| Facundo Giménez |
Esta pileta fue
una deuda hipotecaria sustentada
en un progresivo método francés que
sucesivas devaluaciones, inflaciones y cambios
en la moneda fueron jibarizando hasta dejar
un vago sentido burocrático —unas veces nada,
otras veces todo—, al que se acometieron
los propietarios deudores todos los meses
con un vago sentido de responsabilidad
económica-afectiva y la pesada certidumbre
de un destino inmobiliario. Fue también el fuselaje
de un Renault 12 que, algunos años
más tarde, aparecería retorcido
y compactado
en una chatarrería
de las afueras de la ciudad, cuya destrucción
aceptada, sin pena ni gloria, significó
el cobro de una póliza de seguro
estrafalaria. Fue esta pileta
un prolijo manojo de billetes en los que,
como en cierto poema insomne
de Federico García Lorca,
predominaba el verde. También, el cálculo
de una clase media furiosa
por hundirse en un rectángulo
de clase alta, la aspiración
estresada de una quietud
gregaria y húmeda. Fue la promesa
de un futuro con motas de fulgores flotando
en su fondo abrupto, quemado por la larga
obturación de una luz excesiva. Fueron las manos que
firmaron cheques, remitos y facturas, esas mismas manos
que cerraron cada trato
de una economía instantáneamente
pletórica, duraderamente
chata, efectivamente
imaginaria en la que cabrían el juego de los niños, las piernas
endurecidas de los adolescentes, la flacidez
y el abultamiento de los adultos. Esta pileta
—y de esto no deberíamos olvidarnos— fue
un pozo, unas palas, unas bolsas
de pegamento desarticulado, el rompecabezas
cerámico de una depresión.
Facundo Giménez (Mar del Plata, 1984) es poeta, docente, investigador y editor del sello Es pulpa. Ha publicado en Cena (2013, Proyecto Vox) e In memoriam MSN (2018, Goles rosas).