sábado, 12 de noviembre de 2011

Raymond Carver: Poemas.

Raymond Carver. 1938-1988
















En el vestíbulo del Hotel del Mayo


La joven en el vestíbulo está leyendo un libro encuadernado en cuero.
El hombre en el vestíbulo estás barriendo.
El joven en el vestíbulo esta regando las macetas.
El conserje se mira las uñas.
La mujer en el vestíbulo está escribiendo una carta.
El viejo en el vestíbulo duerme en un sillón.
El ventilador de techo en el vestíbulo gira lentamente.
Otra tarde de domingo, calurosa.

Repentinamente la joven apoya su dedo entre las páginas de su libro.
El hombre se apoya en su escoba.
El joven detiene sus pasos.
El conserje levanta la vista y observa.
La mujer deja de escribir.
El viejo se estremece y despierta.
¿Qué es lo que pasa?

Alguien viene corriendo desde el puerto.
Alguien que tiene el sol a sus espaldas.
Alguien con el pecho desnudo.
Agitando los brazos.

Está claro, algo terrible ha sucedido.
El hombre corre directamente hacia el hotel.
Sus labios se preparan para el alarido.
Todos en el vestíbulo evocarán su terror.
Todos recordarán este momento por el resto de sus vidas.


Lluvia


Esta mañana desperté con unas
ganas terribles de pasarme el día en cama
y leer. Luché contra ese deseo un minuto.

Luego miré la lluvia a través de la ventana.
Y me entregué. Me puse por completo
al resguardo de esta mañana lluviosa.

¿Volvería a vivir mi vida nuevamente?
¿Cometería los mismos e imperdonables errores?
Sí, si me dieran media oportunidad, sí, lo haría.



Raymond Carver (Clatskanie, Oregon, EEUU, 1938- Port Angeles, Washington, EEUU, 1988). En 1996 se publicó su poesía reunida  All of Us (Todos nosotros).

Eduardo Sanguinetti, Reportaje a la tierra, PSOE Argentina , Perón 940, Buenos Aires.

Alfredo Veiravé: Poemas.

Alfredo Veiravé (1928-1991)

















Nunca más

Nunca más los gordos caballos de la muerte entrarán a la plaza
a destrozar los canteros de plantas y de flores (amarillas)
de las tipas asustadas; nunca más los bastones
golpearán con esa furia las cabezas ensangrentadas de los que ahora corren
bajo las nubes cirros, estratos, cumulus o nimbos; nunca más estas flores
de lapachos temblarán en la noche su color rosáceo al oír los aullidos;
nunca más esos aullidos cruzarán la calle subiendo desde el sótano
en el subsuelo de la madrugada.
Nunca más esos gritos terribles descarnarán la corteza de los murales
de la plaza desnuda, nunca más explotarán entre los intestinos
o las bocas del cuerpo / las convulsiones de la electricidad violenta;
(nunca más llamarás gritando a tu mamá en la violácea oscuridad lila
y azul que oyeron solamente los jacarandaes florecidos de la plaza)
Solamente?
Nunca más? No lo sé
porque hoy he visto a un tigre de Bengala correr a una gacela por la
llanura, a una boa constrictora devorar a una ranita saltarina,
a una araña correr sobre la tela al oír un zumbido.



Radar en la tormenta

Y alguna vez, no siempre, guiado por el radar
el poema aterriza en la pista, a ciegas,
                                           (entre relámpagos)
carretea bajo la  lluvia, y al detener las turbinas, descienden
de él, pasajeros aliviados de la muerte: las palabras.


Ybirapitá

El ybirapitá es un árbol que da grandes sombras a
Ulyses
cada vez que regresa en busca de Itaca; navega
entre las sirenas que enloquecen sus viajes intercontinentales
y con sus bellos ojos de mujer
            lee los manuscritos que el héroe dibuja obstinadamente
            en un mapa de islas
            que los otros ven en navegaciones diurnas
y que ella, la africana Rama Kan, con negros tordos en la copa
cambia como en un caleidoscopio según sus arrebatos como le dije
            esta mañana
            al entrar al jardín botánico
cuando al lado
del frondoso ybirapitá de los anhelos
pude conversar en medio de un torbellino de auto
                                    móviles que pasaban sin hacer
caso a los semáforos a las miradas de los vecinos de la ciudad
real, quienes comentaban esa conversación entre Ulyses y Penélope
que como el ybirapitá destejía el telar de una manera
            risueña
volvía a colocar las agujas debajo de su
brazo y se marchaba rápidamente al compás de músicas que habían
crecido en ese cruce de avenidas:
extraños soles pequeños diálogos que crecen a la sombra del gran árbol
de la mitología de sus llamados, cada vez que al concentrarse le
reprocha sus viajes sus ausencias sus navegaciones y hace volar
            los tordos del pecho de la inmensidad del año que termina.

            Cuando se abrazan de nuevo el ybirapitá de Itaca entra en
            una furiosa alegría y así Homero
                                   lo cuenta en la Odisea.


Los lapachos han vuelto a florecer

Los lapachos han vuelto a florecer en este mes de agosto como si fueran el eje de la historia, y la explosión de sus flores rosadas un movimiento circular de suaves rotaciones ¿qué piensan dentro de sus ramas (aparentemente imperturbables) sobre
lo que pasó este otoño en los mares del sur bajo en manto de neblinas?
Pero de pronto los lapachos florecieron y luego dejaron caer sus flores
en el sueño de esa llovizna sin noticias,
y los albatros quedaron sepultados en la Islas.
Y los padres nos quedamos mirando en el aeropuerto
Cómo nuestros hijos subían a los aviones de transporte
Con armas y cascos y mochilas y fuertes
borceguíes para el frío del sur abajo del planeta que se iba
cantando la marcha de San Lorenzo pero a él no lo podíamos distinguir
cuál era desde la terraza porque
ya no era nuestro hijo sino un soldado que iba hacia la guerra
y a mí se me cruzaron todas las palabras
rotas
tartamudas
y todavía siento que en aquella madrugada
cuando los aviones se perdieron en el cielo a las seis de la
mañana
supe que ya no podía escribir rabiosamente
la palabra civilización con be larga, por lo menos.
Y como si nada hubiera ocurrido, en agosto los lapachos han vuelto a florecer
sobre nuestros corazones con armas de papel “igual que sobrevivientes
que vuelven de la guerra”.





Alfredo Veiravé (Gualeguay, Entre Ríos, 1928- Resistencia, Chaco, 1991) Poeta,  ensayista y docente universitario. Publicó: El alba, el río y tu presencia ( 1951); Después del alba el ángel (1955); El ángel y las redes (1960); Destrucciones y un jardín de la memoria (1965); Puntos luminosos (1970); El imperio milenario (1973); La máquina del tiempo (1976); Historia natural (1980); Radar en la tormenta (1985); Laboratorio central (1990).

En 1968 asistió al Iowa International Writing Program, Universidad de Iowa, Iowa EEUU). Esta experiencia, según el propio Veiravé, fue fundamental para su propia escritura, pues en aquel ámbito  tomó contacto con otros poetas y poéticas; con una  nueva sensibilidad y concepción de la belleza que se estaba expandiendo en el mundo. Desde entonces dedicó sus esfuerzos, sin renegar de la emoción,  a combatir el espíritu provinciano de la poesía argentina y a diluir la retórica de origen español. Actitud que lo transformó en uno de los grandes renovadores de la poesía argentina.


Rodolfo Alonso, en Quilmes.