domingo, 5 de julio de 2020

Claudio Portiglia: Jorge Rivelli




 
Jorge Rivelli (1954-2020) Tinta Horacio Spinetto



Se murió Jorge Rivelli. Y nada de lo que se diga o se escriba en este domingo frío de una cuarentena interminable importa demasiado. Se murió Jorge. Uno de los grandes poetas de nuestra generación, un tipo encantador y un personaje extraordinario. Todas las palabras le quedan chicas. Duele hondo en el medio del pecho y dan ganas de putear.
No fuimos amigos en el estricto sentido del término. Nos veíamos cada tanto, cuando algún evento nos convocaba. Pero gozamos de un respeto, un aprecio y un cariño mutuos. Era difícil no quererlo a Jorge y él era generoso a la hora de querer.
Leo con alguna regularidad su último libro, "Madrigal del Diablo", que me regaló la última vez que lo vi, en el Encuentro de San Nicolás de los Arroyos que organiza Piero de Vicari. Comenté por Facebook ese libro que me fascinó. Acababa de salir y, si no recuerdo mal, todavía no lo había presentado. No voy a reproducir ninguno de los textos porque son largos, porque tienen una gráfica difícil y porque ya lo hizo, participándome, la querida Leonor Mauvecin. Pero tengo delante de mí el poema que comienza en la página 17 "el barco del amor se estrelló contra la vida cotidiana". Y tiemblo. "..................una moneda en el aire...una vela despeinada...una flor...un reino...una luna con las piernas abiertas........................"
La foto que acompaño es una selfie que él mismo sacó en uno de los breaks. Me contó, mientras caminábamos durante un rato libre, que había estado muy enfermo, al borde de la muerte. Y que desde entonces se cuidaba. Mucho no se cuidó si vamos a ser sinceros. Vino, cerveza o tequila venían igual de bien. Y se lo veía espléndido, sin rastros que pudieran advertirse de enfermedad alguna y con esa vitalidad y esa fuerza que conformaron su identidad. Cuando leyó, levantó al auditorio. Cuando fue espectador filmó y fotografió a todos los amigos.
Entre mis mejores y más agradecidos recuerdos menciono dos:
Uno, cuando pasó por el Encuentro de Poetas de Junín que convocaba el 'Movimiento Poesía'. Tuvo una lectura memorable en 'La Fábrica', lugar que le caía a medida, donde exhibió toda la potencia de su voz, todo su histrionismo, al servicio de una poesía de hondo contenido humano. Al día siguiente perdió el tren, a pesar de que la estación estaba enfrente del hotel donde se hospedaba.
El otro, cuando me convocó para participar de su prestigioso blog, 'Caína bella', generosidad que me distingue y agradezco.
Nos habíamos conocido en tiempos anteriores. El dirigía 'Omero'; nosotros, con Liggera, hacíamos 'Horizonte de Cultura'; e intercambiábamos ediciones.
Termino estas líneas y me cuesta entender que Jorge esté muerto. Queda flotando el abrazo que no recibirá.
Te estamos extrañando, compañero.

Claudio Portiglia Poeta, docente, gestor cultural.
Jorge Rivelli, Claudio Portiglia

Reynaldo Sietecase: Jorge Rivelli (Poeta en disenso)



Jorge Rivelli (1954-2020) Tinta Horacio Spinetto


Un poeta es un ser en disenso. Así andaba Jorge Rivelli por la vida. Indómito y sonriente. Difundiendo poesía, no su poesía. Y así se marchó. Sin pedir clemencia para sus maneras salvajes. Danzando con Baco. Enamorado de su amor de siempre. Amigo de sus amigos. Atento a sus compañeros de aventuras. Así se marcha. Burlándose de la formalidad. Hecho un matambre de espíritu y palabras. Mezcla de Lennon y Trosky,  con sus mismos lentes e idéntica honestidad. Nos quedaron botellas y conversaciones por terminar. Tal vez en otro lugar, donde el tiempo no se mida por el reloj de los oficinistas. Un infierno amable como un bar en una esquina. Hasta entonces. 

Reynaldo Sietecase Poeta, narrador, periodista.

Esteban Moore, Jorge Rivelli, Reynaldo Sietecase. Presentación Las calles terminan en los bares(2004)

Eduardo D’Anna: RECUERDOS DE JORGE RIVELLI


Jorge Rivelli, tinta Horacio Spinetto




Conocí a Jorge en el Festival de Poesía de Rosario. Ahí, en aquellos tiempos, había siempre un clima de joda connatural, y su presencia en los grupos que nos íbamos a chupar algo a Pasaporte después de las lecturas no me sorprendió. Lo que sí me sorprendió es que la primera noche, cuando emprendíamos el regreso a nuestras casas y hoteles, había desaparecido. Y me sorprendió mucho más cuando, camino al hotel donde él se hospedaba, nos lo encontráramos sentado en un umbral, un poco enajenado por la bebida, un poco también esperándonos.
Jorge amaba una bohemia desmedida, bien distinta a la controlada onda dicharachera de otros poetas, medidos en su conducta y en su imaginación. Él concebía el acto creador a lo Rimbaud, como desorden de los sentidos, y no macaneaba. Necesitaba rearmar el mundo a su alrededor, sobre bases distintas a la mera conveniencia de las circunstancias que casi todo el mundo toma por lógicas.
Yo ya conocía la revista que dirigía, de desafiante título (“Omero”, sin hache), porque un día Javier Adúriz apareció en mi casa, junto a Carlos Pereiro, a hacerme una nota para ella, y a comerse las milanesas que preparó mi mujer para la ocasión. Cuando apareció ese reportaje, me la mandaron.
La revista y él. Me daban la impresión de haber salido del mismo corazón de mi adolescencia, con la misma pasión irresponsable que sirve de abono a la belleza. Ya harto de tanto intelectual razonable, me devolvían la confianza en las cosas que no se compran: la amistad, la crítica sincera, los proyectos absurdos con los que, sin embargo, había que animarse a soñar. Y eso que esos razonables fueron ocupando los lugares del poder, llenándolos con sus transgresiones rigurosamente calculadas para conseguir becas y prebendas.
Como antídoto contra ellos, también, Jorge me llamaba a casa, intentando tener largas conversaciones telefónicas que yo, alérgico a ellas, pretendía acotar. A mí me gustaba más ir a verlo personalmente a Buenos Aires, salir a tomar algo con él, con Alejandra y con mi mujer, y dejarme empapar por la porteña atmósfera que ellos generaban, que parecía salida de otra Buenos Aires, una anterior, sin autopistas y llena de poetas.
Y hubiera ido a verlo, si la pandemia de mierda no me lo hubiera impedido. Seguíamos su enfermedad por las noticias que nos daba Alejandra. Suponíamos que todo iba terminar bien, y así lo pensé una vez más cuando lo llamé, unos tres días antes de su partida. Sé que se alegró. Prometimos vernos en cuanto pasara la peste, acá en Rosario, donde siempre me prometía venir, pero donde nunca llegó a volver.
Hoy están, por supuesto, sus libros. Que irán más allá de nosotros, los que compartimos sus ideas y su pasión. Para enseñarle a la gente que la poesía no es para la cómoda lectura en una playa donde uno no puede ahogarse, sino para el azaroso deambular de un tipo que vuelve del boliche, y se instala a esperar a sus amigos en el umbral de la casa de una ciudad desconocida.


Eduardo D’Anna (poeta, narrador, ensayista, traductor y docente.
Jorge Rivelli, Eduardo D'Anna