sábado, 11 de diciembre de 2010

Raúl Henao: Andrés Holguín y el canon poético colombiano.

Raúl Henao, Medellín, Colombia, 2010.










La ausencia de escritores que de modo regular y persistente ejerzan la crítica literaria y poética en Colombia, ha impedido, entre otros logros, que se unifique y consolide  sobre bases firmes el canon definitivo –o por lo menos optativo- de las letras nacionales. Una excepción a la regla la constituye en un pasado inmediato la figura representativa y multifacética de Andrés Holguín (Bogotá, 1918 - Bogotá, 1989) hombre público, diplomático, conferencista, profesor, ensayista, poeta, antólogo y traductor excepcional de la lírica francesa –su monumental antología de la Poesía Francesa (ediciones Baal. Bogotá, 1977)  y su Antología Crítica de la Poesía Colombiana {Biblioteca del Centenario del Banco de la República. Bogotá, 1974} resultan hitos importantes difíciles de superar en un medio que ya a punto de finalizar la primera década del siglo XXI continúa gravitando en torno de lo localista y provinciano de su cultura.
Vale la pena destacar en la actividad literaria de Holguín, su gusto y pasión por temas y tópicos pocas veces abordados por los escritores nacionales y ni siquiera por los latinoamericanos en general… a no ser desde una óptica puramente especializada o académica, como son los de aquellos símbolos y mitos que tocan de cerca lo poético-religioso y filosófico, me refiero específicamente,  a ensayos suyos del tenor de La Tortuga Símbolo del Filósofo, El Toro Animal Sagrado, o a sus libros de “Notas” sobre las culturas griega y egipcia, fruto de sus viajes por aquellos países europeos y del cercano oriente.
Limitándonos al terreno de lo estrictamente poético, resulta de permanente interés volver sobre lo que el poeta y crítico bogotano pensaba acerca de los tres poetas icónicos o modélicos de las letras nacionales, tal como fueron considerados en su momento –y todavía continúan siéndolo de alguna manera- José Asunción Silva, Guillermo Valencia y Porfirio Barba Jacob.
En el poeta de los Nocturnos, Holguín resalta su estro y vocación romántica donde se conjuntan vida y poesía:
“Poesía y vida están fundidas en la creación romántica. En la clásica en cambio, están en contacto  poesía y cultura y a veces poesía y erudición” (La poesía inconclusa y otros ensayos. Página 136)
Y cree encontrar la impronta distintiva, el “mensaje total” de su obra poética en la atmósfera o “sentimiento de misterio”  que la rodea: un misterio  ”medido y contenido”, “apenas una sugerencia, una insinuación”,  al que lo ha llevado paradójicamente su nihilismo y escepticismo finisecular,  a tono con el ideario profesado en aquel tiempo por algunos de sus maestros como Bécquer o Verlaine,  Mallarmé  o  Barrés:
“Tal vez el sentido de misterio en Silva es el resultado de un anhelo trascendental fallido. Es la sensación del escéptico que no resolviéndose en sentimiento religioso, cae en el vértigo, en el abismo de la nada. Dije atrás que la angustia es el resultado final del fracaso lógico. En nadie como en Silva es esto evidente, Silva es profundamente culto, curioso intelectualmente; se plantea toda suerte de problemas filosóficos, religiosos, científicos, artísticos, pero nada le explica el mundo. Allí nace su agonía. Y allí donde termina su búsqueda especulativa, allí donde se le quiebra, se abre la noche de lo desconocido y maravilloso”  (Ibid. Página 138)
Las páginas que Holguín le consagra a Guillermo Valencia (Popayán, 1873- Popayán, 1943) por muchos años considerado el poeta más representativo de las letras colombianas, nos parecen en cambio bastante desacertadas o discutibles…Porque si bien es cierto que al poeta de Ritos lo ha limitado el ideario parnasiano de su época, centrado en lo meramente formalista o retórico, como nos asegura el crítico bogotano, no nos parece igualmente del todo justo o apropiado calificar de “censurable” su “impersonalidad” o el hecho de que eligiera como tema de su poesía el ámbito de lo cultural en general…Ya que algunos de los grandes poetas de nuestro tiempo han seguido un derrotero parecido sin menoscabo de su alta calidad. Entre otros mencionamos a Constantino Cavafy, T.S. Eliot,  Ezra Pound  o  a Herrera y Reissig  y Octavio Paz entre los latinoamericanos.
Hoy sabemos que dicha “impersonalidad” ha enriquecido, por el contrario su poesía, en lugar de malograrla encerrándola en el círculo vicioso de lo puramente confesional o autobiográfico.
Lo realmente “censurable” en Valencia es que hubiera comprometido de modo negativo su genio poético y hasta su propia vida, en prosecución del canto de sirenas irrelevante y  provisorio de la política colombiana –tentación que oportunamente supo evadir Holguín que tiene con el poeta payanés este y otros puntos de contacto- dejando de lado el ahondar o adentrarse más a fondo en su propia obra poética : tarea o aventura  que exige siempre una consagración exclusiva y total y que, como dice en alguna parte William Blake, “se paga únicamente al precio de cuanto se posee”.
Y finalmente llegamos a la “poesía para hechizados” de Porfirio Barba Jacob (Santa Rosa de Osos, 1883- México, 1942) esta vez si del entero gusto y predilección de Holguín, que no duda en señalarla como ”la máxima creación poética de Colombia”  (Ibid. Página 170) porque responde a las instancias de una experiencia realmente personal y auténtica, sin que esto vaya en ningún momento en desmedro de su belleza formal que el supo alquitarar a lo largo de su vida con la paciencia y dedicación de un orfebre o artífice de las letras.
Pero aquí nuevamente, a pesar del respeto y la admiración que nos merece el oficio crítico y poético de Andrés Holguín, debemos disentir de él en lo que respecta a lo superficial o simplista de las conclusiones a las que llega tomando como referente o pretexto la obra del poeta santarrosano mencionado. Nos referimos a aquella tesis suya tan obvia que dictamina que “la mejor poesía deriva del dolor”. O aquel postulado estético suyo de que “como otra Venus la mejor poesía emerge del agua salada de las lágrimas”;  cuando una lectura más atenta y clarividente  nos revela, por el contrario,  que su mensaje se sitúa sin ambages más allá del sufrimiento y el dolor humanos, en una suerte de afirmación incondicional, reverente de la vida, con todo su lastre de oscuridad y miseria, de absurdo y sinsentido. Mensaje que nos recuerda la doctrina profesada por el maestro de Sils María tan leído en aquel momento por Silva, Valencia, Sanín Cano, Efe Gómez o Carrasquilla. De ahí ese enigmático, inconcluso “y sin embargo”,  con el que finaliza su poema La estrella de la tarde. O ese mayúsculo HE VIVIDO del poema titulado Elegía de Septiembre. O el verso, no por conocido menos encantatorio y verdaderamente “para hechizados” con el que termina su célebre Balada de la loca alegría:
                                                  “El polvo reina, el polvo, el iracundo… 
                                                   ¡Alegría! ¡Alegría! ¡Alegría!”


Raúl Henao ( Cali 1944) Poeta y ensayista.  Ha vivido en Venezuela, México y los EE.UU y representado a Colombia en numerosos Congresos y Festivales Internacionales. Ha publicado: Combate del Carnaval y la Cuaresma ( Medellín, Colombia, 1973); La Parte del León  (Venezuela, 1978);  El Bebedor Nocturno  ( Cúcuta, Colombia, 1978);  El Dado Virgen  (Venezuela, 1980); Sol Negro  (Medellín, Colombia, 1985);  El Partido del Diablo / Poesía y Crítica  (Medellín, Colombia, 1989);  El Virrey de los Espejos ( Medellín, Colombia, 1996); La Vida a la Carta / Life a la Carte  ( Medellín, Colombia,  1998). La Belleza del Diablo (Madrid, España, 1999) Sol Negro (Bogotá, Colombia, 2006.) La Doble estrella: El Surrealismo en Iberoamérica / Notas y Entrevistas Poéticas (Medellín, Colombia, 2008).