Pere Gimferrer |
La muerte en Beverly Hills
En
las cabinas telefónicas
hay
misteriosas inscripciones dibujadas con lápiz de labios.
Son
las últimas palabras de las dulces muchachas rubias
que
con el escote ensangrentado se refugian allí para morir.
Última
noche bajo el pálido neón, último día bajo el sol
alucinante,
calles
recién regadas con magnolias, faros amarillentos de
los coches patrulla en el amanecer.
Te esperaré a la una y media,
cuando salgas del cine — y a
esta hora está muerta en el Depósito
aquella cuyo cuerpo
era
un ramo de orquídeas.
Herida
en los tiroteos nocturnos, acorralada en las esquinas
por los reflectores, abofeteada en los
night-clubs,
mi
verdadero y dulce amor llora en mis brazos.
Una
última claridad, la más delgada y nítida,
parece
deslizarse de los locales cerrados:
esta
luz que detiene a los transeúntes
y
les habla suavemente de su infancia.
Músicas
de otro tiempo, canción al compás de cuyas viejas
notas conocimos una noche a Ava Gardner,
muchacha envuelta en un impermeable claro que
besamos
una
vez en el ascensor, a oscuras entre dos pisos, y
tenía los ojos muy azules, y hablaba siempre en voz
muy
baja —se llamaba Nelly.
Cierra los ojos y escucha el canto de las sirenas
en la noche
plateada de anuncios luminosos.
La noche tiene cálidas avenidas azules.
Sombras abrazan sombras en piscinas y bares.
En el oscuro cielo combatían los astros
cuando murió de amor,
y
era como si oliera muy despacio
un perfume.
Canción
para Billie Holiday
Y la muerte
nadie la oía
pero hablaba muy cerca del micrófono
Con careta antigás daba un beso a los niños
Lady Day las gaviotas heridas vuelven a la luz del
puerto
Extraña fruta en el aire el crepúsculo se ausenta
Con una espada con un guante con una bola de
cristal
la pecera magnética la cueva del pasado el
submarino bajo
las
mareas que fulgen
Lady Day cuánto amor en una juventud cuántos
errores
cuántas tardes hablando qué deseo qué eléctricos jazmines
cuántos cow-boys muertos como trovadores la sonrisa
en los
labios
que se tiñen de sangre
los gritos en las calles las manifestaciones
disueltas bajo el
arco
voltaico del poniente y los lóbregos edificios irreales
Lady Day el amor como una libélula
cazador de libélulas
Lady Day qué despacio nos viene la experiencia todo
cobra
un
sentido se ordena como el paisaje en los ojos cuando
recién despiertos corremos las
persianas
o intentamos ordenar las palabras de un
poema
Lady Day
Animales heridos en el bosque nuestros ojos qué
piden qué desean
qué desea esta voz en el viento de otoño un lebrel
o su presa
disueltos en la fría oscuridad del tiempo
escamoteados
como naipes de una baraja los años de nuestra juventud
Con dos vueltas de llave cerraron la cocina
No nos dan mermelada ni pastel de cereza
ni el amor ni la muerte extraña fruta que deja un
sabor ácido
Pere
Gimferrer
(Barcelona, España, 1945) Poeta, ensayista y
editor.