas aceptaban, y otras no. Así transcurrieron los diecinueve días de la Feria. Pura agitación, mucho ruido y bromas entre los tres. Cuando estaba por terminar la feria, a Jorge se lo veía feliz, como un chico en un parque de diversiones. Nos dijo que se habían vendido más de setenta ejemplares de “Matambre”.
  El otro momento, muy relevante para mí, fue cuando publicó su último libro: “Madrigal del Diablo”. Previo a su publicación, me comentaba por teléfono los cuatro años que le había dedicado, que creía que era lo mejor que había escrito, y que había dejado atrás el registro de sus libros anteriores. Al salir publicado me lo entregó, y me dijo que me iba a llamar pronto porque quería saber mi opinión. Siempre ponía mucha ansiedad conmigo. Y así ocurrió. A la semana me llamó y no paraba de preguntarme: ¿Qué te pareció? Y recuerdo que le dije: “Tu libro tiene momentos de alto vuelo y me recordó a fragmentos de “La tierra baldía”. Hubo segundos en que su respiración se contuvo en el teléfono, y luego me dijo: “¿Cómo es eso?”. Y entonces le leí algunos versos, citándole las páginas, y al final me agradeció mucho.
  Los fragmentos que le leí fueron éstos:
  “Leyendo los avisos fúnebres bebiendo vodka y los meses del almanaque que caen como las hojas de una rama seca pronto…pronto…la carne que la tumba en la cueva comió…estará a sus anchas…”.
  “Tres de la mañana del frío otoño los árboles duermen/la tierra tiesa el empedrado brilla como el hielo en el vaso inclinado/ciudad de escamas, escribo en mi moleskine el lento aleteo de un buitre sobre los restos humeantes de la fauna nocturna”.
  “Ayer cené bajos la sombra de una letrina importante/pescado pescado/la voz de los reyestroikos repetía/pescado pescado/y los hornos repetían y decían/como si todos fuéramos selenitas/pescado pescado”.
  Ahora, que este amigo ya no está, cuando termine esta pandemia, volveré a caminar por el centro de Buenos Aires. Como otras veces, me interrumpirán a mediodía las campanadas de alguna iglesia. Creo que entre esos sonidos escucharé la voz de Jorge recordando unas palabras de John Donne en un sermón: “No preguntes por quién doblan las campanas, doblan por vos”.

Fernando Kofman (Poeta)